Dos meses después Un fuerte puntazo en el bajo vientre cortó mi sueño. Emití un leve sollozo al sentir como un extraño líquido corría como hilillos por mis piernas desnudas. El dolor que experimentado era agudo, arraigado en lo recóndito de mi útero, entre la carne que recubre las paredes y los órganos que albergaba mi cuerpo. Me retorcí en las sábanas blancas, inconsciente que al elevar aquella tela que comenzaba a adherirse al líquido que no cesaba de derramarse por mis muslos y se teñía de un rojo carmesí en cuestión de mini segundos. Sangre. Mucha sangre manaba de mi cuerpo, empapaba la ropa que llevaba puesta y las sábanas de un centenar de hilos. Con temblor en mis dedos, toqué el líquido escarlata, adhiriéndolo a mis dedos y quemándome con lo que mi mente comenzaba a zumbar.