Tras lo surgido en la reunión de la asociación, los miembros se volvieron a reunir al siguiente día sin la presencia de sus novias. Todos le atiborraron de preguntas a Richard sobre su sumisa, dónde la encontró y el porqué justo eligió a una mujer tan fuerte y agresiva que parecía más bien una titán.
- La encontré en la calle – les explicó Richard – Casi la arrollé con mi auto y le miré su ropa interior. Así es que la invité a salir y… ya saben.
- Creo que lo mejor sería que busques a otra – dijo un colega suyo cuyo nombre a nadie le importa – Roberto en verdad recibió un fuerte golpe que lo llevó a terapia intensiva. ¿Qué tal si, en un día de estos, te rompe el…?
- ¡No me va a romper nada! – le interrumpió Richard que, inconscientemente, se cubrió la entrepierna con sus manos – Macarena es una sumisa auténtica, se los puedo garantizar. Reacciona a mis efectos naturales de CEO encuerado que aprendí a activar hace poco.
Todos murmuraron entre sí, ya que creían que Macarena, a la larga, les traerían problemas. Y es que, desde lejos, percibieron que era una mujer de armas de tomar, bien de calle, capaz de defenderse sola y que no necesitaba de los hombres para sentirse protegida.
- Macarena seguirá siendo mi sumisa quieran o no – les dijo Richard – Verán que en un mes, o dos, la tendré besando mis pies. ¡Se los puedo asegurar!
Una vez que terminaron con su reunión, Richard regresó a su oficina de Sao Paulo, pero no tenía deseos de trabajar. Así es que subió a su coche y comenzó a recorrer la ciudad para despejar la mente.
En un momento, se preguntó cómo estaría su sumisa. Casi no hablaron tras lo surgido en la reunión, pero aún estaba dispuesta a conservarla. Y es que, más allá de llenar su propio ego y convertirse en un ídolo de la asociación, comenzó a simpatizar con Macarena. Quería apoyarla, protegerla de todo peligro y darle una nueva vida. Incluso, se imaginó teniendo hijos juntos y formando su propia familia.
Detuvo su coche delante de una tienda chic de ropa femenina y decidió estacionar. Quería comprarle ropa nueva, ya que los harapos que solía usar Macarena en la oficina no resaltaban su verdadera belleza. Bajó del vehículo y entró a la tienda.
Fue atendido por la encargada del local, una mujer flaquita de lentes y cabellos cortos, que le dijo:
- Bienvenido, señor. ¿En qué le puedo ayudar?
- ¿Tiene ropa para dama? Tipo ejecutiva, secretaria…
- Sí, señor, tengo lo que necesita. ¿Cuáles son las medidas?
- Aaah… no lo sé, es alta y delgada.
- Descuide, señor. Puede elegir y, luego, ella podrá cambiarlo en un periodo de siete días, si no es de la talla. Solo debe presentar la tarjeta de compra.
- Está bien.
La vendedora le presentó varios conjuntos de trajes ideales para secretaria. Richard se sorprendió por la cantidad de estilos que existían, tanto que le costaba decidirse.
Sabía que Macarena, por lo general, usaba una camisa blanca con falda negra corta. En ocasiones, optaba por usar pantalones negros si no tendrían sexo en la oficina. Así es que, tras un debate interno, eligió un conjunto de camisa rosada con falda azul oscuro y tacones negros, junto a un pequeño corbatín azul oscuro para que lo luciese en el cuello.
- ¡Gran elección, señor! ¡Sin duda le encantará! – le dijo la vendedora.
- Bien. Me llevaré esto. Aquí tiene mi tarjeta.
- Gracias por su compra.
Una vez que tuvo su regalo, se dirigió al lugar donde vivía Macarena. Ella lo recibió y lo llevó a su habitación para mayor privacidad. Richard se fijó que en verdad vivía en un lugar muy estrecho y no evitó sentir pena por ella.
- Buenos días, señor Richard – le saludó Macarena – No esperaba que me visitaras.
- Quería regalarte algo – le dijo Richard, mostrándole el paquete – Pensé que te gustaría tener ropa nueva.
Macarena lo abrió y se maravilló por el hermoso traje de secretaria que Richard le compró. El CEO se sorprendió al verla con las mejillas sonrosadas y un sutil brillo de emoción en sus ojos que jamás creyó que surgirían en ella.
- Si no es de tu talla, puedes cambiarlo en la tienda – le explicó Richard – Y, por cierto, estaba pensando en ofrecerte a vivir en mi casa.
- ¿De verdad? Pero… ¿No sería una molestia? – le preguntó Macarena, un poco avergonzada.
- ¡Al contrario! Quiero que vivas bien y estés a salvo de todo peligro. Te lo prometí, haré lo que fuera para hacerte feliz.
Macarena sonrió. Pensaba que Richard era demasiado bueno para ser verdad. Así es que lo abrazó y le dijo:
- ¡Me alegra ser tu sumisa!
Richard le correspondió el abrazo y dio un ligero suspiro de alivio al saber que ella en verdad estaba feliz de estar a su lado. Porque en una relación de CEO con secretaria, no todo debe basarse en puro sexo. O esa fue la reflexión que llegó a final de día.