Acudí allí un par de horas después del amanecer. El obispo escuchó mi relato sin intervenir. Al acabar comentó solamente: —Han sido condenas justas —Y me despidió. Pensé que tenía otras tareas urgentes, pero antes de devolverle la despedida me permití decirle que el domingo siguiente se celebraría mi matrimonio con Mora en mi parroquia. —Bien —se complació con alegría. Me atreví a más: le pedí que celebrara él mismo la boda. Asintió con una sonrisa: —Sin duda. Ese domingo por la mañana, mi prometida, el párroco y yo llevábamos esperando a monseñor Micheli unos pocos minutos en el sagrado de la iglesia cuando bajó de su carroza. No llevaba ni escolta ni pajes y en el pescante solo iba el conductor. Estaba acompañado en el carruaje por el abogado Ponzinibio y un amanuense de la misma