Acepto

2744 Words
" La decisión más difícil no es aquella en la que te dan opciones, sino donde no tienes de donde escoger". ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^ — Empresas Fermani —murmuré al pie del gigante edificio. La más grande compañía del país en crear productos para la piel. Los maquillajes como cremas, entre otros eran los más caros y cotizados entre el público. Bien conocido eran los desfiles que organizaban para demostrar la calidad de su producto. Solo una vez tuve la oportunidad de entrar y ver el método de preparación, desde ese momento me enamoré de la química. Quería ser una de esas personas que veía su creación ser usada por cientos de personas. ¿Quién lo diría? He pasado por esta calle infinidades de veces, mas hasta hoy me decidí a entrar. — De acuerdo Mayda, solo será un préstamo, a ellos los ricos no les afecta tanto —me dije para darme el valor suficiente para entrar. Con la mente relajada, di el primer paso, sin embargo, sólo dos segundos después, retrocedí arrepintiéndome de lo que estaba por hacer. De repente, no me di cuenta que alguien acababa de llegar y estaba justo detrás de mí, inevitablemente terminé con la cara enterrada en su pecho. Su aroma era tan masculino, esa fragancia era divina. — ¿Así que volviste? Apenas escuché su voz, me aparté tan rápido como un rayo. — ¡Lucien! —dije nerviosa, de pronto vi detrás de él, era el señor Donato, él me saludo a lo lejos con su mano y una sonrisa en los labios. — ¿A qué has venido Mayda? Decías odiar mi cercanía. — ¡Lo hago! Mi opinión sobre ti no cambiará. Solo estoy aquí, porque no tengo mayor opción. — Entiendo —dijo sin parpadear—. Vayamos a mi auto, no podemos conversar aquí. — Solo serán unos segundos. — Mayda. Su voz sonó tan gruesa como profunda que erizó mi piel. Terminé aceptando seguirlo en el auto. Al estar ahí, juntos, no pude evitar preguntar por su ropa. — ¿Creí que estabas empapado como yo? — Me cambié, ahora habla a lo que has venido. Pasando saliva, apreté mis puños sobre mis rodillas, sentía que me estaba traicionando a mi, pero ya no tenía salida. — Necesito un préstamo —confesé sin mirarlo a los ojos, mas por su silencio, intuía que estaba tan sorprendido como el señor Donato que estaba en el asiento de conductor. — ¿Un préstamo? ¿Tienes el descaro de venir aquí, a mi empresa, a pedirme dinero, después de todo lo que me dijiste? ¡Pero que poca vergüenza tienes! — Se lo que dije y… — ¿Qué hay de tu dignidad? ¿Solo eran palabras vacías? Bueno, no me sorprende. Tu siempre fuiste una que nunca tuvo moral. — Señor Lucien. — No me interrumpas, Donato. Yo ya escuché lo que ella tenía que decir, también tengo derecho a decirle lo que pienso de ella ¿No lo crees? — Creo que fue un error haber venido. Tú nunca cambiaras —le dije con la intención de irme. — ¿Tanto te duele la verdad? — Me voy, no tengo intención de escuchar tus comentarios destinados. — ¿Quieres un préstamo? Bien te daré todo el dinero que necesitas. Con mi mano en la puerta del auto, me detuve un momento. Mi mente me decía que debía irme, mandarlo al demonio y fingir que esto nunca sucedió. — No soy un hombre tan cruel Mayda, tendrás mucho más que solo dinero, pero sabes mi condición. Lo miré a los ojos, no entendía como un ser humano podía ser tan cruel. — ¿Casarme contigo? — Tú lo sabes, mi propuesta sigue en pie. Tendrás todo lo que nunca imaginaste tener. Ahora no tienes trabajo, y si vienes a pedir mi ayuda, debes estar muy desesperada. Acepta casarte conmigo y tu vida se solucionará. — No lo entiendo ¿Cuál es él motivo? ¿Qué beneficio obtendrás de todo esto? — No es algo que te importe, piensa en esto como un negocio. Me sorprende saber que Lucien piense en el matrimonio como un negocio. Burlarse de uno de los momentos más sagrados en la vida. Lucien Fermani no tenía ni un ápice de bondad en su corazón carcomido por el infierno. — Solo dígame una cosa ¿Por qué yo? Aún después de todo lo que pasamos y lo que me dijiste aquella última vez ¿O es que olvidas que…? — ¡Se lo que dije! —me interrumpió alzando la voz—. Y lo volvería a decir, mis pensamientos sobre ti siguen siendo los mismos. No creas que esto es por amor o alguna estupidez que ustedes las mujeres anhelan. Mirando a Lucien, sentí mi pecho quebrarse, los ojos me ardían, pero me negué a derramar alguna lágrima. Ser la esposa de Lucien Fermani… sería vivir un infierno, si tan solo él fuera… Pero no lo es. — Lo haré —susurré cubriendo mi rostro con mis manos para ocultar lo mucho que me dolía tener que traicionarme a mi misma. Soy de lo peor. Aunque no lo veía, sabía que sonreía con sabor a triunfo. El deseo de él, era verme destruida y lo estaba logrando. — Hiciste bien. Ahora ve a tu casa, Donato irá esta noche a recogerte, por cierto, no es necesario que traigas equipaje. Dile a él lo que necesites y en el acto lo tendrás. Mordí mis labios para evitar soltar sollozo, giré tan rápido como pude y abrí la puerta. Ya no soportaba estar ahí un solo segundo más. Acababa de firmar mi propia sentencia. … Cuando llegué al lugar donde vivía, me refugié en mi cama, Kissy subió para acurrucarse junto a mi pecho. No quería llorar, pero me costaba trabajo hacerlo. En momentos como este necesitaba el abrazo de mi padre, él único que conocí y me amó aún sin tener un lazo sanguíneo. — Cuanta falta me haces… Trato de ser fuerte, como tú lo fuiste ¿Pero qué hago? ¿Qué hago…? De pronto, Kissy se levanta y camina a la puerta, solo unos segundos después, escuchó los golpes. Sin muchas ganas me levanto y abro la puerta. Al verla no puedo evitar soltarme en su hombro. Ella me recibe de inmediato abrazándome con sorpresa. — Mayda qué… ¿Qué tienes amiga? ¿Por qué lloras? Vamos adentro… Siéntate y respira ¿De acuerdo? Donna me ayuda a llegar a la mesa, ahí ella se apresura en traerme un vaso de agua y me pide que lo beba con calma. Poco a poco siento mi respiración más tranquila y puedo volver a hablar. — Ahora dime qué fue lo qué pasó. Tú no acostumbras a llorar, para que estés así debe haber sido algo grave. Donna no se equivoca, después de mi padre, ella es la segunda persona que mejor me conoce. — Acabo de firmar mi sentencia de muerte —dije soltando el vaso sobre la mesa—. He aceptado casarme con Lucien. — ¡¿Q-qué?! Entiendo la reacción de Donna, después de todo lo que le conté como era mi vida en casa de Lucien. Seguro estaba pensando que había perdido el juicio. — A ver, explicame bien, porque mis neuronas están corriendo en un laberinto sin encontrar la respuesta ¿Cómo es eso de que "Lucifer" y tú se causarán? — No tenía salida, esta mañana en el café, vino a proponérmelo. Me negué, pero después de todo lo que ha ocurrido y los problemas económicos que me ahogan me quedé sin otra opción. — ¿Pero qué pasa con ese hombre? ¿No decías que él te odiaba? — Y lo hace, de cualquier modo no encuentro otra razón para que me pida ser su esposa. Hará mi vida más miserable. — Sí lo hubiera sabido, no te habría dejado sola en ese momento, pero cuando sentí su mirada, parecía que mi cerebro sólo obedeció una orden. Yo creo que de verdad él es Lucifer. — Esta noche vendrá Donato a llevarme a la casa de Lucien. Después de más de tres años nunca imaginé que volvería de esta manera. — Amiga… — No quiero… No quiero casarme —negué con mi cabeza. — Ay amiga, me duele verte así —dijo Donna limpiando sus lágrimas—. Si yo tuviera la posibilidad, juro que te ayudaría. — Lo sé, pero ya no hay nada que hacer. Solo me dieron hasta la noche para desocupar este lugar. Iré al banco a retirar mis ahorros para pagarle al dueño. — No puedo evitar sentirme mal, si estás en esta situación es por mi culpa. Yo no debí… — No Donna —contesto colocando mi mano sobre la de ella—. Somos amigas, ambas nos ayudamos y esto era algo que tarde o temprano iba suceder. Llevo debiendo el alquiler dos meses. Lo inevitable ocurrió. … Esa misma tarde, salí como lo tenía planeado. Tuve suerte de que el banco no tuviera una fila larga, al menos algo bueno me pasaba. Caminando por la calle con el dinero, veía a las personas felices, riendo tan distraídos, disfrutar de un momento de tranquilidad, y aunque no me guste decirlo, en realidad siento celos, pues yo también hubiera querido tener esa vida. Aunque sea por un segundo olvidarme de todos mis problemas y sólo ser una chica que quiere estudiar. — Ah… —suspiro—. Ya Mayda, hay personas que lo pasan peor que tú, este no es el fin del mundo —me digo en la mente. Veo el atardecer y me doy cuenta que la hora se va acercando. Será mejor apresurarme. De repente, voy caminando por un pasadizo, este camino es muy estrecho, pero es un atajo para llegar ¿Cuál era el problema? Muchos tipos andaban ocultos entre las esquinas. Pasando saliva me aferro al dinero que llevaba en mis manos y trato de caminar rápido, hasta que noto unos golpes detrás de mí, estos se acercan y producen una sensación de miedo en mi cuerpo. Me hago a la que no escuché nada y continuó, pero con el paso acelerado. Mas los pasos siguen ahí, hasta que de un momento a otro alguien me golpea el hombro con una fuerza bruta, que de seguro se convertirá en un moretón. Mala suerte mía, el dinero ya no lo tenía. Levanto un brazo y grito por ayuda, pero era inútil. El ladrón se había escapado. Casi como si no tuviera alma, caminé hasta casa. Ya era de noche. Antes de entrar me quedo unos minutos en la puerta reflexionando sobre mi vida y me pregunto ¿Por qué todo este maldito mundo está mal? ¿O es que yo soy la mala? — Mantener el ánimo aún con la tormenta —pronuncio recordando las palabras de mi padre—. ¿Cómo lo hacías papá? A pesar de todo, nunca te vi derramar una sola lágrima. Negando con mi cabeza de que nunca sería ni una décima parte de lo que fue mi padre, entré. Vi el reloj en la pared, ya era tarde. Solo era cuestión de minutos para… Entonces, la puerta detrás de mí fue golpeada. Me doy media vuelta y al abrirla me encuentro con el dueño. — Buenas noches, señor —lo saludo cortésmente, pero él no tiene intención de contestarme. Se le ve muy enojado. — Ya es tiempo Moretti —dice mi apellido—. Pagame y marcharte ahora. — Señor yo… — No voy a aceptar ninguna excusa Moretti. Ya te esperé y tengo a otra persona que entrará aquí mañana. — Es que señor… —intento explicarle, pero no me deja ni terminar de hablar. — Págame ahora o atente a las consecuencias. — Señor, me han robado el dinero. Le juro que si le voy a pagar, solo deme unos días para conseguir un trabajo. — No muchachita, de aquí no te mueves sin pagar. ¿Sabes qué? Llamaré a la policía. — ¡No! Señor le ruego que no lo haga —le pido juntando mis manos en súplica, sin embargo él no me escucha y marca en su celular el número. — Le dejaré mis cosas como garantía. — A mi no me interesan tus porquerías —me responde despectivamente. Ya no se que hacer, es en ese momento que alguien llega justo ante mi puerta. — Oh, estaba abierto, no lo sabía —dice la persona, para luego quitarse el sombrero de chófer y mostrar un rostro que recordaba con cariño. — Señor Donato —digo. — Señorita Mayda ¿Qué ocurre? —pregunta curioso. — ¿Usted conoce a esta muchacha? —interviene el dueño. — Por supuesto ¿Ocurre algún problema? — Esta me debe dos meses de alquiler, y si no me paga llamaré a la policía. — Ya veo, escuche. No hay necesidad de llegar a ese extremo. Dígame cuánto es lo que debe. Al decir la cantidad, el señor Donato saca su billetera, pero es ahí cuando lo detengo. — Señor Donato, no tiene que hacerlo. Pero él no me presta atención, y procede a pagarle al dueño. — Con esto la deuda queda saldada. Ahora si ¿Puede acompañarme señorita Mayda? —me pregunta. — Señor Donato, no debió. — No se preocupe por eso, señorita. El señor Lucien me encargó un dinero que será para comparar lo que usted necesite. — ¿Lucien hizo eso? — Así es, ahora venga. La llevaré a la que será su nueva casa. — Pero ni siquiera he empacado. — No es necesario. Ya el señor me encomendó esa tarea. Asombrada por todo lo que Lucien hacía por mí, pregunté con curiosidad a Donato. — ¿Por qué él es así? Pensé que me odiaba. — Tal vez no sea yo quien deba decirle. Ahora que usted vuelva podrá saberlo. Venga conmigo. — ¡Oh no! No puedo irme sin Kissy. — ¿Kissy? —dice confundido. — Es mi compañera ¡Ven Kissy! —la llamo, y ella aparece caminando hacia mi. Entonces, el señor Donato ríe a carcajadas. — Kissy es una gata. — Sí, es mi compañera y por nada en el mundo la puedo dejar —me apresuro a decir, porque conozco del disgusto de Lucien por los animales. — Siendo ese el caso… Me meteré en un gran lío, pero tráigala. — ¡De verdad! Ver esa sonrisa sincera me hizo recordar de los bonitos días que fueron cuando llegué a casa de los Fermani, pero que con el tiempo todo se volvió una pesadilla. Llevando solo una pequeña maleta con cosas que no tenían valor monetario, pero sí de gran valor sentimental, me fui con el señor Donato y Kissy. … Ya en el camino, el fantasma del pasado se apoderó de mi cuerpo. Esto no fue pasado desapercibido por él, y preocupado vio por él espejo para preguntarme: ¿Está todo bien señorita Mayda? — Señor Donato, usted sabe cómo sucedieron las cosas la última vez y… — Entiendo. Escuché parte de la conversación. Esa noche la actitud del señor Lucien no es ni será justificable. — Me trató horrible, cada palabra fue una puñalada. Yo… no se si aceptar este matrimonio haya sido una buena idea. — El señor Lucien no es tan malo como usted cree. He estado en la familia Fermani durante más de treinta años y lo conozco lo suficiente. — ¿Sí? Entonces, por qué yo solo recuerdo su desprecio. Esa mirada gris que quería congelarme. Donato ya no dijo más, simplemente continuamos el camino en silencio, hasta llegar a la enorme mansión. Todo seguía igual a cómo lo recordaba. Él abrió la puerta permitiéndome entrar. — Por ahora la casa solo está ocupada por el personal de servicio, este humilde servidor, el señor Lucien y ahora usted. — ¿Por ahora? —pregunté ante esa respuesta abierta. — Sí, ahora venga, le mostraré su habitación. Cuando quiso llevarme, yo retrocedí. — Eh… ¿Lucien, no está? No quisiera cruzarmelo ahora. — El señor Lucien no se encuentra, fue invitado a una fiesta en honor al matrimonio Barone. El aniversario de bodas del señor Massimo y la señora Stella. — Una fiesta, entonces podré dormir tranquila —respiré aliviada de saber que al menos esta noche estaría a salvo de su mirada llena de odio.
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