17. UN PESO MENOS, REGRESO AL TRABAJO

1227 Words
Aunque tengo sueño, despierto por obra y gracia del maldito calor. Abro los ojos con ofuscación al sentir la camiseta húmeda y pegada a la piel, y es ahí cuando recuerdo dónde estoy y qué es lo que estoy haciendo aquí. Giro mi cuerpo, respirando pesadamente hasta terminar mirando el techo. Ahora, a mi fastidio general, debo sumar el pequeño malestar debido al licor y al dolor en mi cuerpo, cortesía de la pelea de la noche anterior. El techo es alto, supuestamente para hacer menos caliente el lugar, pero no es suficiente contra las tejas de lata que están irradiando el calor del sol al interior de esta vieja casa carente de cielo raso. Escucho a mi madre toser y, después de eso, el sonido de arrastre que hacen sus chanclas por el largo pasillo que conecta la cocina con su habitación. Me siento en un borde de la cama, apoyo los codos en las rodillas y mi cabeza entre mis manos. Sonrío al reconocer lo tonto que era mi miedo de enfrentarme a ella. No hay forma en que su presencia actual me amedrente o que sus palabras me hagan sentir culpable o responsable por su bienestar. Este lugar está tan lleno de malos recuerdos que no existen palabras lo suficientemente efectivas como para hacer que invierta mi escaso tiempo libre en ella o trate de hacer más cómodos sus últimos momentos. Aunque odio el lugar, el calor me está mortificando y desprecio a la mujer que me trajo al mundo, me alegra haberle hecho caso a Juliana. Confirmé que mi conciencia quedará tranquila a la partida de esa mujer. Mi contacto con ella terminará hoy; después de eso, solo la veré en su funeral y supongo que una que otra vez en mis pesadillas hasta que un día por fin desaparece por completo. Tras ese pensamiento, me dispongo a arreglarme para salir a buscar un lugar para comer algo y regresar a la ciudad de Bogotá. El único baño de la casa está sucio y puede que sea generoso con el término, pues quien sabe hace cuantos meses, no le hacen aseo. Aunque lo intento, no soy capaz de bañarme en él en ese estado, así que sin más opciones, busco los elementos de aseo y lo limpio y desinfecto lo mejor posible. Quizás que estuviera sucio era una bendición disfrazada, pues tras unos pocos segundos recogiendo agua, esta empezó a salir tan caliente, que me habría quemado dándome el baño y habría salido más acalorado y sudado que cuando ingresé. Cuando finalmente logro arreglarme, me despido de la mujer, quien me observa inútilmente con ojos suplicantes, hasta salir de aquel desagradable lugar. Encuentro fácilmente un pequeño restaurante, donde solo ofrecen sopa de pasta para ayudarme a calmar el pequeño malestar causado por la bebida. Lo considero una opción viable, así que, tras disfrutar de una reconfortante sopa de pasta y abastecerme con agua y algunas galguerías de paquete, me encamino hacia el terminal para, finalmente, regresar. El viaje se prolonga mucho más tiempo de lo habitual debido a cierres en la vía por mantenimientos, así que fueron poco más de diez horas de viaje. Aunque la flota tiene aire acondicionado, el llanto esporádico de un bebé me impide dormir a mis anchas. Llego cansado y me lanzo boca abajo en mi cama, dispuesto a desconectarme del mundo por unas cuantas horas. No recuerdo cuando fue la última vez que pude dormir tanto, lo que sí sé es que a pesar de las marcas de la pelea que aún conserva mi cuerpo, me siento bien. No soy un hombre nuevo, psicológicamente hablando, pero sí uno un poco más liviano. Descanso todo lo que puedo, repaso el aseo del apartamento y hablo con Juliana por celular, buscando excusas para no verla aún, pues no quiero que me haga preguntas sobre los nuevos moretones y así se pasa mi último día de incapacidad. Mi rutina diaria se reanuda y soy recibido con alegría por la gran mayoría de mis compañeros y obviamente la señora María, quien alegremente ya le ha contado a todo el mundo que soy su yerno. Nunca había tratado con suegras, pero me agrada la idea de considerar a la señora María como familia. La mirada de la mujer contrasta con la que me da Rigoberto desde una de las esquinas de la pequeña cocina donde almorzamos. El hombre me observa con un brillo extraño en sus ojos y una desagradable sonrisa en sus labios. Seguramente piensa que le tengo miedo, que su cobarde ataque me tiene amedrentado, pero esa realidad que él sueña está tan lejos de cumplirse que hasta me causa gracia. Cuando denuncié el ataque ante las autoridades, nunca revelé el nombre de mi agresor, no por miedo a sus represalias, sino porque estaba seguro de lo poco efectiva que es la justicia en estos casos. Estaríamos citados a varias diligencias, yo diría su nombre y el motivo por el cual él me atacó, él lo negaría, el caso se dilataría y, si por casualidad lo declaran culpable, con suerte le darían unos cuantos meses en la cárcel. Vengarse desde el interior de una prisión es muy fácil. Tal y como esperaba, a la hora de la salida, Rigoberto hace todo lo posible por coincidir conmigo en la zona de lockers. Sus intensiones son tan obvias que decido seguir la corriente para que finalmente podamos hablar. —Se ve que estás mejor —dice Rigoberto con cinismo. —Me cuidaron bien en esos cuarenta y cinco días, gracias —le respondo con una sonrisa confiada, lo cual no esperaba el hombre. —Yo también tuve compañía por un tiempo, pero fui mucho voltaje para él. Sus palabras me hacen recordar que hoy no vi a John y nadie lo mencionó. No puedo evitar fruncir el ceño y preguntarme si se está refiriendo a él, pues si es así, eso quiere decir que el chico no supo como afrontar la situación, no supo defenderse y la única solución que encontró fue renunciar para huir del problema. Si nadie lo mencionó, posiblemente el chico se retiró hace más de una semana y para el resto del grupo, esa debe ser historia antigua. Con eso en mente, lanzo una pregunta a son de confirmar mi teoría. —¿Estás aquí para intimidarme y que yo remplace a John como tu amante? El hombre sonríe abiertamente. —Al principio creí que me disgustaba esa forma de expresión tan directa, pero creo que en el fondo me gusta, extrañé eso Max —mi nombre en diminutivo saliendo de su boca suena feo, se siente sucio —mi interés real nunca estuvo en el chico, siempre fuiste tú. —Entonces supongo que vamos a continuar con el problema Rigoberto, yo no soy sumiso —la expresión del hombre se altera y cambia a una de desconcierto ante mis palabras y luego vuelve su sonrisa. —Entonces, yo puedo serlo Max, si ese era todo el problema, solo tenías que decirlo. Ente esas palabras y la mirada de satisfacción de Rigoberto, evidencio que lo que dije fue interpretado de forma errónea. —Si te cumplo la fantasía, ¿te calmarás y me dejarás en paz? —Claro —su respuesta es corta y tan evidentemente falsa, que sé que este hombre es y seguirá siendo un problema.
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