CAPÍTULO CUATRO
Erica sostenía su paraguas sobre la cabeza, encorvada. Dio una patada al neumático delantero izquierdo de su viejo Camry y refunfuñó mientras la lluvia continuaba golpeando a lo largo de la vieja carretera al pie de la montaña. Los pinos y los viejos árboles se estremecían de placer bajo las gotas, las hojas vibraban y parecían sonreír al contacto del agua.
Erica miró hacia ambas direcciones de la oscura, desgastada y solitaria carretera, con la mirada perdida contra el diluvio en busca de algún indicio de la asistencia en carretera.
—Vamos —murmuró entre dientes —. ¿Dónde diablos estás? —Miró hacia abajo, tanteando con los dedos helados para sacar su teléfono del bolsillo. Manteniendo el paraguas en posición vertical y apoyado contra un hombro, protegió el dispositivo y
