¡Bienvenida al infierno!

1271 Words
Liam observó a Fiore y a Leo, sintiendo un revoltijo de culpa y confusión al ver a los niños juntos. Aunque no lo admitiría fácilmente, la presencia del pequeño le recordaba todo lo que había perdido, y el resentimiento que sentía hacia Aiden por no haberle contado la verdad se mezclaba con el dolor de ver a un hijo al que apenas conocía. Sus emociones eran un torbellino, pero intentó mantener una fachada dura. Se volvió hacia Aiden, con el rostro endurecido y la voz tensa. —Fiore, lleva a... ese niño a jugar —ordenó Liam, su voz revelaba la tensión interna que trataba de ocultar. Aiden notó la lucha en los ojos de Liam, pero no pudo evitar sentir una sensación de furia ante la falta de calidez en su tono. —El niño tiene nombre, Liam. Se llama Leonardo —le respondió Aiden con firmeza, enfatizando el nombre de su hijo. Fiore, queriendo evitar más confrontaciones, tomó la mano de Leo y lo llevó a su habitación para jugar. Liam esperó a que los niños estuvieran fuera de vista antes de dirigirse a Aiden, su voz ahora contenía más dolor que frialdad. —Entra —ordenó, esta vez sin la dureza de antes. Aiden lo siguió, ingresó. La casa, a pesar de su estado descuidado, aún conservaba vestigios de su antigua belleza. Era una especie de cabaña de dos pisos, con grandes ventanales y un pórtico que rodeaba la estructura. Las paredes eran de madera y el techo de teja, pero aún se podía ver el encanto que una vez tuvo. El interior estaba lleno de muebles antiguos cubiertos de polvo, y el aire olía a humedad y abandono. Aiden miró alrededor, sintiendo una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que Edward había trabajado duro para construir algo especial aquí, y no iba a permitir que el descuido de Liam destruyera ese legado. Liam la guio hasta la sala de estar, donde un par de sofás llenos de polvo y un escritorio tallado a mano, ocupaban la habitación. Sacó un conjunto de papeles de un cajón y los lanzó sobre la mesa frente a Aiden. —Aquí están las escrituras. Eres dueña de la mitad —avisó, con una mezcla de resignación y enojo—. Te compro tu parte. Quiero que te vayas lejos, y que te lleves a... a él contigo —terminó, aunque su voz no sonaba tan segura como antes. Aiden frunció el ceño y tomó los documentos. Los leyó con calma, sabiendo que no podía permitirse perder la compostura. A medida que revisaba las escrituras, se dio cuenta de que la parte que faltaba en sus escrituras era la que confirmaba que Liam era dueño de la mitad de la finca. Esto hizo que el enojo en su interior creciera aún más, sintiéndose engañada por no haber tenido toda la información desde el principio. «¡Maldición! ¡No puede ser! ¡Debí averiguar antes de exponer a Leo!» pensó ella, sin embargo, ya no podía dar marcha atrás. —No pienso irme, Liam —respondió con voz firme—. Esta finca es tan mía como tuya, y no voy a irme solo porque tú lo quieras. Liam apretó los puños, tratando de mantener bajo control la marea de emociones que lo embargaba. No podía negar la culpa que sentía, pero tampoco estaba listo para enfrentarla. —No entiendes, Aiden. Este lugar... todo esto... es un recordatorio constante de mis errores. No necesito que tú y... —su voz se quebró ligeramente antes de recomponerse— ...él estén aquí para recordármelo cada día. Aiden cruzó los brazos, su mirada se mantuvo fija en los ojos de Liam, reconociendo el dolor detrás de su dureza. —Tal vez es hora de que enfrentes esos errores, Liam. Y si esta finca te recuerda tus fallos, entonces deberías aprovechar la oportunidad para redimirte en lugar de huir. Liam sintió que sus defensas comenzaban a desmoronarse. La culpa lo carcomía, pero el enojo hacia Aiden por haberle ocultado la verdad era igual de fuerte. —¿Redimirme? —murmuró, bufando con amargura—. ¿Y cómo se supone que haga eso, Aiden? Aiden se acercó un paso más, su expresión era suave pero determinada. —Empieza por aceptar la responsabilidad de tus acciones. Empieza por tratar a tu hija y a Leo con el respeto que merecen. Liam la miró, y aunque la hostilidad seguía presente, sus ojos reflejaban la lucha interna que estaba librando. —No quiero sermones de ti, Aiden. Esto no es asunto tuyo. Solo quiero que te vayas y me dejes en paz. Aiden sintió una punzada de tristeza por la amargura en la voz de Liam, pero no se dejó intimidar. —No pienso irme. Y aunque te cueste aceptarlo, la finca es tanto mía como tuya. Tendrás que acostumbrarte a mi presencia. Liam golpeó la mesa con el puño, sus ojos destellaron con una mezcla de furia y dolor. —¡No te quiero aquí! ¿No lo entiendes? ¡Todo esto es un infierno para mí! Aiden se mantuvo firme, a pesar del miedo que le provocaba la ira de Liam. —Lo entiendo perfectamente. Pero eso no cambia nada. Edward me dejó esta finca, y no me iré hasta que se haga justicia. Liam respiró hondo, tratando de calmarse, pero el remolino de emociones seguía latente. Sabía que no podía obligar a Aiden a irse, pero tampoco estaba dispuesto a ceder fácilmente. —Está bien —murmuró, con su voz gélida—. Quédate si quieres, pero no esperes que sea fácil. No tengo intención de hacer esto agradable para ti. Aiden asintió, aceptando el desafío en sus palabras. —No espero que lo sea. Pero tampoco pienso rendirme. No después de todo lo que hemos pasado Leo y yo. Liam la miró con una sensación de dolor, rabia y algo más que no podía identificar. Sabía que la batalla entre ellos apenas comenzaba, y que sería un camino largo y difícil. —Haz lo que quieras, Aiden. Pero no pienses ni por un segundo que esto será el paraíso, bienvenida al infierno —sentenció antes de girarse y salir de la habitación. Aiden se quedó sola en la sala de estar después de la confrontación con Liam, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Se dejó caer en uno de los sofás, sus emociones finalmente se desbordaron. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras dejaba escapar la frustración y la rabia acumulada. Después de varios minutos, se limpió el rostro y respiró hondo. Sabía que no podía permitirse el lujo de desmoronarse por mucho tiempo, sin embargo, su corazón se oprimía. —Edward, cuánto te extraño... Si estuvieras aquí, no tendría que haber vuelto a este lugar, ni enfrentarme a Liam otra vez —susurró. «Tienes que ser fuerte, por Leo, por ti misma» Su mente rememoró las últimas palabras que su esposo le dijo antes de partir. —Tienes razón, cariño. Prometí ser fuerte, por nuestro hijo, por mí, y por honrar tu memoria. No voy a permitir que Liam acabe con esto —sentenció. Se puso de pie, decidida a hacer un inventario de la casa y ver en qué estado estaba realmente. Mientras tanto, Liam, incapaz de lidiar con sus emociones y el enfrentamiento con Aiden, se había dirigido al pueblo. Como tantas otras veces, fue a la cantina local, buscando consuelo en el fondo de una botella. Sabía que no era la solución, pero era lo único que le proporcionaba una tregua momentánea del dolor y la culpa.
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