Sus besos, sus caricias, me hacen sentir ¡viva!, sentir su dura erección rozar mi sexo hace que gima. ¿Pero qué estoy haciendo?, ¿Acaso estoy loca?, no he estado con mi esposo, mucho menos con él, además ¿Por qué acepto sus besos si soy una mujer casada? Me separo de sus deliciosos labios. —Esto.. no.. está… bien.. detente Gabriel... — digo entrecortado por la falta de aire, Gabriel se separa de mí, y pega su frente con la mía. Su respiración también es acelerada. —Lo siento, Montserrat, en serio lo lamento, debes pensar lo peor de mí, de verdad discúlpame. —sus disculpas tan sinceras me llegan al corazón. —No pienso mal de usted, al contrario, soy yo la que está casada, debe pensar que soy una cualquiera, si voy a trabajar para usted esto no puede volver a ocurrir. — digo bajando mis