CAPÍTULO 2

1478 Words
POV ARIANNA ―Ahí está Vale ―dice Cleo emocionada, tirando de la manija de la puerta antes de que nos detengamos. Tan pronto como lo hacemos, salta y corre hacia nuestra hermana. Mamá se apresura a seguirnos, dejándonos a papá y a mí en el auto. ―Cierra la puerta ―gruñe. Mi camisa se pega a mi espalda. Sé lo que viene, pero eso no lo hace más fácil. Papá levanta el brazo y me da una bofetada en el rostro. Grito, y mis dientes rechinan. El dolor florece en mi mejilla. Por un momento, el tiempo se ralentiza y todo lo que puedo escuchar es un zumbido familiar en mis oídos. ―No me pongas los ojos en blanco ―sisea, su saliva cae en mi rostro. Llevo las yemas de mis dedos temblorosos a mi piel punzante y me obligo a ver a papá. Él cruza los brazos sobre el pecho, su mandíbula es una línea dura. ―Entiendes cómo debes comportarte aquí, ¿no? Mi cabeza baja en un lento movimiento de cabeza. ―Rafaele tiene opciones. No hagas nada para que las considere. Otro asentimiento. ―No quiero que nadie más en la familia muera. Ernesto era uno de mis amigos más cercanos, y Tito… ―Papá resopla y baja la vista hacia su regazo. Él sabe las cosas correctas que decir para hacerme sentir el peso de mis decisiones. Si puedo salvar a más Garzolo de morir, ¿qué clase de mierda sería para no hacerlo? ―Yo tampoco ―susurro. Mi garganta está completamente seca. ―Bien. ―Papá se endereza la corbata―. Vamos. Sale del auto, pero me quedo sentada, la ansiedad me envuelve como una llama. Nadie excepto mamá sabe que papá me pega. Nadie puede saberlo. No sé por qué me convertí en el chivo expiatorio de papá, pero empezó hace mucho tiempo. Al principio, era una regla golpeada en el dorso de mis manos cuando lo molestaba, luego un cinturón. En los últimos años, comenzó a abofetearme en el rostro. Nunca demasiado frecuente o duro, pero lo suficiente como para sacudirme y obligarme a obedecer. Una noche, escuché a papá decirle a uno de sus capos que yo me parecía a su mamá. Papá odiaba a su mamá. A veces, sus ojos se ponen raros justo antes de que me golpee, y creo que tal vez la ve a ella en vez de a mí. Suele pedir disculpas al día siguiente y acepto las disculpas cada vez, aunque no signifiquen nada ya que sé que no se detendrá. Es mejor que me pegue a mí que a Cleo. Si alguna vez le levantara la mano, ella se defendería. ¿Quién sabe cuánto la lastimaría entonces? Al menos yo he aprendido a manejar a Papá. Es mejor callarse y aceptar lo que dice cuando está enojado. Es la forma más rápida de calmarlo. Busco dentro de mi bolso mi teléfono. No tengo un espejo, así que tengo que revisar mi reflejo en la cámara para asegurarme de que no haya una marca obvia en mi rostro antes de que alguien me vea. La cámara aparece. El alivio se precipita a través de mí, se ve bien. Luego se abre la puerta y vuelvo a meter el teléfono en el bolso justo cuando aparece el rostro de Vale. ―¡Arianna ! Pongo una sonrisa y salgo del auto directo a sus brazos. Ella se ríe, me agarra por la cintura y me da besos en la mejilla. ―No puedo creer que estés aquí ―exclama. Su olor familiar casi me deshace. ―Lo sé. Dios, cómo te extrañé, Vale. La agarro con más fuerza, una parte de mí todavía está preocupada por lo que podría encontrar si examina mi rostro demasiado de cerca. Deslizando mi barbilla sobre su hombro, lanzo una mirada hacia donde están parados los hombres. Papá está saludando a Damiano. Sonríen con los labios cerrados, y estoy bastante segura de que ese apretón de manos está destinado a aplastar algunos huesos. El marido de mi hermana es el Don de los Casalesi, un poderoso clan de la Camorra. Es alto e intimidante incluso cuando está un poco vestido con solo una camisa de vestir y un par de pantalones oscuros. Una risa seca sale de la boca de papá. ―Damiano De Rossi. Eres un chico guapo, ¿eh? Ahora puedo ver por qué mi hija es tan parcial contigo. Ya sabes, las mujeres se sienten atraídas por las cosas bonitas. La sonrisa de Damiano es una línea aguda y torcida. ―Me pregunto qué atrajo a tu esposa hacia ti entonces, Garzolo. Papá suelta una carcajada, pero es forzada. De vuelta en Nueva York, así es como los hombres hablaban entre sí: todas las bromas y las púas encubiertas. Todo es diversión y juegos hasta que presionas el botón equivocado y se sacan las armas. ―Déjame verte ―dice Vale, empujándome lejos―. ¿Tu cabello se ha vuelto más largo? Doy un paso atrás y dejo que mi cabello largo hasta los hombros caiga sobre mi rostro como si le estuviera mostrando mi corte. ―Un poco. Mi vejiga está a punto de explotar. ¿Puedo correr adentro? ―Oh, por supuesto. Ya sabes dónde está el baño. Soltándola, corro dentro de la casa y cierro la puerta detrás de mí. Está fresco adentro, el aire acondicionado está a todo lo que da. Se siente bien contra mi mejilla ardiendo y mi cuerpo sobrecalentado. Corro a través de las habitaciones aireadas y llenas de luz hacia el tocador que recuerdo de mi última visita. Un suspiro de alivio sale de mis pulmones tan pronto como me veo en el espejo redondo que cuelga sobre el tocador. Solo hay una leve marca rosada sobre mi pómulo derecho, y ya tengo preparada media docena de excusas por si alguien pregunta. Sin embargo, se magullará. Me salen moretones con tanta facilidad, como un melocotón. Al menos traje mi mejor corrector de cobertura total. Lo saco y aplico un poco en la marca. Cleo dijo que sería demasiado pesado para este clima, pero lo empaqué de todos modos. De hecho, no puedo recordar la última vez que no lo tuve conmigo, por si acaso. La parte posterior de mis ojos comienza a picar... y mierda, mierda, mierda. No puedo llorar. No puedo llorar porque mis ojos se pondrán rojos y todos lo sabrán. Todo el mundo sabrá que no estoy bien. ¿Por qué papá tuvo que hacerlo ahora? ¿Por qué no podía al menos esperar hasta que llegáramos a la casa de huéspedes? Cleo y yo compartimos una habitación aquí. Tendré que usar mi antifaz para dormir cuando nos vayamos a la cama para que no vea el moretón. La frustración crece dentro de mí. Debería odiar a papá como lo hacen Cleo y Vale, pero aunque soy la única a la que golpea, todavía lo amo. A pesar de sus muchos defectos, es mi papá. El hombre que me enseñó a leer y siempre me dejaba sentarme en sus rodillas cuando lloraba en la iglesia, aterrorizada por el sermón. Si fuera todo violencia e ira, sería fácil despreciarlo, pero no lo es. A veces, me ve y la dulzura se desliza en su mirada. Siempre has sido tan lista, Ari. Mi pequeña niña. Eres la única hija con la que puedo contar. Cuando me dice cosas así, me derrito. No puedo evitarlo. Su aprobación se siente como un cálido abrazo. Me hace sentir segura, amada y deseada. Me hace sentir que todo lo que está roto se puede arreglar. Termino de maquillarme y me lavo las manos en el lavabo. Tengo un nudo en la garganta que no se alivia. Eso no funcionará. Tengo que mantener la compostura esta semana, pase lo que pase. Así que apoyo mis palmas en el lavabo y empiezo a contar mis respiraciones, forzando mis pensamientos lejos de papá. Un Misisipi. Dos Misisipi. Tres… La puerta del baño se abre de golpe. Mi primer pensamiento es que es mamá, que viene a ver por qué me está tomando tanto tiempo. Pero no lo es. Es peor. Mis ojos se estrechan sobre el intruso y la masa muscular que ha logrado verter en un par de pantalones y una camisa gris abotonada. Su barba está recién recortada, su cabello está recogido hacia atrás y atado en la nuca, y su pequeño arete de plata brilla a la luz. Un escalofrío me recorre la columna vertebral. Recuerdo ver ese arete y pensar que estaba a punto de morir. Me enderezo y me recuerdo que, a pesar de la sonrisa en su rostro, este es un hombre peligroso. Un hombre malo. Y podría ser la única aquí que lo sabe. ―¿Alguna vez tocas, Ras?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD