CAPÍTULO VEINTIUNO Ilse observó cómo la vieja cabaña se llenaba de policías y paramédicos. La hilera de clavos y tornillos había sido barrida de la carretera y múltiples coches patrulla con luces intermitentes se alineaban en la rotonda al final de la calle, bajo la vigilancia de la vieja y polvorienta granja. Una ambulancia estaba situada con las puertas traseras abiertas, como si se preparara para abrazar la cabaña. Habían sacado una camilla de la parte trasera del vehículo blanco, y dos paramédicos colocaban cuidadosamente a Samantha en ella, mientras que al mismo tiempo comprobaban sus constantes vitales y atendían su herida. Samantha se contrajo de dolor ante un repentino siseo del desinfectante contra la herida, sus dedos se movieron a tientas, retorciéndose en dirección a Ilse co
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