Ser un muerto —aunque fuera una mentira—, se sintió tan extraño como comer mayonesa con helado. Desperté horas atrás en medio de un desolado bosque, a un par de kilómetros de la prisión, abandonado, tal como si en verdad fuera un c*****r. Me sentía liberado de las leyes humanas, pero un poder supremo vigilaba cada uno de mis pasos. Andrea me brindó una segunda oportunidad que aprovecharía al máximo, sin impedimentos, aún más al saber que ella se reuniría conmigo en un par de horas. Esa esperanza me mantuvo alerta los minutos que caminé por la orilla de la desolada carretera. Ellos me abandonaron en una parte estratégica, donde el tráfico era tan improbable como volverme actor de cine famoso en una semana. Caminé sin elevar mucho la mirada, temeroso de que en algún momento alguien pudie