Me mantengo en un estado de mutismo; estática. Estoy sumergida en una rigidez que no me deja hablar ni moverme. Los miro a los dos y es tan fuerte lo que siento y lo que me pasa que no puedo reaccionar. No puedo intervenir. —Está bien —Madison lo observa de refilón—. Creo que voy a creer lo que me dices —como si nada hubiera sucedido, o como si no percibiera la tensión y nerviosismo de los adultos, continúa devorándose lo que tiene servido en el plato. —Eso... Eso es b-bueno —él levanta la mirada y busca en mí un comentario, o mi complicidad—. Es bueno, ¿no? Está muerto del susto. Tiene las pupilas dilatadas y los ojos abiertos como los platos que están en la mesa. Respira con agitación y desde mi lugar veo cómo cierra sus manos en puños. —S-sí —carraspeo y reacciono. Con firmeza