CAPÍTULO DIECISÉIS Selese iba de un lado al otro de su cabaña, mecánicamente, tocando sin pensar una serie de hierbas, asomándose por la ventana a su pequeño pueblo y pensando sólo en Reece. Desde que dejó su pueblo, no había podido pensar en nada más. Su nombre sonaba en su cabeza como un mantra. Reece. Reece. El hijo del rey. El que ella había despreciado. El que ella había salvado. Ella había sido tonta al ser tan fría con él, al haberlo alejado así. No porque él fuera hijo de un rey. Sino porque, a pesar de lo que ella le había dicho a él, lo había amado demasiado. Tomada por sorpresa por sus avances, por sus sentimientos hacia él, Selese había hecho un buen espectáculo, había actuado como si pensara que él estaba loco — irracional — al profesar su amor por ella tan rápidamente.