Valentina
Sentí sus manos recorriendo mi espalda, suavemente, pero con una firmeza que me dejaba sin aliento.
No era el toque de alguien que buscaba consolarme, era el toque de alguien que sabía que tenía todo el poder. Su control sobre mí no era solo en la fuerza, si no la certeza de que ya me estaba rindiendo emocionalmente.
—Relájate, —ordenó, mientras sus dedos bajaban por mi costado, rozando mi piel.
Apenas podía escucharlo, y mi cuerpo reaccionaba a cada uno de sus movimientos, y eso me hacía sentir aún más vulnerable.
Mis piernas estaban separadas por la barra, mis manos atadas firmemente a la misma estructura, lo que me dejaba sin posibilidad de moverme más allá de lo que Nicola decidiera.
La impotencia de esa situación me quemaba, pero al mismo tiempo, sentía una sensación abrumadora que no podía describir. No era solo miedo, no era solo vulnerabilidad. Era una mezcla de ambas, entrelazadas con una atracción que no quería reconocer.
—Ya no hay escapatoria, —continuó él, con su voz calmada pero cargada de deseo. —Nunca la hubo.
El cuero del sofá crujió ligeramente cuando él cambió de posición, y aunque no podía verlo, sabía que estaba disfrutando cada segundo de mi estado.
El control que Nicola tenía sobre mí iba mucho más allá del físico. No se trataba solo de tener mi cuerpo inmovilizado. Era el hecho de que, por mucho que lo odiara, sabía que había una parte de mí que no quería moverse. No quería escapar. No ahora.
—Buena chica, —dijo suavemente, y aunque sus palabras intentaban sonar tranquilizadoras, el tono en su voz estaba lleno de un autoritarismo que no podía ignorar.
Escuché un sonido suave detrás de mí, seguido por el roce de cuero contra la piel. Mi cuerpo entero se tensó. No lo veía, pero sabía lo que Nicola tenía en las manos. El suave crujido del cuero fue suficiente para que mi respiración se acelerara de nuevo.
—No voy a hacerte daño, —murmuró desde algún lugar detrás de mí, su voz baja, como si la escuchara muy lejana. —Solo quiero que sientas.
Sentir. Sabía exactamente lo que quería que sintiera. La anticipación era peor que cualquier otra cosa. El hecho de no saber exactamente cuándo o cómo sucedería, pero sabiendo que era inevitable, hacía que mi piel se erizara.
El cuero del látigo rozaba ligeramente mi espalda desnuda, un toque tan suave que casi parecía un error, pero sabía que no lo era.
El primer golpe fue suave, apenas una caricia de las tiras de cuero contra mi piel. Me estremecí, no porque doliera, sino por la intensidad de la sensación. El cuero frío contra el calor de mi cuerpo era desconcertante, y la suavidad del golpe no hacía más que aumentar la expectativa de lo que vendría después.
Nicola se movió con calma a mi alrededor, como si estuviera estudiando cada reacción de mi cuerpo.
El siguiente golpe fue igual de suave, las tiras del látigo rozando mis hombros antes de deslizarse por mi espalda. Mis músculos se tensaron, esperando algo más fuerte, pero no llegó. Era como si quisiera mantenerme en ese limbo, entre el alivio y la tensión.
—Sabes que esto es solo el principio, —dijo, su voz baja pero llena de promesas.
Sentí cómo el cuero rozaba mis muslos esta vez, su toque suave pero lleno de intención. No era el dolor lo que buscaba, sino algo más profundo. Algo que sabía que solo podía encontrar en la rendición total.
Mi respiración era irregular, y aunque sabía que no debía disfrutarlo, mi cuerpo reaccionaba de maneras que no podía controlar. Cada suave golpe del látigo, cada caricia de las tiras de cuero, enviaba una oleada de sensaciones por todo mi cuerpo.
Nicola lo sabía, lo sentía. Podía ver cómo mis músculos se contraían ligeramente bajo su toque, y eso solo lo alentaba a seguir. Era una tortura lenta, deliciosa, que ambos estábamos disfrutando.
El siguiente golpe fue un poco más fuerte, las tiras de cuero golpeando mi piel con una presión mayor, pero aún no dolorosa. Mi cuerpo reaccionó de inmediato, un pequeño gemido escapó de la mordaza antes de que pudiera detenerlo.
Nicola siguió golpeando suavemente, cada vez un poco más fuerte, aumentando lentamente la presión, pero sin llegar al dolor. Era como si quisiera mantenerme en ese borde indefinido, justo al límite de lo soportable, sin cruzarlo.
Sentí su mano, por primera vez desde que había comenzado, tocando mi piel directamente. Sus dedos bajaron por mi espalda, suaves, ligeros como una pluma. El contraste entre el cuero y su toque hizo que todo en mí se tensara.
Su toque era casi más insoportable que el látigo, porque sabía que lo hacía con una precisión calculada, sabiendo exactamente cómo y cuándo tocarme para aumentar la tensión.
—No puedo dejarte ir, —dijo suavemente, su mano deteniéndose justo en la base de mi columna vertebral. —No después de esto.
El sonido del látigo volvió a cortar el aire, pero esta vez no fue suave, sino un poco más fuerte. Las tiras de cuero golpearon la parte baja de mi espalda, arrancándome un jadeo involuntario. No dolía exactamente, pero la sensación era lo suficientemente intensa como para recordarme que Nicola tenía el control absoluto.
Intenté controlar mi respiración, pero mi pecho subía y bajaba con rapidez, traicionando mi intención de mantener la calma.
Cada vez que sentía el látigo sobre mi piel, mi mente se nublaba un poco más, y la línea entre el placer y la sumisión se desdibujaba.
Sus manos volvieron a recorrerme, esta vez descendiendo por mis muslos.
—No pienses que te estoy castigando por crueldad, —dijo entonces, mientras sus dedos trazaban un camino lento por la parte interna de mis muslos. —Te castigo porque quiero que entiendas que no puedes escapar de mí. Nunca.
Sus dedos se deslizaron por mis piernas de una manera que hacía que cada músculo en mi cuerpo se contrajera, mis muñecas tensándose contra los grilletes que las mantenían atadas a la barra.
—Te veo luchando, —dijo, sus palabras llenas de satisfacción. —Aún intentas resistir, pero sabemos que no hay nada que puedas hacer.
Mis manos temblaban dentro de los grilletes, pero el esfuerzo de intentar moverme era inútil. Estaba atrapada en ese espacio entre la rendición y la resistencia, y aunque una parte de mí quería seguir luchando, otra parte sabía que Nicola tenía razón.
—Dilo, —exigió de repente, su tono firme. —Dime que lo sabes. Dime que sabes que no puedes escapar de mí.
Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en mis oídos. Quería resistirme, quería decirle que no, que no tenía poder sobre mí, pero las palabras no salieron. Todo lo que sentía, todo lo que había intentado reprimir, se desbordaba en ese momento.
Sentí la dureza del mango del látigo deslizándose despacito por mi entrada, unos segundos antes de que otro golpe del cuero encontrara esa parte tan delicada. ¿Cómo era posible que toda esta situación me estuviera llevando al límite?
—No... pue... do... —balbuceé a través de la mordaza, sin aliento.
Escuché su sonrisa detrás de mí. Se inclinó más cerca, sus labios rozando mi oído.
—Buena chica, —murmuró, y esas palabras fueron más poderosas que cualquier otro castigo físico que hubiera podido imaginar.
Mis músculos se relajaron de golpe, y aunque el látigo todavía rozaba mi piel de vez en cuando, ya no sentía el mismo impulso de resistir.
Mi cuerpo y mi mente se rendían, y Nicola lo sabía. Lo había sabido desde el principio.
Finalmente, soltó el látigo a un lado, y sentí sus manos en mis caderas, subiendo por ambos lados, llegando a mis pechos para masajearlos con suavidad.
Su cuerpo estaba sobre mí, y podía sentir la dureza de su m*****o, a través de la tela de sus pantalones, frotándose en mi entrada.
Mierda, lo necesitaba. Estaba empapada y desesperada por qué él me tomara de una vez. Que terminara con mi sufrimiento y me diera la oportunidad de alcanzar mi climax, ese al que me llevó toda la maldita noche sin dejarme alcanzarlo.
Pero él tenía otros planes...
Me liberó de la barra, sentí el peso de la libertad sobre mis muñecas y tobillos, pero esa libertad era más simbólica que real.
Sabía que, en el fondo, Nicola había ganado.
—Esto no se trata de romperte, amore mio, —dijo, mientras me ayudaba a sentarme, su tono de voz más suave ahora. —Se trata de que entiendas quién tiene el control. Y ahora lo sabes.
Nicola no solo tenía el control de mi cuerpo.
Había tomado algo mucho más profundo.