ANDREA
—Entonces, ¿vas a seguir con esto? —preguntó Sarah por enésima vez.
—Y tú serás mi dama de honor principal —le recordé, casi riendo.
No fue tan malo como le hice creer antes.
Desde que me enteré de que me iba a casar con Damine, me sentí más ligero.
Me había dejado después de la cena y yo tenía en la punta de la lengua el recordarle nuestro encuentro. Me pregunté cómo había podido olvidarlo tan fácilmente, ya que le había salvado la vida y él me había prometido que me debía algo.
No importaba; habría mucho tiempo como marido y mujer para recordarle quién soy.
—Estás sonriendo —señaló Sarah, mientras cogía otro vestido de novia.
Había impedido que mi madre nos siguiera hasta la tienda de ropa, y sólo porque quería elegir yo sola lo que me iba a poner. Sabía que ella iba a querer imponerme un estilo que yo no quería.
—No estoy sonriendo, sólo pienso que sería una novia hermosa y no importa la situación —le dije, quitándome la sonrisa de la cara de un golpe.
“¿Conociste a este hombre y cenasteis juntos y de repente te mostraste dócil y totalmente disponible para el matrimonio? ¿Qué pasó con la mujer que quería una idea sobre cómo evitarlo por completo?”, preguntó Sarah, mientras me acercaba otro vestido para que me lo probara.
—Esa mujer está haciendo limonada con limones —respondí, cerrando la cortina del vestidor detrás de mí.
Me había enviado un mensaje de texto esta mañana… tres palabras.
Nos vemos mañana.
Mañana es la boda.
Él ya tenía todo organizado y preparado y yo solo tenía que aparecer con mi vestido de novia. Por más triste que me pareciera no haber tenido voz ni voto en la planificación de mi propia boda, no había nada que pudiera hacer al respecto.
Me miré al espejo y me ardían los ojos por las lágrimas. Estaba absolutamente deslumbrante y ese era el vestido perfecto.
Abrí la cortina y salí hacia Sarah, que estaba atónita.
"Nos estamos tomando esto", gritó ella encantada, a lo que acepté.
Damine me había enviado su tarjeta, que según me explicó podía utilizar para cualquier cosa que quisiera para la boda. Según él, no debía ser frugal en mis gastos, así que me aseguré de creerle, pero parece que, sin importar cuánto gastara, nunca parecía disminuir.
Supongo que puso el billón en multimillonario.
—¿No crees que Camilla aparecerá un día de estos y arruinará todo? —preguntó Sarah.
Había pensado en eso y luego lo descarté.
Si mi hermana hubiera decidido desaparecer días antes de su propia boda y Dios sabe dónde, entonces no pensé que fuera a volver. Me había quedado atrapado siendo la segunda opción de Damine y su salvadora.
"No creo que Damine vaya a arruinar nuestro matrimonio, especialmente después de presionarlo con tanto entusiasmo", le dije.
—¿Damine? —Me guiñó un ojo con complicidad.
“Señor Fel”, me corregí.
Un coche nos estaba esperando afuera, cortesía de Damine. Me pregunté cómo sabía dónde estábamos y supuse que mi madre le habría pasado la información.
“Él es rico”, comentó Sarah.
“Y un asno”, respondí.
Hicimos que Sarah prometiera quedarse a dormir y ayudarme con todo al día siguiente. Damine había insistido en que me recogiera temprano y que termináramos lo antes posible, según él tenía mucho que hacer y una boda era demasiado.
Y fue él quien me pidió que le hiciera un espacio en mi vida, me burlé.
El día siguiente llegó antes de lo esperado y mi estómago se revolvió tan pronto como abrí los ojos.
Estaba a punto de casarme, murmuré para mí mismo una y otra vez mientras me vestía y me ayudaban a bajar las escaleras y subir al auto.
La iglesia no estaba muy lejos de nuestra casa y estaba repleta de invitados, principalmente del lado de la familia de Damine. Yo solo tenía a mi padre, a mi madre y a Sarah de mi lado.
Las puertas de la iglesia se abrieron y me hicieron pasar, con mi padre sosteniéndome la mano. Respiré profundamente y el pánico me subió a la garganta al ver aquello.
Yo no era alguien que se desenvolviera bien entre multitudes y esta fue una de esas ocasiones en las que quería salir corriendo y esconderme en un rincón; sin embargo, no lo hice.
Me apoyé en mi padre, manteniendo mi mirada alejada de todos y fijada en él.
Damina.
De alguna manera, verlo me tranquilizó más de lo que quería admitir y él me sonrió, como si estuviera tratando de decirme que estaba bien y que podía hacerlo.
Pronto me entregaron y me hicieron pararme frente a él con el velo cubriéndome el rostro.
El sacerdote pidió a todos que guardaran silencio y comenzó a pedirnos que recitáramos nuestros votos. Mi voz tembló más de una vez, pero lo hice bastante bien y cuando fue su turno y el mío de decir las palabras “Sí, acepto” sellándonos para siempre en matrimonio, lo dije sin quebrarme.
“¿Hay alguien entre ustedes a quien no le gustaría que esta boda comience? Hable ahora o calle para siempre”, continuó el sacerdote.
Entonces oí un ruido, más bien como una ligera conmoción y el movimiento de una mano.
-Sí, ¿cuál es tu razón? -preguntó el sacerdote.
Damine se giró y entrecerró los ojos por la ira, y yo hice lo mismo.
No reconocí a la mujer que estaba de pie, pero me estaba mirando y me estremecí ante su mirada de puro odio.
“¡Es una asesina!” gritó la mujer.