¡Paula, no es una sirvienta. Paula es mi esposa!

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Paula resopló, su mirada se llenó de tristeza, jamás había pisado un centro comercial, las compras ella las realizaba en el mercado del barrio en el cual vivía. —¡Estoy listo! —gritó Cris. El pequeño apareció con el cabello completamente humedecido y peinado todo para atrás. Juan Andrés no pudo evitar reír al verlo. —Parece que te lamió un gato —bromeó, se aproximó a él, y le arregló los risos, luego inhaló aquel aroma tan fuerte. —¿Te pusiste mi colonia? —cuestionó con seriedad. El pequeño se estremeció, y parpadeó. —Un poquito, es que tú dices que los hombres debemos salir bien peinados y perfumados —dijo el pequeño con inocencia. Juan Andrés lo miró con ternura, su pecho se hinchó de orgullo. —Eres un digno hijo mío —expresó, y lo tomó de la mano—. Despídete de tu mamá.

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