Ingreso con mis portas del almuerzo y una sonrisa tonta en el rostro. Es increíble cómo un suceso tan efímero hace que todo se vea menos oscuro.
En la cocina, la mofa de mis compañeros no se hace esperar.
—¡Uy, Maximiliano, la tenías muy bien escondida! —dice Rigoberto, un operario del área de empaquetado—. Y nosotros que pensábamos que estabas dentro del clóset —añade burlonamente.
Ignoro su comentario porque sé que el que está en el clóset es él. Ya me ha hecho varios comentarios similares y lo he sorprendido mirándome de forma inapropiada.
—Felicidades, parece que van muy bien si ya te trae el almuerzo —comenta otro chico cuyo nombre no recuerdo, pero que sé que pertenece al área de transporte.
—No es mi novia, es la hija de la señora María —digo mientras meto al microondas los portas—. Ya quisiera que lo fuera, es bonita.
—Ja, ja, ja —se ríe el chico cuyo nombre no recuerdo—. Pero estoy seguro de que eres el único al que la señora María dejaría que se acercara a su hija. —Luego de otra gran cucharada de arroz con papa, sigue hablando—: Deberías aprovechar; nos ganó la curiosidad y nos asomamos. La verdad, es bonita así nomás. Arreglada para salir debe ser un mujerón.
Suena el microondas, así que saco el porta y empiezo a comer. No había pensado en todo eso, pero el chico tiene razón. Ella estaba en una pinta normal de trabajo, sin mayor maquillaje; arreglada para una cita debe ser preciosa.
—John tiene razón —dice Rigoberto—, todas las mamás te quieren como yerno; hasta la mía te querría —afirma con una sonrisa socarrona que hace que el resto de operarios también se rían—. No soy el único que se dio cuenta de que le gustas. La pregunta del millón aquí es: ¿te gustan las mujeres?
Lo miro con enojo, a lo que el sujeto responde con una gran risotada.
—No sabía que podías mirar así de feo, hombre —contesta, aún sonriente—. Pero nunca has querido salir con nosotros de rumba y nadie te ha visto con una mujer. Ni siquiera has aceptado conocer a la hija de la doña de las arepas, que no hace sino ofrecértela. No nos culpes por sacar conclusiones.
Todos saben que me gusta estar limpio, así que supongo que el sujeto estaba seguro de que soy gay, al igual que él. Pero nada más alejado de la realidad; hace muchos años que decidí mi sexualidad y no fue precisamente a las buenas. La vida me enseñó a no dejar que otro hombre se acerque íntimamente, menos después de conocer las atrocidades de las que se puede ser víctima.
—Ya hablando en serio, ¿piensas intentar algo con ella? —pregunta el chico cuyo nombre ahora sé que es John—. Porque si dices que no, entonces lo intentaré yo.
Se escuchan risas generalizadas y alguien al fondo grita:
—¡Como si una mujer así le fuera a poner cuidado a un culicagado!
El chico también se ríe.
—Si no lo intento, no lo sabré. ¿Qué tal si lo que le gusta es el colágeno?
Vuelven a sonar las risas de fondo.
—¿Qué respondes, Maximiliano? —pregunta John mientras lava el porta.
—Te respondo mañana —me levanto y sigo su ejemplo—. Hoy solo tantearé el terreno.
Se alborota la algarabía.
—Parece que te subestimamos, Max. Ya tienes una cita cuadrada con ella —bufa otro—. Entonces, quien suspiraba por ti nunca tuvo oportunidad —se escuchan risitas bajas.
—¿De qué se ríen? —dice John.
Es joven e inexperto; supongo que después alguien le contó.
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El tiempo es especialmente cruel conmigo esta tarde, pero una vez que marcan las seis, salgo apurado. Me pongo tan presentable como puedo, y al mirarme en el espejo, tomo nota mental de que debo cortarme el cabello.
Llego tan rápido como puedo a donde trabaja Juliana. Ella ya me estaba esperando.
—Discúlpame —digo apenas la veo—, no hubo forma de llegar antes —le entrego la bolsa con los portas.
—No hay problema —contesta, restándole importancia.
—Te acompaño al paradero —sonríe, aceptando mi compañía.
De camino, me doy cuenta de que Rigoberto no nos pierde de vista, y eso me genera una muy mala sensación.
—Esta es mi ruta —afirma Juliana mientras el vehículo se acerca, y la ayudo a conservar su puesto en la no muy definida fila para ingresar.
Miro con extrañeza el letrero, pues es la ruta que uso para volver al apartamento.
—No sabía que nos sirve la misma ruta —comento alegre.
—¿Cómo es posible que nunca nos cruzáramos? —pregunta con una mirada de burla. No cree en esa casualidad.
No la culpo; nunca regreso a esta hora. Además, es joven, bonita y con pinta de juiciosa; le deben llover pretendientes. Le doy el nombre del barrio donde vivo para que me crea.
—¿Me estás tomando del pelo? —la entonación que hace al formular la pregunta suena bastante divertida, así que río con ella.
—Claro que no —respondo—. Recordaba que después de la muerte de tu papá se habían mudado, pero creí que continuaban en el mismo barrio.
—Mamá quería un cambio hasta de ruta —dice con simpleza.
Conversamos mientras avanza la fila e ingresamos al vehículo, quedando los dos de pie, cerca el uno del otro. Observo cómo una pareja intercambia señales y toma ubicaciones diferentes en el vehículo; los sigo con la mirada sin que ellos lo noten.
—¿La conoces? —pregunta Juliana, mirando en la misma dirección que yo—. Es bonita.
No puedo evitar hacerle una mirada de reproche.
—No es mi tipo —me acerco para hablarle al oído—. ¿Ves al chico de camisa de muñecos chinos junto a la señora de saco gris y peinado gracioso?
Ella solo asiente mientras mira disimuladamente hacia donde le indico.
—Digamos que nosotros salimos de trabajar, pero ese par continúa trabajando en este momento.
Se acomoda un mechón de cabello mientras mira a uno y luego acomoda su bolso para mirar al otro. Sé que iba a decir algo, pero el vehículo frena de forma brusca, haciendo que varias personas pierdan el equilibrio y yo deba hacer un poco más de fuerza para evitar que un hombre casi caiga sobre ella.
Ese fulano intencionalmente se estaba dejando caer contra Juliana; fue evidente, pues mágicamente se pudo sostener cuando la cubrí.
—Gracias —dice Juliana—. Parece que eres diferente a lo que imaginé.
—¿Diferente cómo? Espera... ¿Me habías imaginado? —ahora soy yo quien ríe—. Qué honor.
—La verdad, no dan ganas de conocerte cuando mamá no hace sino desvivirse en halagos para ti —me regala una mirada diferente, como si lo hiciera por primera vez.
—No es mi culpa que ella tenga buen gusto —bromeo un poco.
—¡Oye! —hace como que me llama la atención y luego golpea suavemente mi hombro—. ¿Dónde está el hombre centrado y súper aburrido del que habla mamá? —los dos reímos.
—No soy tan bueno como ella piensa —aunque sé que suena jocoso, solo digo la verdad.
—Eso veo.
Sonrío, deteniendo la mirada por unos segundos en sus labios para luego volver a sus ojos cafés.
—Eso me vuelve arrolladoramente popular entre las mujeres jóvenes.
—Lo imagino —suelta una carcajada contenida—. Que un hombre esté recomendado por una mamá lo hace súper sexy.
El tiempo en hora pico nos dio para conocernos un poco, lo cual es muy malo para ella, pues me está gustando lo que me está mostrando. Trabaja en la parte administrativa, así que entra a trabajar dos horas después que yo; es soltera, sin hijos, y espera poder entrar a estudiar una carrera universitaria en la nocturna el próximo semestre. Hace poco terminó con su novio porque descubrió que la engañaba.
A estas alturas, hay menos personas en el bus y nos podemos sentar.
—Yo debo bajarme en tres paradas —informo, no queriendo terminar la conversación.
—A mí me quedan cuatro —replica, centrando su atención en la ventana.
—Aquí me bajo —acomodo mi morral—. Es una lástima que los ladrones se bajaran; ellos habrían sido mi coartada perfecta para acompañarte un poco más.
Hacemos un pequeño intercambio de sonrisas.
—Bueno, tendrás que ser más creativo si me quieres acompañar a casa algún día.
—Eso significa que tengo oportunidad de invitarte… ¿a comer mañana?
—Vale, pasa por mí mañana a las seis y media.
La noche está fría como siempre, y aunque debido a la contaminación y el exceso de luces en la ciudad no es fácil ver estrellas, para mí esta es una noche bonita. Hablé con una mujer bella; no es tonta, es decente, y yo le caigo bien, a pesar de que nuestra interacción solo se pudo generar en un vehículo de transporte público.