Mientras Aiden recuperaba el aliento, una enfermera entró en la habitación, con una expresión suave.
—Señora, su esposo... ya recibió su dosis de quimioterapia.
Edward semanas antes de casarse con Aiden había sido diagnosticado de leucemia, y estaba luchando por su vida, sometiéndose a severos tratamientos.
Con el corazón en un puño, Aiden apenas tuvo tiempo de recuperarse antes de ser llevada en silla de ruedas a la habitación del hospital donde yacía Edward, bastante débil. Sus ojos se abrieron apenas cuando Aiden entró, sosteniendo a su hijo recién nacido.
—Edward —murmuró Aiden con lágrimas en los ojos—, mira a nuestro hijo. Es hermoso.
Edward, con un esfuerzo visible, sonrió débilmente. Sus ojos se encontraron con los del bebé, y por un breve momento, una chispa de vida brilló en su mirada.
—Cuida de él, Aiden. Cuida de nuestro hijo... —susurró, antes de que su cuerpo se relajara y perdiera el conocimiento.
—¡Edward! —gritó Aiden con desesperación.
Una enfermera entró y la calmó, le informó que era normal ese desmayo, la sacó de la habitación y la llevó a la de ella.
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Días después del parto de Aiden. En una luminosa mañana Nicol comenzó a sentir las primeras contracciones. Liam, nervioso pero emocionado, la llevó al hospital. Los nervios se mezclaban con la anticipación mientras esperaban el momento del nacimiento de su hija.
Horas más tarde, el grito de un recién nacido llenó la sala de partos. Liam, con el corazón latiendo con fuerza, observó cómo los médicos limpiaban y revisaban a su hija antes de entregársela a Nicol.
—Es una niña hermosa, Liam —susurró Nicol con lágrimas de felicidad en los ojos mientras sostenía a su bebé por primera vez.
Liam, conmovido, se acercó y tomó a su hija en brazos. La pequeña tenía el cabello pelirrojo y los ojos verdes, igual que su madre. Sintió una sensación de amor y protección al mirar a esos ojos inocentes.
—Fiore —susurró Liam, sonriendo con ternura—. Nuestra pequeña Fiore.
«Mi pequeña tú me ayudarás a olvidarme de Aiden, me dedicaré a hacer feliz a tu madre y a ti, lo juro»
Nicol observó la escena con una sonrisa, viendo a Liam sostener a su hija con tanto cuidado y amor. Era el comienzo de una nueva etapa para ellos.
Liam, mirando a su hija y a su esposa, se sintió el hombre más afortunado del mundo. Besó a Nicol feliz.
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Edward, a pesar de su lucha, falleció después de tres años, dejando a Aiden desolada y sola con su hijo.
Durante ese tiempo, ella nunca supo de Liam, ni de la gente de Greenville. Su tía había vendido la casa, se había mudado a la ciudad, a un asilo de ancianos, donde luego de un tiempo falleció.
El tiempo pasó, y dos años después de quedar viuda, la vida no había sido nada sencilla para Aiden. Un día, el sonido del reloj marcando las cinco resonaba en la oficina vacía cuando recibió la noticia. “Despedida”. Tras años de dedicación y sacrificio, la empresa había decidido prescindir de sus servicios. La desesperación se instaló en su pecho mientras caminaba hacia la salida, preguntándose cómo iba a mantener a su hijo.
Leo, su hijo de cinco años, ya era lo suficientemente grande para percibir la preocupación en el rostro de su madre. Aiden sabía que debía ser fuerte para él. Con el poco dinero que le quedaba, decidió mudarse a un apartamento más pequeño y asequible. Al empacar sus pertenencias, encontró una caja polvorienta llena de papeles de Edward, suspiró profundo y algunas lágrimas cayeron de sus mejillas al recordarlo, había aprendido a quererlo, y su ausencia dolía cada día.
Entre esos papeles, un documento llamó su atención: el título de propiedad de una finca.
—¿Una finca? —murmuró Aiden para sí misma, su mente trabajó con rapidez. Tal vez este lugar podría ser su salvación.
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Liam regresó a casa después de un largo viaje, sostenía en sus manos varias bolsas de regalo. Esperaba encontrar a Nicol y a Fiore, pero lo que escuchó lo dejó helado. Gemidos y jadeos provenían de la planta alta de la casa, subió a zancadas, entró en su habitación y vio a Nicol en la cama con uno de sus amigos más cercanos.
—¡Nicol! —gritó Liam, con una mezcla de furia y dolor—. ¿Qué estás haciendo?
Nicol se levantó de la cama, se envolvió en una sábana, sin mostrar ningún remordimiento, y miró a Liam con desprecio.
—Liam… en fin tarde o temprano te vas a enterar, en este pueblo no hay nada oculto —mencionó con cinismo—, ya no te amo. Nunca te he amado realmente. Solo estuve contigo por conveniencia.
El corazón de Liam se rompió en mil pedazos, había aprendido a quererla, hasta llegó a creer que la amaba. En ese momento sintió la misma humillación que le había hecho pasar a Aiden años atrás. Las lágrimas de impotencia llenaron sus ojos mientras miraba a Nicol y a su amigo traidor.
—¿Y Fiore? —preguntó, con su voz quebrada—. ¿Qué hay de nuestra hija? ¿No te importa? —gritó con la voz ronca.
—Fiore está en casa de los vecinos —respondió Nicol, sin titubear—. Y te la dejo a ti. Es un estorbo para mis planes, estoy harta de vivir en este inmundo pueblo.
Liam sintió un nudo en el estómago, la magnitud de la traición era abrumadora. No solo había perdido a su esposa, sino que también enfrentaba la realidad de criar a su hija solo. Nicol, viendo la devastación en el rostro de Liam, sonrió con crueldad.
—Espero que esto te sirva de lección, Liam. Ahora sabes lo que se siente ser humillado y traicionado.
Lleno de furia, Liam se lanzó hacia el amante de Nicol, agarrándolo por la camisa.
—¡Te voy a matar Bastián! —rugió, su voz estaba llena de dolor y rabia.
El hombre, asustado, intentó liberarse, pero Liam lo golpeó con todas sus fuerzas. Nicol intervino, separándolos con frialdad.
—¡Ya no más! —gritó Nicol—, aprende a perder Liam, no lo puedes tener todo en la vida.
Con esas palabras, Nicol y su amante se vistieron y salieron de la casa, dejando a Liam solo, derrotado y lleno de un dolor inimaginable. Se desplomó en el suelo de su habitación, sintiendo que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Las lágrimas corrían por su rostro mientras el peso de la traición y la soledad lo envolvían.
Liam había perdido todo: su amor, su dignidad y la esperanza de una vida feliz. Ahora, con Fiore a su cargo, debía encontrar la fuerza para seguir adelante, reconstruir su vida y enfrentar las consecuencias de sus propios errores.
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Un mes después y luego de mucho meditar, Aiden con renovada determinación, decidió viajar a Greenville y constatar en qué condiciones estaba la finca que le había dejado Edward, los documentos de las escrituras estaban viejos y una parte de la hoja estaba rota, pero sabía que debía haber copia en la notaría.
Al llegar, encontró el lugar en un estado deplorable: sucio y desarreglado, con signos de abandono. Mientras observaba el entorno con desánimo, una niña pequeña y pelirroja apareció entre los arbustos. Estaba sucia y desaliñada.
—Hola —saludó Aiden con suavidad, acercándose a la niña—. ¿Cómo te llamas?
—Fiore —respondió la niña con voz tímida.
—Es un nombre muy bonito, Fiore. ¿Dónde están tus padres?
Antes de que la niña pudiera responder, una voz furiosa resonó detrás de Aiden.
—¡¿Quién eres y qué haces aquí?!