2 | Maldición roja | Parte 2

1261 Words
—¿Quieres saber lo que haré contigo? —preguntó Levka. —Por favor —imploró. Levka llevó los dedos a sus labios y los besó. —Te azotaré —respondió en un sigiloso movimiento de labios—. Lo haré tan fuerte, que cuando termine te cogeré. Deborah sintió una sensación hirviendo en su interior. No le molestaba que la cogiera, lo hacía cada noche, mañana y tarde, pero el tema de los azotes sí la molestaba. No era algo que disfrutara ni que la excitara, no como a Levka. La simple idea de atarla de manos y pies, expuesta ante él, era idílico. Eso era lo que él quería, lo que lo encendía y quemaba por dentro. La imagen en su mente le producía una erección que solo ella bajaría. —Arrodíllate —demandó al soltarla. Deborah hizo lo que él le pidió. Levka buscó la navaja y cortó los tirantes de su vestido. Descubrió que apenas llevaba una minúscula prenda interior, tan roja como su corbata. Levka pensó en humillarla públicamente, pero nada sería tan gratificante como verla sumisa, avergonzada, adolorida. Tampoco quería que ninguno de sus perros viera su cuerpo desnudo, así que optó por un castigo menos público y más agresivo. Usó toda su fuerza de voluntad para no masturbarla con el mango de la navaja, así como también se contuvo de deslizar la hoja por su columna. —Levántate —demandó de nuevo. Deborah se colocó de pie. El frío de la noche entraba por las ventanas y erizaba sus pezones. La mujer, de no conocerlo, estaría temblando, pero nada de lo que le hiciera limpiaría sus pecados. Ella estaba enojada consigo, con los rusos, con la agencia. La muerte sería como una dulce llovizna en una tarde calurosa. Estaba lista para ella, para su llegada, pero la mejor venganza que Levka podía ejecutar sobre ella, era dejarla con vida. Mientras Deborah continuara consciente, el dolor la consumiría en vida. —No será rápido, placentero ni divertido para ti. —Tocó su pezón con la punta de sus dedos—. En cambio para mí lo será. Pateó sus pies para abrir sus piernas. Levka usó el mango de la navaja y, sujetando la hoja entre su palma, deslizó el arma por su sexo. Deborah cerró los ojos. La sensación, aunque fue nueva, le produjo la primera humedad. Levka la movía lento, sintiéndolo en su clítoris. Levka la miró a los ojos y acarició uno de sus pezones. El estómago de Deborah se contraía, mientras el placer la atravesaba. No parecía un castigo; era delicioso para serlo. Deborah mordió su labio inferior cuando Levka deslizó la navaja con mayor rapidez. La sensación de la ropa inferior frotando su clítoris, conjuntamente con la rapidez de la mano de Levka sobre su pezón, la llevó a respirar pesado. No quería complacerla, pero había cierto encanto en llevarla al delirio con sus caricias. —Eres mi maldita Dama Roja. —Deslizó la navaja más rápido—. Y como la jodida Dama que eres, me obedecerás. Soy tu amo. Deborah escuchaba claramente las palabras de Levka, pero cuando él se inclinó para morderle la oreja y lamer su cuello, todas sus barreras cayeron. Estaba cegada por el deseo que hervía en su vientre y que Levka extraería hasta la última gota. Usando el cuchillo, cortó la ropa interior. Levka apretó las mejillas de Deborah y la besó fuerte, llevándola a desear más de su boca. —Te demostraré que eres mía —gruñó en sus labios. Mordió su labio hasta sentir la sangre entre sus dientes. Deslizó su lengua por su pecho, sus pezones, la línea de su estómago hasta el borde de v****a. Sintió la humedad entre sus piernas, al igual que la navaja en su mano. Luchó con el deseo de apuñarla. No era eso lo que quería, aunque su mente no dejaba de zumbarle la idea. —Eres mía —articuló al insertar dos dedos en su v****a—. Siempre serás mía, incluso después de tu muerte. Así como entraron salieron. No la masturbaría con eso. Tenía otra idea en mente. Apretando el filo de la navaja, introdujo el mango en su cavidad. Deborah sintió la intromisión deslizarse entre su carne. Debido a la humedad, la mujer no se incomodó, pero al ver que el filo estaba en la mano de Levka, supo que estaría unida a un hombre que llevaba el sexo al lugar más doloroso. —Di que eres mía —exigió Levka con la hoja en su palma. Deborah mordió su labio. Nunca diría que era suya. No estaba preparada para serlo. Ella era una espía, alguien contratada para asesinarlo, no para ser su perra personal. Ella no se inclinaría ante él. Primero tendría que clavarle esa navaja en el cuello. —¡Dilo! —gritó Levka. Usando todo el valor que Milán siempre le dijo que tuviera, respondió que no, que ella no era su puta personal. Él no era su dueño, las personas no tenían dueño. Levka deslizó una sonrisa en sus labios. Deborah sintió el escalofrió en su columna justo cuando Levka la penetró con fuerza. Deborah sintió el mango al final de su v****a. El dolor la dobló. Parecía como si la desgarrara. Nunca antes lo sintió. Mordió su labio para no gritarle malnacido. —Dilo —ordenó de nuevo—, o la siguiente será la hoja. El escozor se ligó con el dolor, con la impotencia y el horror de ser considerada la maldita Dama Roja de Levka Antonov. Por supuesto que Deborah no lo obedeció, así que Levka extrajo el mango y rozó su vientre con la hoja afilada. Si usaba un poco de su fuerza, sería un baño de sangre sobre la alfombra. —No me hagas repetirlo —susurró al colocarse de pie. Deborah lo miró a los ojos. —Dije no. —Sostuvo su palabra—. No soy tuya. Levka hervía de rabia. Apretó el cuello de la mujer e impactó su espalda contra el sofá. Deborah escuchó los huesos de su espalda crujir, seguido del dolor en su cuello por la presión. ¿Cómo un momento erótico podía llegar a ser el final de su vida? Deborah apretó el antebrazo de Levka y usó el pie para deslizarlo de su posición de ventaja. Saliendo por debajo de su brazo, rodeó el cuerpo de Levka y se plantó en el suelo. No se dejaría vencer. Levka miró a la mujer. Finalmente salía la espía, aquella que ocultó bastante bien bajo la fachada de mujer sumisa. No estaba siquiera cerca de la sumisión, y eso lo trastornaba. Levka estaba acostumbrado a las mujeres sumisas, aquellas que por un trago le hacían un oral fabuloso. Acostumbraba cogerse mujeres débiles que no soportaban dos horas de sexo rudo y salvaje. Estaba tan acostumbrado al maldito estereotipo, que Deborah le explotaba la cabeza. Ella no era como las demás. Ella era demasiado diferente. El líder de la mafia roja movió la navaja en su mano y dejó la hoja en su palma. No le importaba una cortada. Lo único que quería era demostrar que era él quien llevaba las riendas en esa relación. Así que sin pensarlo demasiado, volvió a sonreírle. Deborah odiaba esa maldita sonrisa, más que nada porque siempre escondía algo oscuro, siniestro y aterrador. —Si no eres mía —movió la navaja—, no serás de nadie. Deslizó su brazo lentamente hacia atrás y, colocando en práctica sus cinco años de tiro, arrojó el cuchillo justo sobre su corazón.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD