Capítulo 1: ¡Noticia devastadora!

1138 Words
“¡El tumor es maligno, te queda poco tiempo de vida, si te operas hay esperanzas!” Aquella frase retumbó con violencia en los oídos de Paula, e hizo eco en su corazón. «¿Con quién voy a dejar a Cristhopher?» Fue lo primero que pensó, la garganta se le secó y la piel se le estremeció, no podía dejar a su pequeño hijo solo. —¿Y cuánto costaría la operación? —indagó con voz trémula y los ojos vidriosos. —Treinta y cinco millones de pesos —dijo el especialista. Paula palideció por completo, se sostuvo de una silla, jamás en su vida había escuchado esa exorbitante cantidad. Ella no tenía un trabajo estable, había días que vendía en las esquinas de Manizales, lo que podía, en otras ocasiones ayudaba de mesera en restaurantes, limpiaba edificios, casas, pero no conseguía un empleo que le pudiera ayudar a sobrellevar su enfermedad, no tenía un título universitario, y por mala suerte no alcanzó a terminar el colegio, y lo que más le angustiaba era su hijo, el pequeño apenas tenía cinco años. —¿Cuánto tiempo me queda? —cuestionó resignada a su triste desenlace. —No te lo sabría decir a ciencia cierta, pueden ser tres meses, más o quizás menos —indicó acomodándose los lentes—, debes someterte a las sesiones de quimioterapia, y por cierto debes la cuenta de cuando te internaron, y de todos los análisis efectuados —indicó el médico. Paula deglutió la saliva con dificultad, presionó los párpados, se sentía derrotada, debía una cuantiosa suma de dinero en el hospital producto de los análisis que le realizaron, sumado al costo de la operación, además debía recibir quimioterapias, percibía que ya no podía más, trabajaba de día y de noche con tal de que no le faltara nada a su hijo, él era lo único que tenía en su existencia. —Veré la forma de conseguir el dinero —susurró con voz débil, en su interior sabía que era una tarea imposible, necesitaba un milagro, y ya no creía en ellos. Entonces, salió del hospital, caminaba por las calles de la ciudad con los hombros caídos, y el rostro humedecido, cansada tomó asiento en una banca de cemento de un parque. —¿Qué voy a hacer? —susurraba en voz baja abrazada así misma, intentaba contener las lágrimas, pero le era imposible, no podía creer que le quedaba poco tiempo de vida. —¿Con quién voy a dejar a Cristopher? —se preguntó desolada—. Es tan pequeño aún —sollozó, y sintió una punzada en el pecho, un ardor que le carcomía las entrañas. Ahí se quedó durante unas dos horas, llorando por su desdicha, entonces se dirigió a retirar a su hijo de la escuela. —¡Hola mami! —exclamó el pequeño de vivaces ojos azules, y rubio cabello. —Hola cariño, ¿cómo te portaste hoy? —indagó ella y se inclinó a la misma altura de él. —Bien, solo que no pude jugar futbol con mis compañeros, me aprietan los zapatos. —Se quejó. Paula sintió una punzada en el pecho al escuchar a su niño, la garganta se le secó. —No te preocupes, prepararé bastante jugos de frutas para venderlo en las calles y te compraré unos zapatos nuevos. —Fingió una sonrisa. —¿Lo prometes? —indagó en niño, la miró con atención. —¿Te duele otra vez la cabeza? ¿Por qué lloraste? —preguntó, Cristhopher era un pequeño muy inteligente, y era imposible esconderle las cosas. —Sí prometo que te compraré los zapatos, no, no he llorado. —Mintió Paula—, creo que me va a dar gripe, ven vamos a casa. El niño asintió, agarró con sus pequeños dedos los de su mamá, y empezaron a caminar en dirección a su residencia bajo el inclemente sol. —Tengo sed —dijo el niño. Paula miró las pocas monedas que le quedaban, ingresó a una tienda y le compró una botella con agua, pero notó como los ojos de su hijo brillaban al ver la cantidad de golosinas, el corazón se le fragmentó y salió de ahí a la brevedad con él. Luego de unos minutos llegaron a la pieza que compartía con su amiga Luciana. —¿Cómo te fue en el hospital? ¿Te dieron los resultados? —indagó la chica, quién peinaba su larga cabellera, alistándose para su trabajo. Paula se colocó los dedos en la boca, en señal de silencio, no podía hablar en delante del niño. En aquella pieza no había privacidad, era una sola habitación, con dos camas, una mesa que Luciana usaba como peinadora, y al fondo tenían una cocineta. —Cris, cariño ve a jugar con los vecinos —solicitó Paula a su hijo. El pequeño se quitó los zapatos que le aprisionaban sus dedos, y se colocó unas pantuflas, y fue en busca de sus amigos. Enseguida Paula, miró a Luciana, negó con la cabeza, se llevó las manos al rostro, empezó a sollozar. —Necesito cincuenta millones de pesos, debo operarme o caso contrario moriré, requiero pagar la cuenta del hospital, no sé qué hacer —gimoteó con desespero, miró desde la única ventana que daba al patio a su hijo corretear, y el corazón se le rompió en miles de pedazos. Luciana abrió sus grandes ojos con amplitud. —¿Qué? —cuestionó Luciana, y se puso blanca como un papel—, no te puedes morir, debemos buscar la forma de conseguir el dinero —habló con la voz entrecortada, intentando mostrarse serena, pero la noticia le cayó como una cubetada de agua helada. —¿Qué va a pasar con Cristhopher? —indagó con voz trémula. Paula sollozó con fuerza, y Luciana se puso de pie y la abrazó, conmovida. —No tengo esperanzas, solo esa operación puede salvarme —susurró sin dejar de llorar—, no sé qué va a ser de mi hijo, tengo miedo por él. —Gimoteó temblando de dolor, tristeza, impotencia. —¿Por qué no buscas al padre de la criatura? —indagó Luciana—, es momento que ese hombre cumpla con su responsabilidad. Paula palideció por completo, un fuerte escalofrío le recorrió la piel. —¡No a él no! —balbuceó temblando. Luciana frunció el ceño. —¿Por qué nunca hablas de él? ¿Qué te hizo? Paula tomó una gran bocanada de aire. —Porque no sé quién es el padre de Cristhopher —declaró, miró a los ojos a Luciana, se mordió los labios, empezó a llorar, y luego por primera vez compartió su oscuro secreto con su amiga, necesitaba desahogarse y que si moría, alguien supiera la verdad, y nadie mejor que Luciana para eso.
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