El millonario quiere jugar conmigo

Prólogo Quería terminar de llevar estas carpetas de registro para poder irme de esta empresa; eran los papeles faltantes para unas pasantías, no mías, sino de mi hermana, ella estaba por graduarse y tenía que hacer las pasantías; ella eligió esta empresa, aprobaron su ingreso, pero le agarró la gripe por andar bañándose en la lluvia hace unos días, así que me pidió el favor de entregarlos. Solté un suspiro cuando las puertas del ascensor se abrieron y cuando iba a salir tropecé con mis propios pies cayendo de frente al piso lanzando las carpetas, por suerte pude colocar los antebrazos frente a mí para sostenerme de darme un mal golpe del piso, pero aun así me golpeé un poco la rodilla. Maldición. Alcé un poco la cabeza al ver que unos lustrosos zapatos elegantes negros se acercaron a donde estaban las carpetas que había lanzado al piso, mis ojos recorrieron su pantalón de vestir de blue jean, seguidamente su elegante camisa a botones arremangada en los brazos mostrando un torso bien ejercitado y luego su rostro. Creo que mi boca se abrió de la impresión, me quedé sin aliento, sin expresión, sin palabras. Joder. Que rostro tan hermoso, ni siquiera podía pestañear porque me había quedado embobada observándolo, tenía un rostro cuadrado de mandíbula partida como tanto suspiré por Superman, ojos azules tan profundos que sentí una fuerte presión en el pecho mientras lo veía; él mantenía la mirada fija en mí, tragué pesadamente saliva y lo vi estirar una de las comisuras de sus labios un poco cuando me extendió una mano. «Ay ¿pero es que estoy soñando?» —¿Estas bien? —preguntó su voz era profunda casi haciéndome estremecer. «Reacciona Margareth, no puedes seguir observándolo como una completa boba o pensará que eres estúpida». —Eh… —aclaré mi garganta intentando salir de mi embrujo y tomé su mano para levantarme, fue como si una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo entero y sin saber por qué me sonrojé con fuerza, él me mantuvo la mirada esperando una respuesta cuando ya estuve de pie, pero es que se me había olvidado como hablar, maldición, era tan alto… casi le llegaba al pecho apenas. Parecía sacado de una película de playboys o chicos soñados. «Di algo Margareth». —Sí, estoy bien, es… —dije soltándome de su mano, miré hacia mis zapatos e hice una mueca, j***r, se me había roto el tacón de mi botín— Ay no… ¿Una peor vergüenza que caerme y que se me rompiera el tacón frente al hombre más guapo que había visto en mi vida? No, creo que no. Esta era la peor vergüenza de mi vida. Él se agachó para recoger las carpetas y echó una ojeada frunciendo débilmente el ceño. —Ah, ¿eres la señorita Evelin Poe? ¿la que hará pasantías aquí? —preguntó. —Si —solté sintiendo que mi lengua estaba desconectada de mi cerebro. «¿Qué? No, tú no eres ella» —No, es decir —negué con la cabeza intentando enfocarme—, Evelin es mi hermana, yo soy Margareth… solo, vine a entregar las carpetas por ella; Evelin está enferma. Él enfocó sus ojos azules en mí sin dejar de fruncir el ceño. —Entiendo —dijo, extendí la mano para que me diera la carpeta, pero él no me la entregó—, yo la recibo. —Oh, es que me dijeron que dejara la carpeta con la secretaria del presidente George Bell —expliqué, no quería que las carpetas cayeran en manos equivocadas y terminara metiendo la pata solo porque me dejé llevar por la cara hermosísima de un hombre que me ayudó a levantarme del piso. Estos documentos solo necesitaban la firma del vicepresidente de la empresa y ya mi hermana comenzaría sus pasantías en el área de recursos humanos. Él estiró la comisura de sus labios y noté como sus hoyuelos se marcaron cuando dijo: —Yo soy George Bell. ¿Qué? Creo que dejé de respirar. George Bell era el vicepresidente de la empresa mas importante del país, por lo que sabía su padre era el dueño, ellos eran millonarios. Joder. —Oh —dije—, en ese caso, entonces no hay problema. —No hay problema —repitió. —Bien, yo… gracias, ya me voy —dije volteando y metiéndome nuevamente al ascensor cojeando porque ahora tenía un maldito tacón roto. Necesitaba huir y respirar.  Me volteé nuevamente tocando el botón y cuando alcé la vista George Bell seguía ahí de pie frente al ascensor mirándome, sus ojos azules casi traspasándome. —Adiós, Margareth. Yo no pude responder, solo afirmé con la cabeza y las puertas del ascensor se cerraron, solo entonces pude respirar, pero mi corazón desenfrenado seguía impactado por conocer a George. Esperaba… no volver a verlo.