Mis bebés ya tenían cinco meses. Estaba cansada, agobiada, no podía más.
Mi vista estaba en Teodoro, mis ojos se aguaron, quería intentar de que Emanuel no se dé cuenta, pero… Era difícil.
—¿Qué tienes, amor? —preguntó sentándose a mi lado.
—Siento que no puedo con esto —sollocé.
—Sh, tranquila, tú eres la mejor madre y compañera que alguien podría tener, sí que puedes —murmuró pasando su mano por mi espalda.
Las lágrimas comenzaron a caer con abundancia al oír sus palabras de aliento, aunque yo… Yo no pensaba lo mismo, no podía. ¿Por qué nunca nadie dijo lo difícil que era esto? Terminé de darle pecho a Teodoro, y luego seguía Josué, me sentía triste aún. Terminé de darles el pecho, me encaminé a la cocina para poder almorzar junto a Emanuel. Me senté a su lado, él me sonrió.
