Noviembre del 2006...
Todo cambia, todo lo que llegamos a conocer termina o se transforma, volviéndose algo desconocido, la historia termina y entonces obtienes otro encanto... un círculo vicioso de nunca acabar, Eider Alcalá era la prueba de ello.
Para aquella niña las cosas no habían resultado fáciles, sus acciones tenían consecuencias desastrosas, que nadie podía ver más que aquel ser inmortal tras sus pasos. Todos tenían algo seguro y era el que; Eider había cambiado y para la comunidad de Galicia se había convertido en alguien desconocida, un alma perdida, y no estaban equivocados del todo, aquella niña solo buscaba explicaciones a cada una de sus dudas... cada año esta dejaba de creer en la existencia de Dios, a sus doce años la biblia le parecía una locura... algo incrédulo y casi fantasioso. Nadie podía ser tan bueno... y perdonar todo— llegaba a pensar algunas veces, Eider no era muy sociable, pero muy popular entre los adolescentes, su belleza era descomunal, tal vez la más hermosa de Galicia y eso un punto a su favor en un futuro.
Sabía que al contar aquellas teorías que formaban su consciencia, sus padres la castigarían y terminarían de tachar como alguien demente. Sus notas cada vez eran más bajas gracias a que todo su tiempo lo gastaba en aquel computador de su habitación, buscando respuestas en el gran mundo del internet... ¿Dios realmente existía?, ¿por qué creían en él si nunca lo habían visto?... esas, solo eran algunas de ellas.
Ella había conocido aquel mundo sobrenatural, Demonios, vampiros, hombres lobos... y había llegado a la conclusión de que; aquellas especies eran igual a Dios sin nadie que afirmará su existencia o la negara con fundamentos sólidos... pues nadie nunca los había visto más sin embargo existían.
La religión había dejado de ser todo para ella, tanto que para ella, aquella creencia era como una enfermedad ante sus ojos... de la cual su familia estaba infectada, y eran el núcleo poderoso de esa misma comunidad.
Al crecer había conocido la maldad... y llegado a la conclusión de que sus hermanos eran inmaduros viviendo en una mentira, en un mundo de colores.
Pues estos simplemente perdonaban a todo aquel que les lastimase e hicieran menos, ellos podrían no defenderse y ofrecer la otra mejilla— pensaba la castaña de doce años.
—Eider cámbiate nos vamos a la iglesia— ordenó su madre con demasiada prisa, la mujer se colocaba el pendiente mientras miraba a la niña seguir durmiendo entre sus sábanas, desconectada del ritmo de su familia, los cuales habían madrugado más de lo común aquel día. —Eider— la llamó aumentando su tono de voz.
—No iré... no pienso ir— advirtió para intentar seguir durmiendo, con fuerza cerró los ojos tratando de ignorar a su madre. —Tal vez dios no exista como tú piensas y solo vamos a ese lugar a alabar a nada— aquello hizo que su madre se acercara a ella velozmente, con los labios secos de las blasfemias de su hija esta intentó no arremeter contra la misma.
—Eider— la retó Lidia decepcionada de oír aquellas palabras de los labios de su gran milagro. —No vuelvas a repetir algo como eso, la fe se trata de creer sin importar nada, confiar— explicó para jalar aquellas sabanas con las cuales su hija se escondía para no enfrentarla.
—Ir con los ojos cerrados, no, no pienso participar en una cosa como esa... Es imposible que la tierra se hiciese en siete días, es imposible perdonar sin sentir desprecio después... No quiero ir mamá— cada palabra informaba que Eider estaba rota... perdida sin creencia alguna o enfocada en ese tema a su corta edad.
—Llamaré a tu padre— amenazó la mujer al no saber cómo lidiar con su hija. —Marcus— sin dudarlo o pensarlo demasiado esta lo nombró alejándose de la cama de la pequeña, la cual con pesar se había levantado.
—Eider— la voz de su padre le informó que su día había empezado de la peor manera, pues su padre era el núcleo de aquella enfermedad. —¿Qué le has dicho a tu madre?— preguntó el hombre con una postura seria, mostrándose como la máxima autoridad.
—Que no pienso ir a la iglesia, me quedaré con la señora Morison— avisó esta para tomar su abrigo con intensiones de ir en busca de aquella mujer jubilada, la cual se había convertido en alguien cercana a ella.
—No Eider, irás a la iglesia y es mi última palabra— sentenció su padre, este recorrió la habitación de la niña con la mirada; libros, libretas, hojas blancas tenían en caos su pequeño escritorio destinado a sus tareas y temas de la escuela. —A nadie le has pedido permiso y mira ese desastre que tienes— regañó el hombre quien estaba listo para ir a compartir la palabra.
—Me quedaré a limpiar, ¿Me das permiso?— preguntó la jovencita seria con un puchero, su padre no dudó en aceptar después de un Sermón, era su niña pequeña no podía decirle que no.
—Y no quiero que asustes a la señora Morison con tus pensamientos malos, pediré por ti Eider— informó su madre para abrazarla dejando un beso en su frente, esta había sido la única testigo de aquella escena familiar.
—Claro— susurró la niña perdida... estaba muriendo y solo lo sabían sus libretas viejas. —No hablaré nada— insistió saliendo de aquella casa con un abrigo enorme sobre su pijama, sus pasos se dirigieron a la casa de la señora Morison como cada fin de semana.
—Adiós cariño— miró a su familia salir de aquella casa más que presentables, buenos trajes vestían a su padre y hermano mientras que su madre y hermana lucían nuevos vestidos, todos floreados... sin más que hacer o decir está los despidió agitando la mano mientras el auto se alejaba.
Aquella mañana la había pasado con la señora Morison, la cual era fanática de aquellos cuadernos con actividades para la memoria; como lo son los crucigramas o Sudoku.
[...]
Los días pasaban y las noches de Eider seguían perdidas buscando explicaciones sensatas, leyendo cualquier tipo de explicación y tratando de llenar aquellos lugares vaciós.
—¿Has dormido bien?— preguntó su hermana Samara con una sonrisa, esta había robado el título con el que la castaña había nacido... ahora Samara era la hija modelo y ella, la hija olvidada en casa, Samara había dejado de tener aquellos sangrados nasales como su padre aquellas dificultades, nadie comprendía realmente lo que sucedía y tal vez nunca lo harían.
—Si, ¿por qué lo dices?— preguntó la niña con grandes ojeras bajo sus ojos, esta miraba a su hermana de una manera burlona y maliciosa. —He dormido más que bien— escupió sin pensarlo demasiado.
—No te ves como alguien que haya dormido bien, ¿Te sientes bien?— insistió su hermana la cual estaba a punto de cumplir catorce años y era una señorita bella con distintas atenciones.
—Estoy bien— siguió la niña aumentando sus pasos dejando atrás a su hermana, para ella la escuela había dejado de ser atractiva... para convertirse en un lugar aburrido y monótono, un sistema terrible el cual no llegaba a ser una garantía, simplemente gastabas tus años en él para recibir un papel— pensaba Eider sin mucha motivación de asistir.
—Ten cuidado— esta vez fue su hermano quien era el encargado en llevarlas a la escuela, con fastidio Eider detuvo sus pasos, Adriel era reservado, incluso con su familia, solo Dios y su habitación sabían como era en realidad, tal vez era alguien muy bueno o alguien retenido, con pensamientos llenos de tensión y presión.
—Está bien— informó la castaña dando diminutos pasos, aquello causó la risa de sus hermanos los cuales la estimaban demasiado sin importar lo que todos murmuraban de ella.
—Dios está de acuerdo con esos pasos— bromeó Samara haciendo que el rostro de Eider cambiara por completo; seria la miro por segundos.
—¿Por qué lo nombras?— aquella torpe discusión nacería de nuevo, como en cada ocasión menos oportuna.
—Eider no empieces— advirtió su hermano para tomar su mano y tirar de ella evitando un debate en aquella cera. —Andando que llegaremos tarde, Samara toma mi mochila— indicó el chico aumentando sus pasos mientras tiraba de Eider.
—No somos niñas pequeñas Adriel— pronunció la castaña con molestia. —Dios no existe y deben aceptarlo— aquello hizo que los hermanos se detuvieran.
—¿Qué has dicho?— preguntaron al mismo tiempo. —Eider por Dios, ¿qué sucede contigo?— preguntó el mayor más que decepcionado.
—¿Lo has visto acaso?— contradijo esta a la defensiva.
—No discutiré esto contigo en plena calle, por favor camina que llegaremos tarde— se dedicó a explicar el joven quien siguió con su camino.
Después de aquel día estos se habían alejado por completo gracias a las discusiones sobre aquella existencia divina, todos crecían y pillaban diferentes encantos.
Se volvían extraños...