Valentina
Nicola no me había dejado sola en los días previos a la fiesta, y no me quejaba de eso.
Pero a pesar de que disfrutaba de su compañía y constantes atenciones, estaba en pánico, no por los castigos que se esmeraba en hacerme sentir, sino lo que había escuchado.
Había oído su charla con su padre. Decir que estaba "listo para casarse" y que lo anunciaría en la fiesta.
La sensación de estar atrapada de nuevo, de salir de un hombre deplorable solo para caer en las garras de otro, más peligroso y autoritario, me tenían asfixiada.
Sabía que estaba obsesionado conmigo, pero a veces no podía evitar pensar que Antonio, a su manera brutal, al menos había sido directo en cuanto a sus intenciones. Me había arrancado mi virginidad como un animal, sin disfrazarlo de otra cosa.
Y ahora, estaba atrapada, otra vez. Y no estaba segura de qué era lo que Nicola quería de mí, no realmente.
Bianca casi no había hablado conmigo esos días. Cada vez que intentaba acercarme a ella, había una pared invisible entre nosotras.
Me sentía terriblemente sola. Ella era mi mejor amiga, la única persona que me había apoyado desde que llegué a Palermo, y ahora la sentía distante. La echaba de menos.
Unas horas antes de la fiesta, estábamos en la sala con Nicola, me tenía sobre su regazo, besándome como si no hubiera pasado los últimos días haciéndolo, teniéndome atada a su merced para hacer conmigo lo que quisiera.
El sonido del timbre hizo que ambos nos tensáramos. Me levanté de un salto y me acerqué a la puerta, mientras él no apartaba los ojos de mí ni por un segundo.
Giré el pomo de la puerta y, para mi alivio, era Bianca.
—¡Valen, Dios! —gritó, entrando al apartamento como un torbellino. —¡Marena me tiene agotada! Esa mujer es la peor hipócrita del mundo. —Frunció el ceño, hablando a toda prisa. —No puedo creerlo. ¡Prefería cuando me insultaba por ser gorda que este show de falsa amabilidad! —Pero su voz se apagó de golpe.
Se quedó inmóvil al ver a Nicola sentado en el sofá, observándola con esos ojos fríos. Él no dijo nada, pero el aire en la habitación se volvió sofocante.
No sabía que Nicola no estaba al tanto de lo que esas chicas le hacían a mi amiga.
—Así que ese era el problema, —dijo, su voz saliendo baja, casi un gruñido, con esa frialdad que me ponía los nervios de punta.
Bianca asintió, nerviosa, y con un suspiro profundo, se obligó a hablar.
—Valentina me defendió ese primer día de clases. —Se giró hacia mí. —Me defendió de Marena y sus amigas. Nos hicimos amigas desde entonces. Y... bueno, ya sabes cómo son las cosas.
Nicola me miró. Por un segundo, pude ver algo diferente en sus ojos. Algo que me estremeció hasta el fondo. ¿Orgullo? ¿Amor? No, eso no podía ser Nicola. Ese sentimiento cálido y reconfortante no era lo suyo.
No. Lo que vi fue oscuro. Ese destello posesión que me decía que, para él, yo era algo más que una mujer. Yo era suya. Un objeto, una pieza que había reclamado como propia.
Se levantó, acercándose a nosotras. El aire se volvió más denso, más pesado a cada paso que daba. Se despidió de su hermana primero, besándola en la mejilla con una formalidad que casi parecía distante.
Luego, sin apartar la mirada de la mía, se acercó a mí, tomándome de la cintura. Sus labios atraparon a los míos en un beso delicado. Sentí su mano apretándome contra él, su aliento caliente contra mi piel, antes de separarse de mi.
Bianca nos miraba, con los ojos un poco más abiertos de lo normal.
—Cuídense, —murmuró, mirando por un momento a Bianca antes de dirigirse a la puerta.
La puerta se cerró con un clic detrás de él, y en cuanto lo hizo, Bianca rompió el silencio.
—Jamás me voy a acostumbrar a verlos así, —dijo, y por primera vez en días, noté un tono de broma en su voz, aunque también había algo más.
Mi garganta se cerró por un momento. Ni yo misma podía acostumbrarme a "vernos así." Nicola y yo. ¿Qué éramos? ¿En qué me había convertido?
—Ni yo, B, ni yo... —murmuré, intentando sonreír.
Ella solo me miraba en silencio, con esa sonrisa tímida y un poco insegura que no había visto en meses. Había un brillo de culpa en sus ojos, y yo me quedé quieta, sin saber qué decir ni cómo reaccionar.
—Perdón, Valen... —murmuró de repente, con su voz suave, casi como si tuviera miedo de que la rechazara. —Perdón por haber estado tan ausente.
Antes de que pudiera responder, ella dio un paso adelante y me abrazó con fuerza.
Por un segundo, me quedé inmóvil. No sabía cómo sentirme. Todo el dolor, la confusión de estos días, el sentimiento de estar sola en medio del caos, se desvanecía poco a poco con el calor de su abrazo.
—Yo también te extrañé, B, —murmuré devolviéndole el abrazo con la misma fuerza.
Bianca se separó, pero sus manos permanecieron en mis hombros.
—Entonces, ¿nos aprontamos para la fiesta? —preguntó, forzando una sonrisa más amplia.
—Claro, —le respondí, intentando sonreír, aunque sentí que mis labios temblaban un poco.
Mientras nos arreglábamos, Bianca se mantuvo en silencio al principio, algo inusual en ella, poco a poco, empezó a volver a ser la misma de siempre.
—¿Crees que Marena vendrá con su vestido caro y actitud de superioridad? —preguntó, su tono más ligero ahora, aunque todavía había un tinte de sarcasmo en sus palabras.
—Probablemente, —respondí, riendo un poco. —Pero tú serás la estrella de la fiesta, y lo sabes.
Bianca me miró, está vez su sonrisa fue genuina.
—No sé si quiero ser la estrella, —admitió, pero su tono era juguetón. —Prefiero pasar desapercibida.
—Eso es imposible, B. —Sonreí, viéndola con su vestido impecable y su peinado perfecto. —Brillas demasiado.
La fiesta estaba a unas horas, y el aire en la habitación comenzaba a cambiar. Bianca estaba volviendo a ser la amiga que tanto extrañaba, y aunque sabía que Nicola haría algo en la fiesta, que mis padres y Antonio estarían allí, solo quería sentirme así por un par de horas más.
Nos teníamos la una a la otra, aunque fuera solo por un rato... tal vez por eso, no le conté los planes de su hermano.
Me paré frente al espejo, observando el vestido púrpura vibrante que Nicola había elegido para la noche.
La tela satinada brillaba bajo la luz de la habitación, cayendo con elegancia sobre mis curvas. Los tirantes delgados sobre mis hombros, y el escote en forma de corazón realzaban mi busto de una manera que no era vulgar, pero tampoco inocente. Era un equilibrio perfecto.
La parte inferior del vestido caía de manera fluida, envolviendo mis piernas, pero con una apertura alta en la falda que dejaba al descubierto una de ellas cada vez que me movía.
Había algo poderoso en cómo me veía.
—Te ves increíble, —murmuró Bianca detrás de mí, y me giré para mirarla.
Ella estaba terminando de ajustarse su propio vestido, uno largo de un tono azul oscuro. La tela satinada brillaba, y el escote en forma de V que llevaba realzaba su figura de una manera sofisticada.
Las mangas caídas dejaban sus hombros al descubierto, dándole un toque delicado pero majestuoso al mismo tiempo. Su falda era amplia, más que la mía, y cuando se movía, la tela fluía como agua alrededor de su cuerpo.
—Tú también te ves hermosa, —le dije, observando cómo se miraba en el espejo con una mezcla de nervios y emoción.
—¿Lista? —preguntó, aunque sabía que ninguna de las dos lo estaba realmente.
—Vamos, —dije, tomando un profundo respiro.
El sonido de nuestros tacones resonó en el pasillo, y con cada paso, me sentía más consciente de lo que estaba por venir.
Bianca y yo no éramos solo dos chicas preparadas para una fiesta. Éramos dos piezas en un tablero de ajedrez, y esa noche, el juego realmente comenzaba.