NICHOLAS —¿Qué?— Ladró el hombre de la otra línea. Respiré hondo. Necesitaba su opinión en este asunto, por muy sarcástica que fuera. —Tengo una pregunta, Mario. —No lo sé. No pude evitar esbozar una sonrisa. Deja que este bastardo sea tan acogedor como una planta de cactus. —Todavía no te he hecho una pregunta. —¿Nicholas?— preguntó Mario Ortega con incredulidad. —¿Qué demonios? ¿Sabes siquiera qué hora es en Italia ahora mismo, tío? Calculé la diferencia horaria entre Nueva York e Italia. —¿He interrumpido algo? Quizá debería llamar más tarde, cuando hayas terminado. —He terminado con eso, hace un rato o si no te parto la cabeza. Sonreí mientras me acercaba a la ventana de cristal del suelo al techo y miraba las concurridas calles de abajo. —Necesito tu ayuda. En realidad, nece