Apoyada de su brazo, Peyton ingresó al restaurante. Se sentía insegura, miró alrededor para ver que no estuviera la mujer de la última vez.
—Bienvenidos —escuchó que una voz masculina saludó.
Al volver la mirada al frente se encontró con el mismo hombre que la apoyó la noche en la que se hizo consciente de que Orestes no estaba del todo solo, de que él puede provocar acciones inusitadas en cualquier mujer sobre la que no ejerza tantas manifestaciones confusas y agresivas como ha actuado con ella. Ahora pone en duda que pueda conservar alguna otra mujer.
Peyton sabe que es adicto al trabajo así como de obsesivo se estaba volviendo hacía ella, sobre todo a esa constante necesidad de descargar toda la basura que guarda adentro de sí sobre ella, como si ella hubiera sido puesta en el mundo
