1 | Amistad asesinada

2681 Words
Dos semanas atrás Milán miró el arma en la mano de Deborah. Era la misma arma con la que mató a aquella mujer que le estorbaba en el camino para ser una Dama Roja. Como siempre, su pulso no temblaba, pero en su mirada atisbó que no era exactamente lo que ella quería hacer. Deborah no estaba preparada para zafarse de una amistad de años para seguir la ley que Levka impuso, eso si lograba soportar el dolor que su dueño le impartiría cuando terminara con Milán. Levka no perdonaba, y el castigo que tenía preparado para ella sería aún peor que el proporcionado a Ivana. —¿Te envió a matarme? —inquirió Milán. —Sabes que debo hacerlo. Más que un deber, era una obligación. Deborah estaba obligada a penetrar el cuerpo de Milán con sus balas. Y por más que se esforzara en declinar, era eso o morir en el intento. —No, no debes hacerlo —corrigió Milán—. Tenemos órdenes. Levka, quien se mantenía escondido detrás de la puerta, salió cuando escuchó a Milán hablar de la agencia que detestaba. —¿Y cuáles son esas órdenes? —preguntó él. Sus pasos resonaban con fuerza. La mandíbula apretada, el mentón alzado, las manos guardadas en sus bolsillos. Levka podía ser un completo desgraciado, pero su porte jamás disminuía. —¿Tus órdenes eran infiltrarse y matarnos? —preguntó él. Milán sentía la fría arma en su cintura. La camisa que usaba cubría perfectamente su cuerpo, aunque las personas frente a ella intuían que no estaba desarmada. Si Milán se enorgullecía de algo en su vida, era de su valentía, así que no le temía a Levka. Quizás un poco a Deborah por su excelente puntería, pero sabía que ella no la tocaría. Esos no eran los planes, o no los suyos. —Tenemos órdenes de matarlos sin piedad —respondió Milán—. No te tengo miedo, Levka. No eres más que un asesino. Levka sentía una fuerte atracción por la mujer, pero al probar que Deborah podía ser esa mujer que él esperó, no dudó en su sentir s****l por su Dama Roja. Deborah no estaba segura de lo que haría. No fue lo mismo entregar a Nina en las aguas internacionales, siendo una persona sin importancia en su vida, a dispararle a la única que se quedó a su lado cuando perdió a su familia. Herirla siquiera era impensable para ella. —Nunca podrían matarnos —farfulló Levka determinado—. Somos cien veces más inteligentes que ustedes. Milán soltó un bufido. —¿Inteligentes? Estuvimos a punto de ganarles. —Pero no lo hicieron —refutó—. Les faltó inteligencia. Levka pensó en todo lo que hizo para llegar a ese momento. Ignati estaba desesperado por Nina, mientras ella era amordazada en el bote y llevada hasta los pies de Maurizio. Nina era el siguiente peón que usaría para ganarle a los Antonov y eso Levka no lo vio. Él pensó que le causaría un daño a su hermano y libraría su organización, cuando la verdad era todo lo contrario. Levka se estaba ahorcando en sus propias decisiones. Vio lo importante que era ella para Maurizio, así que para permitirles a los Antonov marcharse de Italia, negoció a Nina. Maurizio habló directamente con Levka en un punto neutral donde ninguno de sus hombres ni sus hermanos sabían qué demonios hacía para salvarse a él mismo. Maurizio, seguido de siete maldiciones, accedió a darle a Nina. Ese golpe que Ignati recibió fue suficiente para convertirlo en el monstruo que Levka ocultaba. No le importó perder a su familia, ni darle la espalda a su líder. Mientras Levka respirara, jamás tendrían a alguien en sus vidas. Levka odiaba que las mujeres se interesaran en ellos; repudiaba que sus mujeres se quedaran porque querían, no por miedo como las suyas. Deborah fue la excepción, pero Levka la presionaría tanto que explotaría. Levka era como el diablo sobre el hombro de Deborah. —¿Qué esperas? —le susurró en el oído—. Mátala. Era una orden directa. Levka no se lo dijo, pero era matar o morir. Ellas dos no podrían hacerlo. No estaban capacitadas para acabar con cuatro asesinos seriales y más de cien perros. Ellas dos no marcarían la diferencia, ni serían recordadas por acabar con la mafia roja. Entonces si no podían con su enemigo, ¿por qué no unirse? Era simple, sencillo, casi indistinguible. La agencia no era diferente; todos fueron entrenados para ser asesinos y eso era lo que Deborah pensaba mientras apuntaba a su mejor amiga. A Levka no le gustaba esperar, menos por un asesinato. Pulsó de nuevo, esa vez con más fuerza. Apretó el arma que le pertenecía y a la mujer que también era de su propiedad. Le susurró en el oído que acabara con eso para irse a coger como mejor lo hacían. Deborah no lograba pensar en otra cosa que no fuera Milán. Para ella era la destrucción completa de una amistad; era decirle adiós a la única persona real que tenía en su vida, pero ella seguía algo más grande, un plan más elaborado donde Milán no tenía cabida. —¿Lo harás o no? —inquirió enojado. —Por supuesto que no —replicó Adkik desde el umbral. Adkik se adormiló unos minutos por la fuerte dosis de droga que inundaba su sistema. Él no acostumbraba drogarse. Ajeno a los entrenamientos que tuvieron, no ingresaba ninguna droga a su sistema. Tuvo suficiente resistencia, sin embargo, después de las heridas de bala en su cuerpo, las puñaladas, los golpes y todo el dolor que le produjeron, el doctor le inyectó morfina. Fue una dosis demasiado fuerte para él, así que se durmió unos minutos. No supo cuándo Milán se marchó de su habitación. Solo sintió el frío al otro lado de la cama y el silencio. Adkik se colocó de pie, ausente de una camisa en su cuerpo y siguió su instinto. Imaginó que estaría en el bar, pero cuando llegó no estaba. Continuó caminando justo hasta el salón de las cámaras. Casi nadie las usaba, pero Adkik era quien se encargaba de revisarlas una vez a la semana. Fue por ello que descubrió que Milán era una espía. Cuando revisó las cámaras y notó que ellas usaron técnicas de combate para zafarse de sus perros, continuó hurgando hasta encontrar más grabaciones, conversaciones y un par de robos en su arsenal. Adkik lo descubrió un par de días atrás. Pensó en delatarla, luego en cobrarse venganza por sí mismo, pero todo se esfumó cuando ella lo salvó. La manera en la que Milán se arrojó sobre su captor, batalló en el agua y lo salvó, era una forma salvaje de demostrarle que de cierta forma macabra estaba con ellos. Por ello cuando llegó a la azotea y miró el arma apuntándola, supo que ese no era el final que deseaba para ella. Adkik se sentía apresado por lo que su familia le comentó que era proteger a una persona, por lo que su padre le enseñó sobre las Damas Rojas y todo lo que involucraba a sus hermanos. Él no sabía si eso que inyectaba adrenalina en sus venas era la protección que su padre le indicó, o era un sentimiento que él no creía que pudiera sentir. Lo único que Adkik sabía con certeza, era que Milán merecía más tiempo y una oportunidad para reivindicarse con ellos. Y así como Levka le daba una oportunidad a Deborah, él le daría una a Milán. Levka miró a su hermano casi muerto arrastrar la pierna lastimada hasta Deborah. Milán miró al hombre que salvó. No lo amaba, no lo respetaba, pero tampoco nacía el deseo de destruirlo. Adkik poseía algo que ella quería: libertad. La agencia era todo en lo que Milán pensaba, sin embargo, los Antonov le dieron la oportunidad de probar una vida diferente, una que nunca antes experimentó. El placer de hacer lo que quisiera era indescriptible. Y aunque no lo admitiera, Adkik era su hombre perfecto. Era la persona que en otras circunstancias sería su esposo sin dudarlo. —No interfieras, brat —demandó Levka. —No la matarás —afirmó Adkik—. Es mi Dama. Levka le sonrió, esa sonrisa petulante y malvada que odiaba. —Es una jodida espía. Hay que matarla. Adkik adelantó un paso y lo enfrentó. —¿Matarás a la tuya? —replicó. Levka no tenía que rendirle explicaciones de lo que haría con su Dama. Todos debían obedecerlo. Su palabra era una ley. ¿Cómo era posible que nadie respetara sus malditas órdenes? —Lo que haga con Deborah es mí problema —refutó entre dientes—. No tienes voz ni palabra aquí. Soy el puto líder. Adkik elevó el mentón. —No con mi jodida Dama. Levka le mantuvo la mirada a Adkik. Uno de ellos estaba en perfectas condiciones, pero el otro se defendería si era necesario. Adkik no permitiría que le dispararan. No la dejaría morir. —Es mi palabra y mi Dama la que tiene el arma. Adkik retrocedió dos pasos. —Pero es mi Dama a la que apuntan. —Desvió la mirada a Deborah—. Espero que seas tan buena como dicen. Deborah apretaba el arma con una mano, cuando Viktor también subió a la azotea. Miró lo que su verdad provocó. Enfrentó a dos mujeres por la cizaña de una tercera, así que lo mejor que podía hacer era sacarlas del camino de Lionetta. Viktor no se quedó a terminar lo que sus hermanos comenzaron, así que bajó las escaleras y esperó la señal que sabía llegaría. —Quítate del medio, Adkik —demandó Levka—, o no podré salvarte si Deborah traspasa tu pulmón con sus balas. Adkik no se quitó, pero Milán lo hizo. —No tienes que defenderme —le dijo—. No soy lo que crees. Adkik arrastró su pierna y la confrontó. —Sé lo que eres —le confesó—. Eres una jodida espía. Milán lo miró sorprendida. Si sabía lo que ambas eran, ¿por qué no la confrontó? Levka en su lugar reaccionó como un detonador. —¿Qué? —Le quitó el arma a Deborah—. Repítelo. No lo apuntó, solo le quitó el seguro. Adkik no bajó la mirada al arma. A su hermano le encantaba intimidar. Le podría funcionar con cualquier otra persona, pero no con él. —¿Hace cuánto lo sabes y por qué no me lo dijiste? —Adkik no respondió de inmediato, lo que le dio cabida a las interrogantes de Levka—. ¿Acaso sientes algo por la maldita espía? Ambas mujeres contuvieron el aliento ante la respuesta de Adkik. Cuando les entregaron la documentación de sus siguientes objetivos, les dijeron que no sentían ni un ápice de cariño por las personas que los rodeaban. Incluso dudaban que su familia les importara, fue por ello que la pregunta de Levka rompió ese cristal. Era frágil, completamente diferente al temperamento de Adkik. Él no estaba enamorado. Estaba extasiado por esa mujer. —No digas mierdas —farfulló entre dientes—. No queremos que más personas mueran por tu culpa. Levka mantuvo la mirada. —¿Una espía te hizo débil? —objetó Levka. —La debilidad es la primera vena que nuestro padre nos quitó. Adkik movió la nuez en su garganta. —No delaté a Milán, no porque no quisiera hacerlo, sino por la misma razón que la otra espía continúa viva a tu lado. Levka no tenía nada que objetar. Mantuvo a Deborah viva por otra razón más fuerte que el asesinato de Milán. La mantuvo viva porque era diferente, porque de cierta forma confiaba en ella y le inspiraba algo bueno. Levka no conocía la bondad, así que no se dejaba influenciar por la empatía, pero Deborah, además de ser una diosa s****l, no le importaba que fuese un asesino. Levka tenía un corazón oscuro; mismo corazón que ella podía ganar si él no fuese tan malvado como el resto de las personas pensaban. —Al diablo con esto —gruñó Levka entre dientes. Apuntó a Milán y disparó. Falló el primer disparo porque Adkik le dobló la mano. Aun con el dolor que penetraba su estómago, Adkik impactó su rodilla en el estómago de su hermano y apretó su cuello con ambas manos. Levka golpeó las costillas magulladas, apretó sus muslos y los arrojó a ambos al suelo. El arma salió de sus manos, rodando hasta los pies de Deborah. Milán miró el arma y a Deborah recogerla. Deborah jamás temblaba ni fallaba, pero el dolor por hacer algo de lo que se arrepentiría toda su vida la llevó a soltar una lágrima. Milán también sacó su arma. Seguía el borde del crucero, justo donde se sentaron minutos atrás. Adkik apretó el cuello de Levka, rodaron y cayeron en la piscina. El agua salpicó las sillas y cayó sobre los pies desnudos de Deborah. Ella hizo su elección, una letal. —No lo hagas —susurró Milán con el arma entre sus manos. Deborah apretó la suya con una mano, la derecha, la ganadora, aquella que hizo caer a todos sus adversarios. Ante sus ojos pasó todo lo que vivió con Milán los últimos años. Y con el sol proyectándose en la espalda de su compañera, recordó los atentados, los secuestros, los abrazos cuando ganaban, las heridas que se curaban. Recordó que eran más que amigas, eran hermanas de otra madre, compartiendo el mismo deseo por asesinar. Una vez que el disparo saliera, nada volvería a ser igual. —Lo lamento, Milán —susurró. Y justo cuando la lágrima resbaló, Deborah apuntó justo en la clavícula y un poco más arriba. Dos disparos letales, justos, sonoros. Adkik pateó con fuerza a Levka y salió del agua. Su cabeza quedó alzada justo para ver el cuerpo de Milán caer de espaldas al precipicio. Un grito gutural rompió su garganta y arrastrándose hasta la orilla salió. Las gotas golpeaban silenciosas el suelo que dejaba a su paso mientras se acercaba al borde. Cuando su cabeza llegó a la orilla, no vio el cuerpo de Milán ni siquiera sumergiéndose. No sintió que tardara demasiado. Lo único que percibió sobre el agua azul fue el rastro de sangre. Era demasiada, roja como la dama que se sumergió al fondo. Levka también salió del agua, sacudiéndose como un perro mojado. Miró a Deborah limpiar las lágrimas de su mejilla. Le quitó el arma de la mano, besó sus labios y mordió el inferior. Estaba emocionado de que al fin alcanzara ese nivel de osadía que él pedía en sus Damas. Estaba excitado de que ella pudiera ser la mujer que esperaba. —Esa es mi Dama Roja —susurró sobre sus labios. Adkik giró y encontró los ojos de la mujer que se la arrebató. No hubo necesidad de decirle que la mataría. Deborah entendió que lo haría, no en ese momento y quizá no pronto, pero cuando tuviera la oportunidad acabaría de la misma manera que ella acabó con Milán. Levka siguió la mirada de Deborah y encontró los ojos furiosos de su hermano. Levka no necesitaba que Adkik se ensañara con alguien más, así que apretó el codo de Deborah y la llevó lejos de la mirada de Adkik y donde no pudiera atacarla. Adkik miró de nuevo el agua. El barco pasó junto a ella. Ya no quedaba nada, ni siquiera el rastro. Eran las huellas de lo que fue con Milán. No estaba enojado porque ella le mintiera, o no tanto como lo estaba con su hermano. Fue por ello que cuando Ignati llegó a su habitación a contarle sobre Nina, ambos sintieron que era el momento de comenzar a idear un plan para acabar con Levka de una vez por todas. No les importó que fuera su hermano. Lo único que deseaban era destruir el maldito linaje de los Antonov, aunque tuvieran que erradicar al primogénito.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD