4. OBSESIÓN POR LA LIMPIEZA Y ALTERCADO

1432 Words
Antes de ingresar al conjunto, recuerdo que necesito cortarme el cabello y arreglar mi barba. Me dirijo a una de las tantas barberías que han surgido en el barrio, impulsadas por la llegada de venezolanos que buscan una oportunidad de vida. Me incomoda ver a tantos en mi país, pero no los culpo; sé que, en su lugar, yo también habría emigrado si no hubiera encontrado cómo mantenerme. Al entrar, el olor a talco y loción de afeitar me envuelve. Las máquinas de cortar zumban al ritmo de conversaciones entrecortadas y risas. Me ofrecen un corte moderno con líneas y diseños que no entiendo; esa moda no es para mí. Prefiero lo de siempre: un corte clásico, sin pretensiones, con la barba recortada. Nunca uso bigote; no me sienta bien y me parece antihigiénico. De vuelta en el apartamento, preparo algo sencillo de comer. El silencio me acompaña mientras limpio. Soy un maniático del orden; cuando digo limpieza, no solo me refiero a los pisos y las ventanas, también incluyo mi cuerpo. Es mi manera de borrar los rastros del pasado, de sentirme lejos de aquella realidad que soporté durante años, donde dormía en las calles y peleaba un techo con las ratas. Recuerdo cada detalle de esa época: el frío de las noches en los parques, el hedor de los callejones, la lucha constante por sobrevivir. Aprendí a defenderme, a mendigar, conocí los vicios, la prostitución, el hambre. Fue mucho más duro de lo que imaginé, pero sabía que era el precio de mis malas decisiones. Cuando dejé mi casa, cambié de pueblo buscando anonimato. Al principio, trabajaba por un bocado de comida o unas monedas, pero con el tiempo, mi apariencia deteriorada empezó a asustar a la gente, y conseguir trabajo se volvió casi imposible. Dormí en parques, en aceras, bajo puentes. Las pocas pertenencias que llevaba me las robaron en los primeros días. Con el tiempo, conocí a otros que estaban en situaciones parecidas. Me enteré de que mendigar podía ser más rentable que trabajar por un salario mínimo de ocho horas diarias. Era casi un niño cuando comencé a pedir. Mi rostro joven inspiraba lástima, y la gente me daba dinero. Ese éxito llamó la atención de las bandas, quienes me cobraban por "trabajar" en sus zonas. No pensé que cambiar de calle para dormir una noche me traería problemas, pero de ese error me arrepiento toda la vida. Esa noche descubrí que no todas las bandas se dedican al mismo negocio. Un hombre grande me despertó de un empujón y me obligó a seguirlo. Me llevó a un lugar de mala muerte, me dijo que yo era joven y agraciado, y que a partir de entonces él y su banda se ocuparían de mi "bienestar". No es necesario entrar en detalles sobre lo que viví allí; basta con decir que, un año después, ya no quedaba nada de mi infancia, y apenas me reconocía como adolescente. Los lugares donde "trabajé" siempre eran los mismos: paredes sucias, ratas asomándose entre los escombros, cucarachas que lo invadían todo. Ahora, cuando miro mi reflejo en el espejo, no hay rastro visible de ese pasado, pero sé que está ahí, oculto bajo la piel. En alguna calle de ese pueblo maldito quedó mi primera víctima. Le llamo víctima, pero era un hombre malo que solo recibió lo que merecía. La vida cobra el mal con creces, y la prueba de ello fue mi padrastro, quien murió sufriendo de un cáncer de próstata que, estoy seguro, le hizo desear la muerte antes. Es medianoche. Todo está limpio, pero el sueño no llega. Mi mente decide dar vueltas sobre qué es lo que busco en una mujer, y el rostro de Juliana aparece, como siempre. La respuesta es simple: quiero a alguien que me atraiga físicamente y que sea lo opuesto a mi madre. Que no dependa al cien por ciento de un hombre, que tenga criterio y sea capaz de defender a quienes considera su familia. ** ** ** ** ** ** ** No hay nada como tener todo limpio y una cita con una mujer hermosa para empezar el día de buen humor. Me despierto antes de que suene el despertador, lo que me permite ultimar los detalles de lo que usaré esta noche. Hoy tengo que ir a Recursos Humanos por un asunto con Leidy, pero no me preocupa. Sé que es algo que solo le importa a ella, como responsable de HSE, y quizás a la jefa de Recursos Humanos. A mi jefe, no. Todos sabemos que lo único que le interesa es que produzcamos. Yo no rechazo horas extras, no cambio mis turnos y rara vez me enfermo; él no permitirá que me sancionen por tonterías. "Tonterías", como dice él; para él, la seguridad y salud en el trabajo son inventos del gobierno para hacer gastar más dinero a los empresarios. El día está fresco y parece que va a llover, pero no me preocupo por lo que no puedo controlar. Si va a llover, que llueva pronto y escampe rápido. Llego media hora antes del cambio de turno, guardo mis cosas y empiezo a ponerme los EPP. Mientras me ato las botas, Rigoberto llega. —Madrugador, ¿eh? —dice detrás de mí—. Ni que tuviéramos una cita. —No me interesan las citas con hombres, Rigoberto —le respondo—. Y si así fuera, no serías mi tipo. El golpe que da al cerrar su locker me dice que no le gustó mi respuesta. —¿Quién sería del gusto de Maximiliano? —insiste, provocando. —Ya te dije que no me gustan los hombres —me levanto y me dirijo a la salida—. Pero si me gustaran, sería alguien como John. No esperaba lo que hizo a continuación. Antes de llegar a la puerta, Rigoberto me empuja contra la pared y, usando su peso, intenta besarme. Me toma completamente por sorpresa; sus repugnantes labios rozan mi mejilla antes de que mi cabeza choque con la suya, desestabilizándolo. Él grita y retrocede tambaleándose. —No sabes lo que te pierdes, Maximiliano —me dice, levantando la mirada—. Pero esto no se quedará así. Me río en su cara. Rigoberto esperaba que yo fuera una víctima fácil, que me intimidara, pero esa época quedó atrás. He cruzado tantas líneas que ya no hay vuelta atrás. —No sabes una mierda sobre mí, Rigoberto —mi puño impacta en su rostro y le hace sangrar la nariz. Salgo del vestuario con un dolor de cabeza por el golpe inicial, pero sé que se pasará pronto. Imagino la sorpresa del próximo compañero al encontrarlo sangrando y negándose a delatarme, pues tendría que contar el motivo de la pelea. ** ** ** ** ** ** ** ** El día avanza lento, pero la llegada de Juliana al mediodía con mi almuerzo es un respiro. —¿Te pasa algo? —pregunta al darme la bolsa—. Te ves tenso. Me gusta que me observe así. Ya había decidido que la mejor manera de borrar la escena desagradable de mi mente era reemplazarla con una más placentera, y en mi nueva imagen mental estaban involucrados los labios de Juliana. —Tuve un altercado y me puso de malas pulgas —le digo sinceramente—. Espero nuestra cita esta noche para despejarme. —Es mucha responsabilidad para una primera cita —responde, pensativa—. Pero no te preocupes, puedo con eso. Me saca una sonrisa, y parece que era lo que buscaba, porque ella también sonríe. —Así está mejor, Maximiliano —dice, dándose la vuelta para irse—. Te ves mejor sonriendo. —¿Más lindo? —le grito, y escucho su risa. —Yo nunca dije lindo —contesta, alejándose. Es increíble cómo momentos tan breves pueden cambiar el humor de un día entero. Pensé que lo de Rigoberto me tendría de mal humor hasta la noche, pero aquí estoy, de buen ánimo gracias a Juliana. Entro al comedor y caliento mi almuerzo. Las felicitaciones de John y los demás no se hacen esperar; todos saben que Juliana me lo trajo, y John vuelve a comentar lo guapa que está. Me hincho de orgullo. Desde su rincón, Rigoberto observa en silencio. El golpe que le di ya se está poniendo morado, y ver ese cambio en su cara me da una satisfacción extra. La tarde pasa más ligera que la mañana. A la hora acordada, ya estoy listo y arreglado, esperando a Juliana a la salida de su trabajo.
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