En una de las sesiones, un recuerdo particularmente intenso emergió. Elena vio a un niño más grande en el orfanato, con el rostro endurecido por la amargura.
—Es mi hermano —dijo Elena, su voz teñida de sorpresa y tristeza—. Siempre estuvo tan enojado conmigo.
—Cuéntame más sobre él —pidió el hipnoterapeuta.
—Se llama Samuel —dijo Elena, con los ojos llenos de lágrimas—. Nos separaron cuando yo tenía cinco años y él tres. No sabía qué había pasado con él hasta ahora. Lo había olvidado completamente.
El descubrimiento fue como un relámpago en una noche oscura. La existencia de un hermano perdido, Samuel, había estado enterrada en su subconsciente durante tanto tiempo que casi parecía irreal. Elena se sentía abrumada por una mezcla de emociones: tristeza por haber olvidado, alegría por recordar, y una profunda incertidumbre sobre lo que podría significar este descubrimiento para su vida actual.
Durante los días siguientes, Elena no podía dejar de pensar en Samuel. Cada pequeño detalle de su infancia que lograba recordar se sentía como una pieza crucial de un rompecabezas que había estado incompleto durante décadas. Recordaba cómo Samuel solía seguirla a todas partes, su risa contagiosa y la forma en que se aferraba a su muñeca de trapo. Estas imágenes eran agridulces, llenas de una nostalgia que dolía.
Ronald, siempre atento, notó el cambio en Elena. La vio más absorta en sus pensamientos, a menudo con una expresión distante.
—¿Qué pasa, amor? —le preguntó una noche mientras cenaban—. Te he notado distraída últimamente.
Elena levantó la vista, sus ojos brillantes por las lágrimas que luchaba por contener.
—En una de las sesiones de hipnoterapia, recordé algo importante —dijo, su voz temblando ligeramente—. Tengo un hermano, Ronald. Su nombre es Samuel. Lo había olvidado por completo, y ahora todo está volviendo a mí.
Ronald la miró con sorpresa y preocupación.
—¿Un hermano? —repitió, intentando procesar la información—. ¿Qué más recuerdas de él?
Elena suspiró, sintiendo el peso de las emociones en su pecho.
—Nos separaron cuando éramos niños. Yo tenía cinco años y él tres. No sé qué pasó con él después de eso. Todo es tan confuso.
Ronald se acercó y tomó las manos de Elena entre las suyas.
—Vamos a superar esto juntos. No tienes que enfrentarlo sola.
Aunque el apoyo de Ronald fue reconfortante, Elena se encontraba luchando con la idea de buscar a Samuel. La posibilidad de encontrar a su hermano la llenaba de esperanza, pero también de miedo. ¿Qué pasaría si él no la recordaba? ¿Y si su vida había seguido un camino completamente diferente y no quería saber nada de su pasado?
Elena decidió no apresurarse. Necesitaba tiempo para procesar esta nueva información y para prepararse emocionalmente para lo que pudiera venir. Siguió asistiendo a sus sesiones de hipnoterapia, desenterrando más fragmentos de su pasado con cada visita. Cada nuevo recuerdo de Samuel la llenaba de una mezcla de dolor y anhelo.
En una de esas sesiones, recordó un momento particularmente significativo.
—Estoy jugando con Samuel en el patio del orfanato —dijo Elena, su voz cargada de emoción—. Él me está pidiendo que no lo deje solo. Le prometí que siempre estaríamos juntos, pero no pude cumplir esa promesa.
El terapeuta la guió con suavidad.
—Elena, es importante que te perdones por lo que sucedió. Eras solo una niña, no podías controlar lo que pasó.
Elena asintió, pero las lágrimas rodaban por sus mejillas. La culpa que había llevado inconscientemente durante tantos años comenzaba a desvanecerse, pero el vacío que sentía seguía siendo profundo.
Decidió hablar más con Ronald sobre sus sentimientos y dudas.
—Tengo miedo de buscar a Samuel y descubrir que no quiere verme —confesó Elena una noche mientras ambos estaban en la cama—. ¿Y si ha tenido una vida feliz y no quiere saber nada de su pasado?
Ronald la abrazó con ternura.
—No lo sabremos hasta que lo intentemos, Elena. Pero sea cual sea el resultado, estaré aquí contigo. No tienes que hacerlo sola.
Elena encontró consuelo en las palabras de Ronald, aunque el miedo seguía presente. Decidió que necesitaba más tiempo para estar lista para emprender la búsqueda de Samuel. Sabía que este era un paso crucial en su proceso de sanación, pero también entendía que no podía apresurarlo.
En los meses que siguieron, Elena continuó trabajando en su propia recuperación emocional. Las sesiones de hipnoterapia y las conversaciones profundas con Ronald la ayudaron a encontrar un poco de paz interior. Poco a poco, comenzó a aceptar que buscar a Samuel era algo que debía hacer, no solo por él, sino también por ella misma.
Finalmente, después de mucha reflexión y preparación emocional, Elena decidió que estaba lista para dar el siguiente paso. Con el apoyo incondicional de Ronald, comenzó a buscar pistas sobre el paradero de su hermano, con la esperanza de que el reencuentro les trajera a ambos la paz y la conexión que tanto necesitaban.
Después de meses de búsqueda incansable, Elena finalmente encontró una pista prometedora sobre el paradero de su hermano. Según la información recopilada, Samuel había sido visto trabajando en una finca en una ciudad cercana. Con el corazón lleno de esperanza y temor, Elena decidió emprender el viaje para buscarlo.
La finca estaba ubicada en las afueras de la ciudad, rodeada de campos interminables y árboles frondosos. Cuando Elena llegó, se sintió abrumada por la vastedad del lugar y los recuerdos de su infancia en el orfanato. Respirando hondo para controlar sus nervios, se acercó al granero donde se suponía que Samuel trabajaba.
Al entrar en el granero, Elena buscó entre los trabajadores, buscando el rostro familiar de su hermano. Finalmente, lo vio: un hombre alto y fornido, con la mirada dura y las manos ásperas por el trabajo duro.
—Samuel —susurró Elena, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho.
El hombre se volvió lentamente, sus ojos oscuros encontrando los de Elena con una mezcla de sorpresa y desdén.
—¿Quién eres tú? —preguntó Samuel, su voz ruda y desconfiada.
—Soy Elena —respondió ella, luchando por mantener la compostura—. Tu hermana.
El rostro de Samuel se endureció aún más, sus labios apretados en una línea tensa.
—No tengo hermana —dijo bruscamente—. No sé de qué estás hablando.
Elena sintió un nudo en la garganta mientras observaba a su hermano, incapaz de creer lo que veía. Había imaginado este momento durante tanto tiempo, pero nunca había anticipado la frialdad y el rechazo en los ojos de Samuel.
—Samuel, por favor —rogó Elena, luchando contra las lágrimas—. No puedes negar nuestra conexión. Somos familia.
Pero Samuel solo la miró con desdén, como si ella fuera una extraña que había irrumpido en su vida sin motivo alguno.
—No tengo familia —dijo con voz dura—. Y mucho menos una hermana como tú.
Elena se sintió como si le hubieran arrancado el corazón. Había esperado tanto tiempo este encuentro, soñando con reunirse con su hermano perdido, solo para ser recibida con desprecio y rechazo. La realidad era mucho más dolorosa de lo que había imaginado.
—Lo siento mucho, Samuel —dijo Elena con voz quebrada—. No quería molestarte. Solo quería... solo quería...
Pero las palabras se le atragantaron en la garganta mientras se daba la vuelta y salía del granero, las lágrimas deslizándose por sus mejillas en silenciosa desesperación.