Narra Casandra Nos lleva más de cuarenta minutos cruzar la ciudad hasta el lugar donde se celebra la fiesta. He decidido que el tráfico en la ciudad es algo que hay que temer. Los autos entran y salen como si tuvieran una especie de burbuja a su alrededor que les permitirá rebotar ilesos en los objetos. Viktor frena bruscamente gritando por la ventanilla en ruso. No entiendo nada de eso, pero estoy bastante segura de que no le estaba dando buenos deseos al conductor que acaba de cortarnos el paso. —¿Está bien?—me pregunta, mirándome por el retrovisor. Aleksander no está con nosotros. Se reunirá conmigo en esta fiesta, donde no conozco a nadie. —Sí. Gracias—dejo escapar un largo suspiro—¿Estamos por llegar?— pregunto. Él asiente. —Dos cuadras más. Me inclino para ver mejor la panta