Capítulo 35

1429 Words
Valentina Al otro lado de la línea, podía escuchar a mamá gritar emocionada. Su voz aguda cortaba en el fondo de la conversación, ignorando por completo la furia de papá. —¡La fiesta de los Moretti! —exclamó ella. —Vamos a ir, ¿verdad? ¡Por fin, Palermo y sus grandes fiestas! —¿Eres tan idiota que no entiendes lo que significa? —continuó mi padre, su tono cada vez más agresivo. —¡No quiero que nos vean involucrados con ellos! Cerré los ojos un segundo, intentando bloquear sus gritos, pero era imposible. —No fue mi intención, papà, —traté de explicar con la voz apagada. —Solo... solo es mi amiga... —¡Cállate! —gritó, cortando cualquier intento de aclaración. Sentí que mi cuerpo entero se encogía, mi estómago empezó a doler por la ansiedad que se extendía por cada rincón de mí. —No me importa lo que creas que estabas haciendo. —Su voz se volvió más fría, y eso era casi peor que su rabia. —Lo que me importa, Valentina, —continuó, enfatizando cada palabra como si estuviera explicándole algo a un niño, —es que nuestra familia no tiene nada que ver con los Moretti. Y mucho menos tú. Mi corazón latía furioso en mi pecho. Sabía lo que haría después, podía sentirlo en cada respiración al otro lado del teléfono. —Sin embargo, tu madre parece encantada con la idea, —dijo con su tono sarcástico y frío. —Así que iremos a esa fiesta, pero no pienses ni por un segundo que esto es por ti. El pánico comenzó a apretar mi pecho, pero no podía hacer nada. Cuando mi padre tomaba una decisión, ya no había marcha atrás. —Y otra cosa, —agregó con un tono que hizo que me congelara por completo. —Llevaremos a tu prometido. —Papà, —intenté protestar, mi voz casi un susurro, —no es necesario... —¿Cómo que no es necesario? —interrumpió, su tono burlón y cruel. —Lo es. No te atrevas a arruinar esto, Valentina. No tienes opción. Él va contigo, y harás lo que se te diga. ¿Entendido? —Sí, papà. —Mi voz salió en un hilo, rota. —Bien. —Su respuesta fue seca, definitiva. Y, con un click, la llamada terminó. Miré el teléfono y lo dejé caer en la cama. Mi garganta se cerró, me estaba ahogando, como cada vez que hablaba con ellos. El recuerdo doloroso de que mi vida nunca fue mía me atravesó. Unos meses antes... Hace unos días había cumplido mis 18 años. Estaba sentada en el comedor, esperando a que mis padres llegaran. Mi intuición me decía que algo iba mal. La puerta se abrió, y mis padres entraron. Mi padre caminó hasta el otro extremo de la mesa y se sentó sin mirarme. Mamá entró detrás de él, sonriente como si estuviera a punto de anunciarme algo maravilloso, pero el brillo en sus ojos me hizo sentir náuseas. Sí, definitivamente algo estaba mal, muy mal. —Valentina, —comenzó mi padre con su voz grave y áspera, cortando el silencio como una navaja. —Es hora de hablar de tu futuro. Sentí un nudo formarse en mi estómago, uno que se apretaba con cada segundo que pasaba. —Tu padre y yo hemos tomado una decisión, —intervino mamá, con esa voz melosa que solo usaba cuando intentaba suavizar un golpe inevitable. —Queremos lo mejor para ti, y hemos encontrado a la persona perfecta para asegurarnos de que tengas una vida segura y acomodada. —Así que vas a casarte, —anunció mi padre sin rodeos. Sentí el mundo detenerse. Por un momento, todo el aire desapareció de mis pulmones. ¿Casarme? Miré a mamá, ella solo me sonreía, satisfecha, como si acabara de darme el mejor regalo de mi vida. —Con Antonio Donati, —agregó mi padre, cruzando los brazos sobre la mesa. Antonio Donati. Él tenía 38 años. Era un hombre con fama de cruel, depravado y despiadado, alguien que mi padre siempre había admirado por su "capacidad para los negocios". —No... —apenas pude murmurar. —Esto no es una negociación, —me cortó mi padre. —Antonio es un hombre importante. Es una gran oportunidad para ti y, por supuesto, para nuestra familia. Tiene conexiones en el extranjero, recursos. Todo lo que tú jamás podrías conseguir por ti misma. Este matrimonio está decidido. Mis manos se cerraron en puños bajo la mesa, y sentí las uñas clavarse en la piel de mis palmas. —Papà, por favor, no... —intenté decir algo, cualquier cosa que pudiera detenerlo. —Valentina, deja de hacerte la víctima, —me interrumpió mamá, con ese tono de irritación que tanto conocía. —Esto es lo mejor para ti, créeme. Antonio es todo lo que una chica de tu edad podría desear. —Sus palabras eran veneno disfrazado de preocupación. —Es mayor, sí, pero eso solo significa que sabe cómo cuidar de ti. Ella no quería lo mejor para mí, solo quería lo mejor para sí misma. Mamá siempre había sido una oportunista, siempre buscando el brillo y la fama, y Antonio, con su dinero y poder, era exactamente el tipo de conexión que ella deseaba. —No quiero casarme con él, —logré decir, aunque mi voz salió débil. —No es tu decisión, niña. —La frialdad en los ojos de mi padre me cortaba como cuchillas. —Harás lo que te diga, y te casarás con Antonio. —Será dentro de unas semanas, —continuó mi madre, ignorando por completo mi expresión de terror. —Ya hemos hablado con él, todo está arreglado. Solo falta tu obediencia. Obediencia. Porque, al final, eso era lo único que esperaban de mí. La fiesta de compromiso fue unos días después. El lugar era lujoso hasta lo insoportable, una exhibición de poder y riqueza. Estaba de pie cerca de una de las columnas, observando a la gente disfrutando mientras sentía cómo mi estómago se revolvía por la ansiedad. El vestido que llevaba puesto era incómodamente ajustado, una elección hecha por mi madre para impresionar a todos. Sentí una presencia a mi lado antes de que él hablara. —Valentina, —la voz de Antonio llegó a mis oídos. —Hay algo que quiero discutir contigo, —dije de repente, sorprendiendo incluso a mí misma con el tono firme de mi voz. Mis manos estaban tensas a los costados, y sentí el sudor frío recorrer mis palmas. Él arqueó una ceja, claramente intrigado por mi atrevimiento. —¿De qué se trata? —preguntó, su voz baja y curiosa. Tomé aire, intentando reunir el valor necesario para lo que estaba a punto de pedir. —Quiero ir a la universidad. —Las palabras salieron de mi boca muy rápido, mi corazón latía con fuerza. El mero hecho de pedir algo, de intentar recuperar algo de control sobre mi vida, me llenaba de miedo. Su sonrisa se amplió. Era una sonrisa peligrosa, una que me hizo estremecerme al instante. Sabía que no me lo pondría fácil. —¿La universidad? —repitió, como si estuviera pensando en voz alta. —¿Y qué te hace pensar que tienes derecho a pedir algo así? —Te estoy proponiendo un trato, —respondí, obligándome a mantener la mirada fija en él. Antonio me miró intrigado. Por un momento, su sonrisa arrogante desapareció y fue reemplazada por una expresión calculadora. —¿Un trato? —inclinó la cabeza a un lado. —¿Y qué podrías ofrecerme a cambio? —Lo que tú quieras, —respondí, aunque cada palabra me quemaba la garganta. Se acercó un paso más, invadiendo mi espacio personal. Sentí su aliento cálido rozar mi piel, y el repentino aroma del vino que había estado bebiendo me mareó. —Lo que yo quiera, —murmuró, como si saboreara la idea. —Eso es un trato interesante. —Se detuvo un momento, sus ojos recorriéndome con una mirada depredadora. —Sí, quiero algo a cambio de tu... libertad para estudiar. —Hizo una pausa, mirándome directamente a los ojos, como si disfrutara prolongando mi agonía. —Quiero tu virginidad, y la quiero ahora. Mi corazón latía desbocado, el miedo y la desesperación chocaban en mi interior. No tenía otra opción. Si quería algo de libertad, si quería estudiar y tener tiempo para evitar este matrimonio, tendría que pagar un precio muy alto. —Bien, —murmuré, casi sin aliento.
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