Detrás de Alistair y su guardia había un grupo de gaiteros que tocaban la música más emocionante que jamás había oído. Era tan esencial que parecía salir de la tierra y levantar nuestros pies para que ninguna distancia fuese demasiado larga mientras marchábamos a Moray. Sin embargo, el primer día solo avanzamos diez millas hasta que Alistair ordenó que nos detuviéramos. Así lo hicimos, aunque hubo algunas quejas de los cáterans hasta que los guardias se metieron entre ellos. Un hombre fue colgado; su cuerpo se retorcía y se sacudía en la rama de un árbol y luego de eso las quejas se acabaron. —¿Por qué paramos?— Le pregunté a Lachlan, quien solo pudo negar con su cabeza. Él sabía tan poco como yo, pero confiaba en Alistair. —Alistair Mor tendrá sus razones—, dijo con serenidad y lo acep