Capítulo 2: Una cercanía inesperada

1340 Words
La última novedad era que en La Ensoñación había un servicio de Internet estable. Así que después de ingresar el código del WiFi en su teléfono móvil pasó un par de horas en su habitación revisando su correo electrónico y manteniéndose al tanto de asuntos importantes para su trabajo. Además, estaba de vacaciones e iba a realizar un viaje con unas amigas, a las que les confirmó mediante diversos mensajes que todo lo planeado seguía en pie. Después doña Eulalia golpeó a su puerta para avisarle que la cena estaba lista, que la servirían en el comedor íntimo que formaba parte de la cocina. Casi siempre se comía allí, cuando no había mucha gente en la casa. En la mesa eran sólo cuatro, el capataz, el ama de llaves, Rodrigo y ella. Eulalia había preparado una comida deliciosa, como la cocinera experta que era. Todos conversaron cordialmente y pasaron una velada muy agradable. Cuando don Remigio entraba en confianza era muy gracioso. Contaba chistes y tenía una especial complicidad con el joven heredero a quien conocía desde niño. De hecho, era una figura paternal para Rodrigo. En muchos aspectos más cercana que su propio padre, con quién tenía diferencias importantes y no siempre se llevaba bien. Terminada la cena Eulalia y Remigio se despidieron. Ya se había hecho tarde y en el campo el día comenzaba antes de que despuntara el sol en el horizonte. Era hora de ir a dormir. Así fue como Amanda y Rodrigo quedaron solos en el comedor. Afuera el pronóstico del clima había cumplido con su palabra. Llovía torrencialmente y por la ventana entreabierta se podía sentir el aroma de la tierra mojada y de la vegetación. Era la maravillosa sensación de sentirse cerca de la naturaleza. Ella se asomó y vio el paisaje. Era encantador pero también preocupante porque los caminos serían más difíciles de transitar que cuando llegó. —Si todo sigue así, tendré que salir de la hacienda en góndola. —Descuida, tenemos vehículos con tracción en las cuatro ruedas que pueden desplazarse fácilmente en los terrenos embarrados. —Es bueno saberlo— dijo ella. El haber nombrado la góndola les trajo a la memoria el recuerdo de esa vez que estuvieron en Venecia. Fue uno de los viajes de negocios de Rodrigo y en esa ocasión ella lo acompañó. Estaban recién casados, y adoraban cada momento que pasaban juntos. Durante el día ella se quedaba en el hotel. Pero por las tardes él regresaba sin falta y salían a caminar por las calles de la ciudad, tomados de la mano, viendo cada detalle de la arquitectura de esa hermosa ciudad y riendo como niños con algunas ocurrencias. —Recuerdo ese paseo en góndola en Venecia — comentó él— fue muy divertido. —Y romántico— recordó ella— Incluso me cantaste una serenata. —Sí— repuso él— ¿Cómo se llamaba la canción? —Senza Fine. Era la favorita de mi madre, le gustaba la versión de Ornella Vanoni. Es muy hermosa, lástima que cantar no es una de tus virtudes— — ¡Me ofendes!— dijo Rodrigo— Si no sabes valorar un talento nato, ese es tu problema. — ¡No cantas bien!— repuso Amanda— Ni siquiera tu italiano fluido te ayudó a disimularlo un poco. — ¡No es cierto!— dijo él— —Y el mismo gondolero quería taparse los oídos pero no lo hacía para no quedar mal con un cliente. — ¡Estás confundida y te lo demostraré!— argumentó el, tras lo cual comenzó a entonar una vez más la canción. Y en efecto, no lo hacía bien. Amanda empezó a reír al tiempo que se tapaba los oídos. —Shh… ¡Basta!— dijo y en ese momento Bingo emitió un par de ladridos quejosos, como protestando por lo que estaba escuchando— ¿Ves? Incluso nuestro bebé sabe que cantas mal. — ¡Me rindo! Los dos son un público demasiado difícil— dijo tras lo cual ambos terminaron riendo. —Bueno es hora de ir a dormir, me retiraré a mis aposentos. — anunció Amanda después. —Te acompaño, vamos hacia el mismo rumbo. Subieron juntos las escalinatas y recorrieron el pasillo hacia el cual daban las habitaciones principales. Bingo quiso seguirlos unos pasos, pero finalmente decidió quedarse en su cama, en la calidez de la cocina. La luz del corredor era tenue y el panorama se iluminaba ocasionalmente con algunos relámpagos que además musicalizaban la tormenta. Un ventanal se abrió repentinamente debido al viento fuerte y Amanda que se encontraba más cerca se aproximó para cerrarla. Rodrigo se acercó para ayudarla porque eran estructuras pesadas que podían ser un poco difíciles de maniobrar. El sostuvo la ventana y ella cerró el pestillo. Y entonces estaban muy cerca, más de lo esperado. Tanto que él casi de forma inconsciente la tomó por la cintura. Al mismo tiempo los brazos de ella terminaron reposando en sus fuertes antebrazos. Se miraron por una considerable cantidad de segundos. Ella cayó rendida una vez más por la magia de esos ojos, de mirada profunda, sincera y enigmática. Recordó cuanto le atraía, cómo podía desatar sus más profundos instintos de mujer. Entonces hizo lo inesperado y lo besó en la boca. Se aferró apasionadamente a su cuerpo, sintiendo sus brazos, su pecho y dejando que el percibiera el latido de su corazón. En ese instante deseó que el tiempo se detuviera. Pero eso no sucedió. Llegó el momento en que se apartó y al mirarlo una vez más se sintió muy vulnerable. “Esta no es forma de terminar una relación”, pensó. Percibió un profundo rubor inundar sus mejillas y sus orejas. — ¡Lo siento!— exclamó— No debí hacer eso— Tras lo cual apresuró el paso para meterse en su habitación. Rodrigo por su parte estaba encantado con lo que sucedió. Aún no sabía qué hacer o decir al respecto, por lo que también se dirigió a su cuarto. Al cerrar la puerta una sonrisa se había dibujado en su rostro. Tal vez había, después de todo, una pequeña esperanza. Después de lo ocurrido, a Amanda le costó conciliar el sueño. Su lecho era perfectamente cómodo y agradable, de primera calidad, como todo lo que podía esperarse de ese mundo. El problema era que numerosas inquietudes asaltaron sus pensamientos, por lo que se la pasó un buen rato dando vueltas en la cama. Le costaba encontrar la posición adecuada para dormir, algo que no era usual en ella. Haber besado a Rodrigo no fue lo más sensato, pero incluso ella podía reconocer que aún le atraía mucho, y que le sería difícil olvidarse de él. Pensó que si no volvía a mirarlo directamente a los ojos, todo estaría bien. Se dijo que se levantaría temprano por la mañana y le hablaría lo estrictamente necesario, sin dejar de ser cortés, por supuesto. Al mismo tiempo evitaría cualquier posibilidad de que terminaran compartiendo el mismo espacio, a solas. Esto lo lograría enfocando su atención en doña Eulalia y en don Remigio. De hecho, decidió que se levantaría más temprano aún, antes de que Rodrigo despertase, e iría a buscar el coche al mecánico con cualquiera de los empleados de la hacienda, que seguramente no se negarían a hacerle este favor. Después seguiría su camino como lo tenía planeado. Sí, eso es lo que haría. Así podría bloquear el embrujo que el heredero López Williams era capaz de ejercer sobre ella. Con el tiempo tendría un nuevo amor y ya no habría ninguna razón para temer cualquier encuentro con él. Así que cobijada en estos pensamientos de decisión y autocontrol, orgullosa de saber lo que debía hacer, logró cerrar sus ojos y dormir. El arrullo de la lluvia en el exterior le dio el estímulo adormecedor que necesitaba. De este modo pudo sosegarse durante un par de horas, en la quietud de ese cuarto y con el suave sonido de la naturaleza en el exterior.
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