No sabía cómo definir su estado de animo. No sabía si era bueno o malo. Pero a pesar de su humor, no podía dejar de llorar, y no podía tampoco descifrar si eran lágrimas de tristeza o felicidad. Tom y Alma volvieron a casa a toda prisa, ya que la lluvia no dejaba de azotar las calles. —¿Pero qué haces aquí si no es la hora en la cual regresas de la escuela?—le gritó su madre apenas ingresó por la puerta, dando un respigo del sofá y dejando la revista de moda en la mesa auxiliar. Alma tragó saliva y soltó un suspiro, apenada. —Me he escapado.—confesó. —¡¿Qué?!—ahora su madre había levantado la voz aún más. —Mamá, no exageres, no me sentía bien y... —¡¿Sabes que pueden echarte de la escuela, Nicole?! Odiaba con su alma que nombrara su segundo nombre. —Sí lo sé, pero no lo harán, sim