—Apresúrate mi amor, vas a llegar tarde —le grito a Alessia desde la puerta de la entrada principal de la casa.
—Dirás que vamos a llegar tarde —me corrige ella bajando las escaleras.
Tenemos un año viviendo en esta casa. Tomé la decisión de mudarnos para los Estados Unidos, porque me ofrecieron una beca para hacer una especialización y una pasantía remunerada en el principal organismo de investigación e inteligencia federal. Una oportunidad de oro.
Desde que llegamos a vivir a este país no he trabajado en mi profesión, pues debo hacer una serie de estudios para validarme, aunado a ciertos tecnicismos del idioma que aún me cuestan dominar. Mientras, con los ahorros que habían venido guardando, el ingreso que percibo por la pasantía y una alianza que hice con un bufete en Venezuela para asesorarlos en ciertos casos, he logrado mantenernos. A eso podría sumarle la pensión que mensual el abogado Manuel Andrés deposita en una cuenta que aperturó para Alessia.
Aunque a mi lado nada le falta, Manuel insiste en que es necesario que ella perciba la manutención que le corresponde a Alejandro darle.
A él, a Alejandro, no lo he vuelto a ver, ni siquiera el sonido de su voz he vuelto a escuchar desde esa noche que salió de mi apartamento.
¡Qué manera de destruir una vida sin razón alguna!
Enterarme de la atrocidad que me pensaba hacer o, mejor dicho, que me hizo, y luego se arrepintió, así como también, ese mismo día del engaño de Augusto, me destrozó, ambos destruyeron mi confianza. Desde entonces no volví a ser la misma.
A Alejandro solo le agradezco que en medio de su prepotencia haya podido razonar y retractarse de su decisión de quitarme a lo único bonito que tengo en esta vida, a mi hija.
Después de esa dolorosa experiencia, me costó aceptar que Alessia se encontrara con él, sobre todo porque ella debía viajar hasta Italia. El temor de que en cualquiera de esos viajes, él decidiera no dejarla volver a mi lado me atacaba. Jamás le hablé de ello a Alessia, preferí guardarme para mí la pesadilla que viví ese primer año.
Como siempre que paso por una situación depresiva, me sumergí en el trabajo. Me enfoqué en lograr salir adelante sola. Esa misma semana comencé el trámite de disolución de la sociedad que mantenía con Augusto. Él insistió en que no era necesario, pero yo no podía trabajar con él después de la mentira tan grande que me había ocultado por años. Me sentí utilizada, la humillación tan grande que sentí cuando escuché de sus labios admitir su engaño dolió en el alma.
No lo amaba, cierto, pero eso no justificaba lo que me hizo. Omitir una información tan importante para mantenerme a su lado, y lo peor aún, con la esperanza de que en algún momento daríamos el siguiente paso. Siempre fui sincera con él. Intenté amarlo, él sabe que puse todo de mí para que ello fuera posible. No merecía esto, no de él, a quien siempre creí un ser bueno, incapaz de hacerle daño a ninguna persona.
Ni siquiera por amor justifico esta clase de faltas. La mentira es el cáncer que puede destruir a la confianza en una persona, una vez descubierta, destruye toda posibilidad de volver a creer.
Por esa razón decidí trabajar sola, por mi cuenta. Ya no podría trabajar a su lado desconfiando en que pudiera ocultarme cualquier otra cosa.
Esperaba que Alejandro pudiera salirme con cualquier barrabasada, pues en cierta forma ya conocía su naturaleza, sabía a que me enfrentaba, aunque jamás que llegara al extremo de arrebatarme a lo único que me ha dado vida desde que me quedé sola.
Ahora ¿de Augusto? No, de él no esperé jamás ni una mala mirada. Desde el primer día que nos vimos siempre tuvo una palabra bonita, un gesto amable, siempre con intención de apoyarme, de evitar que corriera riesgo. ¿Pensar que él pudiera llegar a mentirme?, no tenia motivos para hacerlo. Augusto siempre se mostró con un hombre con valores.
De enterarme de su engaño por boca de Alejandro no lo hubiera creado.
—Súbete Alessia —le digo preocupada al ver el reloj, mientras que cierro la puerta de la entrada de la casa.
Una de las actividades en las que me enfoqué después de distanciarme de Augusto fue aprender a manejar. Ya no lo tenía para llevarme y traerme, y tampoco estoy dispuesta a dejar que ningún otro hombre entre en mi vida. Suficiente he tenido con ellos dos.
Al llegar a este país, alquilamos un apartamento tipo estudio por unos meses, y con el dinero de la venta de mi apartamento en Venezuela, del automóvil que había comprado, de la oficina y parte de mis ahorros compré esta casa y un auto al que mandé a hacerle las adaptaciones necesarias.
Alessia y yo vivimos una vida tranquila aquí. Superado el año en el que se hicieron seguidos los viajes de Alessia para Italia y a todos los lugares adónde me contaba que Alejandro la llevaba, fui relajando un poco la confianza, el temor fue cediendo, sobre todo desde el día en el que la misma Alessia al ver la expresión de mi rostro cuando me dijo que él la llevaría a la misma isla donde estuvieron cuando el intentó separarla de mí, me dijo:
Inicio del Flashback:
—Tranquila mami, mi papá ya no quiere separarnos —me dijo acariciando mi rostro—, él sabe que yo no podría estar sin ti. Aunque quisiera tenerlos a los dos juntos, sé que no se puede —la vi entristecerse—, él no habla de ti, y tu menos. Dejaste en claro que no querías saber nada de él y no le he hablado de ti, y como él no me pregunta nada de ti, prefiero no contarle algunas cosas. Solo le hablo de mí y del cole. Ya entendí que nunca podré tenerlos a mi lado al mismo tiempo.
Fin de Flashback
Esas sencillas palabras iban cargadas de mucho sentimiento. Sufrí por mi hija, sentí su carencia, su necesidad de estar con los dos. Solo que entre tantos deseos que he procurado cumplirle, este era uno que jamás sería posible.
El daño que Alejandro me ha hecho desde el primer día que nos conocimos no tiene perdón alguno. No puedo perdonarlo, me niego a hacerlo.
—Llegamos mi amor —-le digo a Alessia que iba en el asiento de al lado concentrada en su tablet.
—Ya voy —responde guardando la tablet apresurada y soltando el cinturón de seguridad.
—Recuerda avisarme a qué hora saldrás hoy, tengo que hacer algunas diligencias y no quiero retrasarme a la hora de buscarte —le pido y luego le doy un beso en la mejilla—, feliz día amor.
La vi bajarse del automóvil y correr escaleras arriba hacia la entrada del colegio. Afortunadamente ambas nos adaptamos rápidamente al cambio de vida.
Una vez que estuve segura de que Alessia estaba resguardada, arranqué el auto y me embarqué hasta el lugar donde estoy haciendo las pasantías.
Llegué con retraso de quince minutos. Totalmente apenada dejé mi bolso sobre el escritorio que tengo asignado y fui a la oficina de quien hace las veces de mi jefe.
—Good Morning, Mrs. Sanders —saludo en mi escaso dominio del inglés.
—Buenos días, Camelia —me contesta.
Es una mujer de mi edad, pero de estatura promedio, rubia, con unos espectaculares ojos verdes, nacida en este país pero de padres españoles; por lo que domina a la perfección mi idioma.
—Disculpa haber llegado algo tarde, se me complicó al mañana —me excuso.
—Pierde cuidado —me dice señalándome la silla que tiene al frente—, toma asiento, necesito plantearte algo.
Haciéndole caso, me senté en la silla que me señalaba, la miré en silencio esperando me dijera lo que de pronto hizo que cambiara la expresión de su rostro de una sonrisa a una actitud seria.
—Camelia, estas a pocos días de terminar la pasantía, dado que estamos satisfechos con tu desempeño, mis superiores dejaron en mi la labor de ofrecerte un cargo formal dentro de la institución —Me dice Addi.
—¡Wow! No me lo esperaba, aun no culmino la especialización, no he validado mi título —le explico.
—Nosotros sabemos eso, conocemos tu historial, así como también sabemos que apenas te quedan tres meses para culminar la especialización, tienes buen criterio en materia investigativa y eso es fundamental en nuestra área —agrega Addi.
—¿Puedo pensarlo? —le inquiero.
—Por supuesto, tomate tu tiempo —contesta volviendo a su sonrisa anterior.
—Bueno, si no hay más por decirme, me excuso, pero debo culminar un análisis para ver si logro salir temprano, debo hacer unas diligencias antes de ir por Alessia —le explico.
—Tranquila, no te quito más tiempo —expresa Addi en forma amena.
El resto de la mañana estuve golpeando el teclado del ordenador que tengo asignado, y justo cuando decidí ir por un café a la kitchenette, coincidí con Nathan, uno de los jefes allí y que desde hace un par de meses se ha convertido en una especie de compañero allí adentro.
Es un hombre alto, podría decir que de la estatura de Alejandro, musculoso, demasiado pensé el primer día que lo vi, tiene ojos verdes y es extremadamente rubio. Su personalidad es algo confusa, pues se torna muy serio, formal, pero poco a poco ha ido suavizando su trato conmigo, sin caer en el irrespeto ni mucho menos en la familiaridad que Augusto desde el principio buscó en mí.
—Mrs. Gil, buenos días —escucho detrás de mí la voz grave de Nathan.
—Buenos días, Nathan —Le contesto.
—¿Qué tal el comienzo de esta mañana? —me pregunta yendo al área donde están los vasos.
—De locura, aunque normal para quien tiene hijos —le contesto mientras remuevo el azúcar en mi café.
—Supongo. ¿Qué harás a mediodía? —me pregunta.
—Saldré a hacer unas diligencias y luego iré por Alessia —le informo.
—Pensaba invitarte a almorzar, será en otro momento —me dice.
—Lo lamento —le digo—, hablamos luego, llegué algo tarde.
Moviendo la mano que tengo libre a modo de despedida me alejó, para volver a la tarea que tengo pendiente.