Me senté a la cabecera de la sala de reuniones como siempre, ese era mi lugar y no lo dejaría. Por más que mis hermanos no quisieran que lo fuera. Desde que era apenas un crío me dediqué con mi padre a trabajar, mientras estudiaba, para sacar adelante la empresa; mis dos hermanos menores, Joaquín y Victoria apenas venían apareciendo en escena. Joaquín, recién egresado de Ingeniería comercial, creía que sabía todo lo necesario para hacerse cargo del imperio familiar y Victoria, contadora desde hacía un par de semanas, querían hacerse cargo de todo y dejarnos a Roberto y a mí fuera de circulación. ¿Qué se creían que eran? ¿Acaso no sabían lo que costó sacar adelante esta empresa? No, no lo sabían, porque ellos eran demasiado pequeños para darse cuenta de nada, jamás les faltó el plato de comida, aunque a Roberto y a mí sí. Mientras papá se sacaba los sesos trabajando en un lugar que lo dejaba desgastado por un mísero sueldo, nosotros sufríamos las consecuencias. Hasta que dio un giro a su vida, se desvinculó de su empleador y se dedicó a trabajar haciendo arreglos en las casas de los vecinos, así fue surgiendo poco a poco. Yo iba con él a ayudarle, hacía trabajo duro con él, acarreando cemento, tierra, gravilla para los trabajos, tiraba pala junto con él. Hasta que, poco a poco, pudo contratar a alguien que nos ayudara. Luego a otro y así, mientras yo luchaba por mantener buenas notas y no perder las becas que había obtenido tanto en el colegio, como después en la universidad. Hacía poco más de diez años, recién pudimos crear la empresa constructora de la que hoy podíamos sentirnos orgullosos. Sin embargo, mi papá no pudo verlo. En el último trabajo que hizo por sí mismo, tuvo un accidente, una caída que lo mató justo antes de dar forma a lo que él siempre soñó. En ese entonces, mis dos hermanos pequeños tenían apenas 15 años. No tuvieron que luchar por becas en sus colegios, menos en la universidad, tampoco tuvieron la necesidad de comer la comida del colegio, porque para eso estábamos nosotros, para darles lo que necesitaran sin tener que mendigar como lo tuvimos que hacer con Roberto, mi gemelo no idéntico que, si bien es cierto, nunca trabajó con nosotros, se preocupaba de sacar buenas notas y ayudar a mamá en casa con los dos gemelos y, cuando se graduó de abogado, pudo ayudarme a afianzar la empresa familiar.
Roberto, entró a la sala, lo que hizo que dejara mis pensamientos de lado.
―¿Qué pasa José Miguel? ―me preguntó mi mellizo.
―Nada, pensaba en Joaquín y Victoria.
―Jamás pensé que ellos serían así, después de lo que hicimos por ellos, ahora quieren quitarnos todo. ―Se sentó pesadamente en el sillón al lado del mío.
―¿Tú crees que yo sí? No lo esperaba. Ellos no se han sacrificado nada por esta empresa, aun así, tenían su puesto asegurado en ella. No entiendo que hagan esto.
―Nadie lo entiende, hermano.
―¿Qué es lo que no entienden? ―preguntó Joaquín entrando al lugar con aire suficiente, seguido por Victoria, que venía con igual actitud.
―Lo que pretenden hacer ―respondí cortante.
―¿Qué es lo que no entiendes? No queremos que tus gustos extravagantes echen a perder el trabajo de papá, deberías tenerlo claro ―reprochó mi hermana.
―No es así. Primero, sí, papá fundó esto, pero él jamás puso un pie aquí, el que trabajó por sacar esto adelante fuimos Roberto y yo. Y segundo, ustedes no han hecho nada por este lugar. Nada.
―Sí, pero lamentablemente esta es una empresa familiar y si alguien no hace bien su pega (trabajo), se va.
―No puedes decir eso, yo hago mi trabajo como corresponde, porque mira bien, todo lo que estás viendo, lo hice yo ―repliqué cada vez más enfadado.
―Es cierto, Joaquín, sabes muy bien que, aunque José Miguel y yo somos gemelos, yo trabajé con ellos mucho después de que lo hiciera nuestro hermano, él se sacrificó al lado de nuestro padre por nosotros ―acotó Roberto.
―Eso no tiene nada qué ver.
―¡Claro que lo tiene! Él tiene todo el derecho a dejarnos fuera de esto sin ninguna contemplación ―defendió mi mellizo. ―, sin embargo, no lo ha hecho, por consideración a nosotros y a nuestra madre, pero si así lo quieren, todavía está a tiempo de hacerlo, yo, como abogado, lo ayudaré de buena gana a hacerlo y dejarlos sin nada.
―¡No puedes hacer eso! ―gritó Victoria.
―Puedo. Y lo haré si ustedes siguen con esta estúpida idea de despojar a José Miguel de lo que le corresponde.
―No creo que seas capaz ―enfrentó Joaquín.
―Soy muy capaz, créeme, no permitiré que cometan esta injusticia con nuestro hermano.
―Es lo que se merece, mira la vida que lleva, por favor ―repuso Victoria un poco más calmada.
―¿Qué vida? Es un hombre serio que cumple con su trabajo.
―¡Es un motoquero y está lleno de tatuajes!
―¿Y?
―Eso no puede ser un hombre serio, parece un delincuente.
―Me cansé ―espeté enojado―. Mi vida es mía y yo hago lo que quiero con ella. No soy un delincuente ni nada que se le parezca, el trabajo duro me ha traído hasta donde estoy. A ustedes los llevé yo. No tienen nada que reclamar. Poco les importaba la vida que llevaba mientras yo pagaba todos sus caprichos.
―Eso no es verdad ―protestó Joaquín.
―¿Ah, no? ¿Acaso no han tenido todo lo que han querido? Un auto nuevo en cuanto cumplieron los dieciocho, departamento, ropa, gustos. Zapatos ―terminé mirando a mi hermana.
―Mira, si nos vas a sacar en cara lo que has hecho por nosotros... ―comenzó a decir Victoria.
―No, jamás se me ocurriría hacerlo, pero ustedes me obligan.
―Solo queremos lo que nos corresponde ―exigió Joaquín.
―¿Qué les corresponde? Por el amor que les tengo, su puesto de trabajo asegurado con un buen sueldo los estaba esperando, pero si ustedes quieren quitarme lo que es mío sin consideración, no me pidan que yo la tenga con ustedes, porque no será así. Me he sacado la cresta trabajando para ustedes, para que no les faltara nada, por lo mismo, no voy a dejar que tiren mi trabajo a la mierda por un simple capricho y ambición de parte de ustedes.
Victoria me miró con los ojos muy abiertos, nunca les había hablado de esta forma, pero ellos me orillaron a ello.
―¿Qué piensas hacer? ―consultó sin dejar su asombro.
―Dejarlos en la calle si es necesario, no llegué hasta aquí para que un par de mocosos me quieran destruir.
―¡No somos mocosos! ―exclamó Joaquín.
―¡Tengo doce años más que ustedes! ―contesté de mal humor―. ¿Creen que voy a dejar todo lo que he construido en manos de unos niños de veinticinco años? No, a mis treinta y siete no voy a empezar de nuevo porque a ustedes se les antoja.
―Pero es lo justo ―afirmó Victoria.
―Lo justo ―repitió Roberto negando con la cabeza―. ¿De verdad crees que es lo justo, Vicky?
―Sí.
―¿Quién les dijo a ustedes que hacer esto es lo justo?
―Yo sé que es lo justo, porque ustedes nunca nos han dejado participar.
―¿Cómo que no los hemos dejado participar? ―interrogué asombrado―. Ustedes siempre se han excusado detrás de demasiado estudio, nosotros les dimos el tiempo y el espacio para que solo se dedicaran a sacar sus carreras, si hubiesen querido participar, lo hubieran hecho, pero no fue así, no nos culpen a nosotros de lo que ustedes mismos han hecho, al menos háganse cargo de su responsabilidad.
Ambos se callaron, seguramente, no supieron qué decir.
Me levanté de mi asiento y caminé a la puerta sin decir nada.
―¿Dónde vas? ―preguntó Joaquín.
Yo no me volví.
―La reunión terminó. Esto queda aquí. Si quieren trabajar, son bienvenidos, pero si me quieren destituir de mi puesto, les aseguro que me iré con todo lo que tengo y todo lo que soy en contra de ustedes.
―Estás loco.
―Sí, estoy loco al darles una oportunidad de que se arrepientan ―respondí sin voltear y salí con paso firme, no me quedaría a verles la cara a mis hermanos.
Llegué a mi despacho y Rocío me avisó que mi mamá estaba intentando llamarme. Entré a mi oficina y la llamé.
―Hijo, ¿qué pasó? Joaquín y Victoria iban decididos a quitarte la empresa.
―Lo sé, ya terminó la reunión, no pueden hacerlo y si lo intentan, tendré que tomar medidas más drásticas.
―Esos gemelos han sido un dolor de cabeza ―se quejó mi madre―, ni parecidos a ustedes, dos pares de gemelos tan distintos...
―Solo están un poco perdidos, mamá, ellos crecieron con la idea que todo se da fácil en la vida, quizás fue un poco culpa mía también.
―Pero no pueden comportarse así, no pueden irse en contra de su hermano, mucho menos de ti, que les has dado todo. Sacrificaste juventud, vida... amor por ellos. Por nosotros. ―Noté un cierto dolor en su voz.
―Está bien, mamá, no te preocupes, ya tomarán conciencia.
―Sí, pero ellos no deberían estar haciendo esto, ¿qué diría tu papá? Se volvería loco. No trabajó ni dio su vida para esto.
―Mamá, quédate tranquila, ¿está bien? No pienses en eso.
―Es que si ellos toman las riendas de la empresa, con el pensamiento que tienen...
―No la tomarán, eso te lo aseguro, tal vez deba hacer algunos cambios de nombre, de dueño, pero no te preocupes, no dejaré que lo hagan, tampoco los dejaré desamparados, sabes que no haría eso.
―Lo sé, hijo, tú haz lo que tengas que hacer.
―Te quiero, mamá.
―Y yo a ti, hijo, ¿cuándo vienes?
―Esta tarde pasaré a tomar once (el té) contigo, ¿te parece?
―Sí, hijo, sabes que me encanta que te pases por acá.
―Nos vemos más tarde entonces.
―Sí, hijo, cuídate.
―Tú también, mamá.
Colgué y me quedé pensando. Mi mamá era una mujer de sesenta años, luchadora hasta el presente, amante de su familia... No se merecía que sus hijos le hicieran pasar estas rabias, mucho menos a esta altura de su vida que necesitaba tranquilidad para pasar el resto de sus días, que esperaba fueran muchos, incluso a mi edad, todavía la necesitaba.
Por lo general, me quedaba más tarde que todos los empleados trabajando, sin embargo aquella tarde, como iba a la casa de mi mamá, me fui más temprano y me topé con las secretarias en pleno y, con ellas, una mujer a la que ya conocía, al menos de vista. Hacía unos días, la encontré a la salida de un edificio donde fui a cerrar unos negocios, allí la vi, de inmediato llamó mi atención, era muy hermosa. La observaba sin ningún pudor cuando vi que su cartera se dio vuelta, botando todo su contenido. Me acerqué a ayudarla, pero ella la rechazó de forma muy brusca, solo cuando apareció el que supuse era su novio, su esposo o quién sabe qué, lo entendí, el hombre echaba chispas por los ojos, con los celos a flor de piel y ella lo miró con miedo. Ahora, estaba entre estas chicas, seguramente era la reemplazante de Magdalena, ya lo averiguaría. Saludé a todas, pero ella no respondió. Se quedó mirando al frente, yo no podía apartar mi vista de ella. Las chicas conversaban animadas de ir a un pub, pero Miranda, ahora sabía que se llamaba así, declinó la invitación, por lo que en el primer piso quedamos solos. Ella se hizo a un lado, como si estar cerca de mí le molestara. Eso terminó por arruinar mi ya apestoso día. En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, salí a toda prisa. Hubiese querido tomarla y besarla, hacerla reaccionar de algún modo, ya que no tenía expresión alguna en su rostro. Resoplé molesto.
―Buenas tardes ―me despedí saliendo a toda prisa antes de caer en la tentación.
―Buenas... ―Fue todo lo que alcancé a escuchar.
Seguí a toda prisa, no quería devolverme y plantarle un beso que la dejara sin aliento. No. Definitivamente mi frustración me estaba jugando una mala pasada. Ya encontraría el modo de desahogarme... Y no con ella, precisamente.