Un relincho me recordó mis raíces, lo mucho que amaba cabalgar y ese destino que debía aceptar. No estaría allí para ella, siendo necesario un cambio de dueño. Vivimos innumerables momentos, pero todo lo bueno siempre llega a su fin. —Nicholas —masculló Charles. Giré en su dirección, acariciando la cresta de Centella. En los ojos de Charles noté como me suplicaba que no lo hiciera, entendiendo que era injusto lo que haría. —No lo hagas —emitió con suavidad. —Es tiempo de afrontarlo, Charles. —No entiendo qué ocurre —profirió Erika con la bebé en sus brazos. Relamí mis agrietados labios, frotando mi nariz. —Este es mi regalo para Alma. Erika amplió sus ojos, entreabriendo los labios. Desvió la mirada de Charles a mí, anonadada por la sorpresiva revelación. Erika sabía que Centell