[Capítulo 1: Huir]
Punto de vista Rosie.
Moscú, Rusia.
Me levanto sobresaltada de mi cama cuando papá entra arrasando con todo a su paso y con una expresión totalmente consternada, está muy pálido y sus ojos están más abiertos de lo que suelen ser.
—¿Papá, que pasa? —pregunto viendo como él va directamente a mi armario y baja de la parte más alta una maleta de viaje. Frunzo el ceño sin entender nada. —¿Papá?
—Calla, Rosie y mete tu ropa rápido —dice mi padre, pero es él mismo quien comienza a tomar grandes cantidades de ropa de mi armario y a meterlas como puede en la maleta.
Mi padre, Vicent Gallagher tiene 54 años. Trabaja como embajador de los Estados Unidos, país natal de ambos, como cónsul acá en Rusia desde hace 4 años. Mi padre es alto, un poco robusto, a pesar de no ser aún muy mayor su cabello ya se encuentra totalmente lleno de canas, siempre está bien afeitado, jamás le he visto un solo vello fácil. Sus ojos azul oscuro como la noche son exactamente iguales a los míos y parece siempre vivir bajo el estrés.
—Pero dime qué sucede. No lo comprendo.
Hace tan solo dos minutos yo estaba haciendo mis deberes de la universidad, esta semana tengo entregas finales y que haya interrumpido así como así me pone alerta. Soy muy meticulosa y realmente tengo el tiempo medido y ahora me está haciendo atrasar.
—Nos tenemos que ir de acá —es su respuesta y yo lo miro confundida —¡No te quedes ahí parada y has algo!
Comienzo a moverme con nerviosismo por la habitación. Papá nunca me ha alzado la voz hasta el modo de ponerme a temblar como justo ahora. Parece que estuviera a punto de arrancarse los pelos de la cabeza y yo simplemente me quedó en shock.
¿Conocen de esas personas que en momentos críticos simplemente se paralizan?
Esa soy yo.
Las manos de mi papá se cierran alrededor de mis brazos y me zarandea con fuerza.
—¡No es momento para que te quedes así! —grita en mis narices —. ¡Muévete!
No sé de verdad que es lo que tengo que hacer, pero de manera automática tomo un morral grande y empaco lo que yo considero importante porque no sé cuánto voy a tardar.
Mi laptop, mi iPad, mi agenda, cargadores, mis lentes de contacto y de montura. Mi neceser que siempre llevo a la universidad con mis productos de aseo personal, ropa interior, zapatos... ¿Qué falta?
La maleta de viaje es grande y está completamente llena cuando miro, en mi armario no ha quedado mucho y a pesar de llevar cuatro años viviendo en Rusia, en esta misma casa, parece que mi padre ha logrado resumir todos estos años en una simple maleta.
El sonido de helicópteros se escucha a lo lejos.
—¡Maldición, muévete. Muévete! —exclama mi padre saliendo de mi habitación con la maleta a cuestas y bajando las escaleras con rapidez, me pongo mis tenis en tiempo récord y lo sigo con el morral sobre mi hombro.
Papá enciende el auto y mete todo allí, me subo y coloco mi cinturón de seguridad, tengo miedo a preguntar y que me grite de nuevo en vez de responder, por eso prefiero mantenerme callada y simplemente crear mil y un escenarios de lo que está sucediendo.
Papá sale del garaje abriendo la compuerta con el control remoto. Son las nueve de la noche, la ciudad está totalmente oscura. No vivimos en un barrio muy poblado por lo que la iluminación es escasa y solo cada tantos metros hay un poste de luz que a duras penas ilumina suficiente.
Mi padre no enciende las luces del auto y conduce a máxima velocidad por las calles de esa manera, los helicópteros siguen sonando en el cielo y cada vez es más fuerte.
—¡Mierda, mierda, mierda! —grita él y yo me agarro con fuerza, mis uñas se clavan con fuerza en la tela del asiento y cierro mis ojos soltando un pequeño grito cuando mi papá toma una curva muy cerrada y el auto derrapa en la carretera, él consigue estabilizar el auto y comienza a descender la cuesta de una montaña.
La luz de los helicópteros iluminan la parte trasera del auto y yo jadeo. Mi padre acelera mucho más.
¡¿En qué pésima película de rápidos y furiosos cree mi padre que está jugando?!
—¡VICENT GALLAGHER DETENGA EL AUTO AHORA MISMO! —se escucha que proviene de altavoces.
Hay muchos sonidos de sirena. Mi padre no se detiene y sigue conduciendo tan rápido como puede. Hemos roto mil normas de tránsito y eso es lo de menos. El corazón lo tengo en la garganta y mis dedos están entumidos ante lo fuerte que estoy sosteniendo mi cuerpo en un mismo lugar dentro del auto.
La primera bala lanzada al auto resuena a mi lado derecho, le ha pegado en alguna parte de la carrocería. Suelto un grito más fuerte cuando el segundo y tercer balazo se escucha.
—¡Vas a hacer que nos maten! —grito yo cuando escucho los disparos, algunos no dan en el auto sino en la calle.
—Falta poco, falta poco —responde él como un mantra.
—¡¿Para qué?! —pregunto en un grito con los ojos bien abiertos viendo que estamos a punto de entrar a un túnel.
—¡GALLAGHER ES UNA ORDEN! —la voz del helicóptero es ruda y comienzo a llorar.
—Papá dime qué sucede por favor —pido entre sollozos muy asustada.
—Tienes que confiar en ellos. Van a cuidar de ti —dice dándome una media sonrisa que no me deja más que angustia.
—¿En quiénes, papá? ¿Qué sucede? ¿Porqué nos están siguiendo y disparando como si fuéramos criminales?
No hay que tener dos dedos de frente para saber que la policía nunca dispara a los buenos, si nos han disparado —y los siguen haciendo—, es porque estamos en el otro bando. El malo. Al menos mi padre a quién es que piden que se detenga.
—¿Qué has hecho? —pregunto en un murmuro mezclado con lágrimas, sollozos e hipidos.
—Ahora no puedo explicarlo —su pie no suelta el maldito acelerador, cada vez estamos más cerca de entrar a la boca del túnel.
—Tienes que darme una explicación —le exijo —. No entiendo nada, papá.
—Algun día entenderás que en la vida no todo es color de rosa y que siempre hay un lado malo —dice como si yo fuera una niña pequeña.
No lo soy, tengo 22 años, estoy en octavo semestre de ciencia políticas y relaciones internacionales, me estoy preparando para algún día ser como mi padre y representar a mi país delante de muchos y dar la cara por este. Desde que mi madre murió cuando yo tenía 9 años debido al cáncer, solo hemos estado papá y yo y he visto como él ha sido un padre maravilloso que se ha esforzado en darme todo lo que le he pedido. Jamás me ha dicho que no, ha cumplido todos mis caprichos y más solo porque soy su «clon mejorado» y al ver lo increíble que él era, me inspiró a querer ser como él. Mis sueños de algún día ser reconocida por los grandes genes que me ha dado él para representar a Estados Unidos en los eventos políticos y poder tomar decisiones en tratados y acuerdos entre naciones.
Ahora ya no sé quién es él. Se ha caído del pedestal en el que lo tenía. ¿Siempre hay un lado malo? ¿A qué se refiere con eso? ¿Dónde carajos está el Vicent Gallagher que conozco y admiro? Ahora solo veo a un hombre que huye de la policía como una rata.
Mi padre gira el auto justo en la entrada del túnel, de modo que mi lado queda hacia el interior de este y su lado queda hacia el lado de donde vienen los policías.
Se gira rápidamente hacia mí y toma mi rostro entre sus manos.
—Te amo. Eres lo más maravilloso que me ha pasado en la vida, perdoname por hacerte pasar por todo esto. —Besa mi frente con ternura.
Alguien abre la puerta de mi lado y soy tomada con fuerza por la cintura, me bajan del auto con fuerza mientras grito.
—¡Papá no me dejes! —mis pulmones se desgarran con aquel grito. No sé quién diablos me tiene sobre su hombro, escucho disparos, armas, gente moviéndose de un lado a otro, pero yo solo miro a mi padre quien mantiene sus ojos en mi con una leve sonrisa que me parte en mil pedazos.
Un hombre delgado y vestido totalmente de n***o sostiene en su hombro una arma, parece una ametralladora, pero yo sé de armas lo mismo que un hombre sabe de menstruación.
Aquel hombre baja mis pertenencias del auto y corre esquivando a quien sea que me lleva. Sigo gritando y pataleando exigiendo que me bajen. Cada vez estoy más lejos del hombre que me dio la vida y siento un enorme hueco en el pecho.
¡¿Qué estoy pagando?! ¡Yo no he hecho nada malo!
Personas de traje camuflado gris, cascos, lentes oscuros y armas llegan al auto, bajan a mi padre y lo esposan. Él no dice nada, simplemente se deja llevar mientras yo voy hacia el lado contrario.
Las personas que sea que me llevan se enfrentan con los militares rusos. Mis gritos son lastimeros, fuertes y no paran.
Soy lanzada a la parte trasera de una camioneta, al platón en realidad, caigo sobre la maleta golpendome el costado. Dos hombres armados suben conmigo mientras otros dos suben a la parte delantera y la camioneta se pone en marcha.
Intento levantarme y lanzarme del auto en movimiento.
—Shhh shhh shhh preciosa. Yo que tú no haría eso si no quisiera dañar ese hermoso rostro que tienes —dice un hombre que sonríe dejando ver sus dientes torcidos y amarillos.
Su sonrisa me da miedo y sigo sollozando mientras tiemblo aterrada.
¿Quién es esta gente?
—Quiero ver a mi padre —digo.
—Eso no se podrá por ahora. Pasara un buen tiempo en la cárcel porque fue un idiota que de dejó pillar.
Intento preguntar más. ¿Qué hizo? ¿En qué lo pillaron? No me permiten hablar. Me hacen callar al menos unas cinco veces antes de que uno de ellos golpeé el culo de su arma pequeña contra mis labios. La boca se me llena de sangre y comienzo a escupir mientras a la vez intento frenar el sangrado.
No sé cuántos minutos pasan. Me siento cansada de tanto llorar. Me duele horrores el labio y quiero ver a mi padre.
La camioneta se detiene en un lugar que parece abandonado, es como un hangar. Soy bajada de este como si fuera un costal.
El hombre de dientes torcidos me lleva arrastras tomándome con fuerza de mi brazo, el lugar se ilumina tanto que debo cerrar los ojos para acostumbrarme a la luz.
Escucho voces en Ruso que alcanzo a entender, también escucho cosas moviéndose de un lado a otro como si fuera pequeñas rueditas.
—Tenemos el encargo, señor. Vivita y coleando. Ha sido muy rebelde y tocó reprenderla.
Abro los ojos cuando escucho pasos muy pesados frente a mi. Mi rostro queda viendo fijamente a un hombre unas tres cabezas más alto que yo. Sus ojos son de un color café muy claro, como la miel y palidezco al reconocer la cara del hombre que tengo al frente.
En una de mis clases de universidad estuvimos hablando de la seguridad internacional y de los personajes que se buscan alrededor del mundo por quién son y lo que darían por capturar a alguno de ellos. Sé que no me estoy confundiendo, estoy muy segura de saber quién es el hombre que está frente a mi.
Es Nikolai Volkov.
El maldito Pakhan de la mafia rusa.