CAPÍTULO DIECISIETE Godfrey estaba sentado encorvado sobre una mesa en un bar de mala muerte, en un rincón olvidado de Silesia, flanqueado por Akorth y Fulton, mientras tomaba un trago profundo y admiraba la fuerte cerveza de esta ciudad. La vació, acomodando su cuarto tarro de cerveza roja espumosa, y se le subió directamente a la cabeza. Se sentía abrumado por los colores de este lugar: todo en esta ciudad era rojo, desde el traje rojo del tabernero, a las mesas y sillas — incluso su cerveza. Estaba empezando a sentirse mareado. Era eso, o la cerveza. Pero eso no era lo más importante en la mente de Godfrey: al enterrar la cabeza sobre la barra con sus compatriotas, trataba de olvidar sus penas, de olvidar la guerra inminente. Sobre todo, Godfrey se odiaba a sí mismo. Sabía que deberí
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