El llanto de Eider decoraba aquella cocina donde su madre trataba de emparejar sus cabellos dejándolos aún más cortos. Ella estaba devastada con cada uno de los sucesos que parecían ser maquiavélicos ante sus ojos. —¿Cómo me veo?— preguntó con temor. —Bien, realmente te ves... bien— afirmó su madre distante, sabía que debía castigarla por sus actos, pero para una mujer con sentimientos frágiles era difícil. —¿Qué piensas hacer acerca del colegio?— insistió la mujer al dejar aquellas tijeras en paz. —Repetir el año— informó Eider; insegura, no extrañaría aquel instituto al contrario sería un alivio dejar de asistir— pensaba. —Bien... ¿Quieres decirme algo, pasa algo que no sepa?— volvió a preguntar la mujer para colocarse frente a ella, Eider era un milagro y eso ella nunca lo iba a