12. BORRACHERA

1239 Words
Tengo tanta ira en ese momento que actúo por impulso. La puerta se cierra detrás de mí e inicio a caminar apresuradamente, ¿a dónde voy? No lo sé, simplemente sentí que debía salir de ese lugar, sino la cantidad de recuerdos que brotaron en mí en ese momento de ira, terminarían por enloquecerme. Sentir la piel pegajosa por la humedad y la camiseta pegada al cuerpo debido al sudor, no es algo que me ayude en mi estado actual. Maldigo internamente el clima de mierda de este pueblo polvoriento mientras avanzo casi sin darme cuenta hasta la zona rosa del pueblo. No debería llamarla la zona rosa realmente, pues en este pueblo los bares y cantinas están por todos lados, solo que frente a ese parque, hay más. Sabía que verla me afectaría, que los recuerdos horribles creados entre esas paredes me torturaría, pero una cosa es saberlo y otra diferente es sentirlo. Elijo la cantina que se ve más llena y me siento en una butaca de madera en una de las mesas libres del fondo. Necesito tratar de apagar mi mente, necesito desahogo y tal vez en este lugar pueda conseguir algo. Una mujer se acerca a la mesa y pregunta que voy a beber. Mi respuesta obvia es cerveza, ¿acaso hay algo mejor para tomar en este puto calor y con la irritación en mi garganta? La chica asiente y dos minutos después hay una botella sobre mi mesa, con la característica condensación de agua que demuestra lo frío que está el producto. Tomo con apuro esa primera cerveza, sintiendo como el líquido helado baja un poco la sensación de calor concentrado en mi cuerpo. Sostengo la botella vacía en mi mano y la levanto para indicarle desde lejos a la chica que traiga la otra botella. Las siguientes las tomo de forma mucho más pausadas, dando espacio a que de alguna forma también se enfríe mi mente. La horrible música norteña suena de fondo a todo volumen y no podría importarme menos. No importa el volumen que tenga, no es posible superar el volumen al que están gritando mis recuerdos. No entré a mi antigua habitación, solo pasé frente al marco de la puerta y aun así, todos aquellos fantasmas se adhirieron a mí y están pegados a mi espalda. “Es para lo único que sirves”, me gritaba el desgraciado. En aquella época, mi cuerpo no estaba desarrollado y la diferencia de fuerza entre los dos era abismal; yo era ágil, pero debía volver a casa, así que inevitablemente terminaba atrapándome y violentándome. Yo tendría unos diez años y era más de una cabeza más bajo que él. Recuerdos similares llenan mi mente, pero las casi diez cervezas que he consumido ya pesan en mi vejiga. Me levanto y hago uso de los urinarios del local. En el camino de regreso, me doy cuenta de que varias personas me siguen con la mirada y me analizan. Esa acción hace que se disparen mis alertas y les devuelva la mirada de manera desafiante. El grupo continúa departiendo en su mesa y en vista que ninguno se acerca a mí, decido olvidarlos, al menos así fue por un rato hasta que una chica joven llega a mi mesa y se sienta en una de las bancas libres a mi lado. —¿Me invitas una cerveza? Observo a la joven y no me agrada. Es linda, eso no lo puedo negar, si yo fuera otro tipo de hombre posiblemente no tendría escrúpulos y buscaría deshacerme de parte de la tensión que contiene mi cuerpo, a través de una noche de sexo salvaje con ella, pero la verdad es que yo no tengo esa opción. Nada tiene que ver con que no la conozco, sino con el brillo desmedido de su piel por el sudor y el olor a cigarrillo que tiene impregnado en su cuerpo, entre otro montón de razones que se me ocurren. —Te puedo invitar la cerveza, pero no me interesa tener sexo contigo. El rostro de la joven muestra el disgusto que le generan mis palabras, aun así fuerza una sonrisa y continúa hablando. —Se ve que no eres de aquí y por la cara tienes, estás pasando un trago amargo. Yo podría ayudarte a pasarlo —pone su mano sobre mi pierna e inicia moverla de manera sugerente. Uno de los hombres del anterior intercambio de miradas, me sigue vigilando y la sonrisa en su rostro me indica que conoce a la chica. Levanto la botella para llamar la atención de la mesera y pedirle la cerveza adicional. —Ya estoy muy mareado, no suelo tomar mucho, dulzura —contesto a la chica tratando de mostrarme más afectado por el alcohol de lo que realmente estoy —acepto solo tu compañía para no tomar solo. Una sonrisa de triunfo llega al rostro de la chica, quien levanta la botella para chocarla con la mía en forma de brindis. Cinco cervezas después me levanto y p**o la cuenta, dejando a la chica en el bar con cara de ofendida por no invitarla conmigo o no ofrecerme a llevarla hasta su casa. —Yo no te recogí en tu casa ni te cité en el bar, no eres mi responsabilidad —respondo ya con la lengua trabada por el licor. Salgo algo tambaleante y me recibe por fin un ambiente fresco en la noche. Deben ser cerca de las dos de la mañana y las calles en las cuales no hay bares o cantinas, se ven completamente desiertas. Siento como el fresco de la noche acentúa los efectos del licor en mi cuerpo. Tomo ruta hacia el cementerio en dónde estoy seguro de que nadie decente se acercará a esta hora por miedo a los espantos y la hora. Tal y como lo sospechaba, el hombre de la mesa me sigue y sin pensarlo mucho empieza a acortar distancia entre nosotros. Elijo una lápida grande que parece nueva, me planto frente a ella y empiezo a hablarle y hacerle reclamos. Mi objetivo real para entrar a la cantina, está a punto de cumplirse. El hombre se abalanza sobre mí e iniciamos una pelea a puño limpio que lo toma desprevenido. Necesito este desfogue físico, golpeo tan fuerte como puedo y aunque no soy tan alto como él, mi habilidad para pelear es superior debido a los años de entrenamiento en el ejército. Tengo claro dónde golpear si lo que quiero es generar solo dolor y dónde hacerlo si lo que deseo es causar mayor daño. Finalmente, el desgraciado saca una navaja y me la enseña. —Vamos a terminar esta pelea aquí hombre, lanza al suelo tu billetera y celular y podrás irte sin que te haga nada más. A pesar de la molestia persistente en mi garganta, me carcajeo de manera exagerada, haciendo que el hombre se irrite más y se lance sobre mí. Ganando solo un pequeño arañazo logro reducir al hombre y caer sobre él con todo mi peso y golpearlo tanto que a la final me duelen los nudillos. Deben ser cerca de las cuatro de la mañana cuando regreso a la casa. Antes de dormir me doy una ducha y guardo mi nueva navaja en el bolso de mano. Tengo varias de esas, me gusta lo funcionales que son los servicios adicionales que tienen, mis preferidos son el pequeño destornillador y el abrelatas.
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