Bienvenid@s a esta novela: SIN TIEMPO PARA EL ADIÓS
Sinopsis
Fernanda es una colombiana viviendo en New York, donde estudió en la universidad y también conoció lo que es el desamor. Ahora está empezando su vida laboral, con muy buenas oportunidades y ella se encuentra a la altura de estas, pero nada la preparó para las horribles experiencias que vivirá con su jefe.
Chase es un CEO multimillonario, entregado a su empresa tras salir del ejército como un veterano de guerra, que tiene un cuadro de estrés postraumático a consecuencia de una experiencia muy dolorosa, ocurrida en combate.
Ellos se conocen por casualidad en un día de San Valentín, en el que como solteros acuden a una fiesta especial realizada anualmente en un prestigioso bar de la ciudad. Ahí caen en las manos del deseo y la pasión. Todo lo sucedido en esa fiesta, lo encuentras en los últimos 2 capítulos, en el Especial. Un San Valentín soltero.
Después de ese encuentro inesperado, empiezan una relación en la que se irán conociéndose y enamorándose perdidamente, pero llegará un punto de quiebre en el que cumplir una promesa del pasado pondrá a prueba su amor, pues buscar a alguien que no se conoce, no es una tarea fácil y mucho menos, cuando se obtienen respuestas de la forma menos esperada.
Nota: Si vienes del libro Happy Valentine's s*x porque leíste el relato, NO es necesario que leas los últimos dos capítulos de este libro.
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Datos para tener en cuenta para el desarrollo de la historia:
¿Qué es el estrés postraumático?
Es un trastorno caracterizado por la imposibilidad de recuperarse después de experimentar o presencias un evento atemorizante. Este episodio puede poner en peligro la vida, como la guerra, un desastre natural, un accidente automovilístico o una agresión s****l. Pero a veces el evento no es necesariamente peligroso, por ejemplo, la muerte repentina e inesperada de un ser querido.
Es normal sentir miedo durante y después de una situación traumática. El miedo desencadena una respuesta de "lucha o huida". Esta es la forma en que el cuerpo busca protegerse de posibles peligros. Causa cambios en el cuerpo, como la liberación de ciertas hormonas y aumenta el estado de alerta, la presión arterial, la frecuencia cardiaca y la respiración.
El trastorno puede durar meses, hasta años y suele haber episodios que recuerdan el trauma y causan intensar reacciones emocionales y físicas.
Entre los síntomas se encuentran tener pesadillas o recuerdos repentinos, evitar situaciones que recuerden el trauma, reaccionar exageradamente ante los estímulos y sufrir de ansiedad o depresión.
El tratamiento incluye diferentes tipos de psicoterapia y medicamentos para controlar los síntomas.
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Años atrás…
Soy un niño regordete, de cachetes colorados y que le gusta usar pantalones cortos y anchos. En la escuela me hacen bullying por eso… así que me he vuelto un niño muy callado y retraído. Al inicio supe disimular mi cambio de comportamiento, cuando estaba con mis padres en casa, pero poco a poco esto me empezó a afectar en el estudio, con mis padres, con mi amigo Jonas y hasta en mi apetito… dejé de comer por momentos prolongados, pero cuando me daba hambre y ansiedad, comía todo lo que había dejado pasar.
Cuando finalmente mis padres notaron que algo no andaba bien, se comunicaron al colegio para preguntar a los profesores si notaban algo extraño, pero no era así, porque tanto mis maltratadores, como yo, dentro del salón de clase éramos unas santas palomas, pero una vez sonaba el timbre o salíamos del salón, el calvario volvía a empezar.
Un profesor al parecer sí había percatado un poco lo que pasaba, porque cuando salíamos a descanso, él no me quitaba los ojos de encima, como inspeccionándome. Hasta que un día vio como el chico que se acababa de pasar por mi gran amigo, en el salón de clases, me empujaba, pegaba y quitaba mi merienda.
Inmediatamente mis padres fueron informados por parte del colegio, obviamente hicieron la típica reunión en la que están los padres de mi compañero, él y mis pares conmigo. Yo no había dicho nada de eso porque la verdad era que me daba miedo que me hicieran algo peor a lo de todos los días, si se enteraban… ahora todos lo sabía y Gregory, mi compañero, me miraba con un rencor que hacía todo mi cuerpo estremecer.
A Gregory le hicieron un llamado de atención, con el riesgo de ser expulsado del colegio, si seguía haciéndome la vida imposible. Por otro lado, agradecí que todo esto sucedió cerca de las vacaciones de verano, así que durante unos meses dejaría de verles la cara a mis compañeros maltratadores.
Del colegio le recomendaron a mis padres que me pagaran una terapia psicológica por todos los cambios comportamentales que había tenido y esperaban que encontrara la forma de desahogarme por todo lo que me habían hecho, ya que aunque todos lo sabían, yo seguía siendo muy reservado.
Mis padres accedieron a buscarme un psicólogo. Siempre habían sido buenos conmigo y verlos tan preocupados por lo que me pasaba, me hacía sentir un poco triste. Durante toda la vida me había llenado de palabras de cariño, afecto, entendimiento, pero yo era muy pequeño, estaba forjando mi carácter de buena manera, hasta que empecé a ser blanco de las burlas y los abusos de mis compañeros y sin querer dejé de ser el niño alegre que, durante diez años, había sido.
El psicólogo era un señor amable, pero tan mayor, que yo no me sentía cómodo contándole mis cosas. Me gustaba era cuando hacíamos actividades de juegos, dibujos, contarle un cuento y cosas así… la verdad no entendía que tenía eso que ver con mi terapia, pero era divertido.
Cuando las clases acabaron y llegó el tan anhelado verano, mis padres me dieron una noticia que tal vez a otro niño lo habría hecho muy feliz, pero a mí me asustó un poco… me enviarían a un campamento de verano en Vermont.
Nunca he estado en uno y precisamente me da miedo eso, además no me veo físicamente como los niños que uno siempre ve que van a lugares así, tampoco es que sepa como vivir “solo”, ya que siempre he estado junto a mis padres, pero supongo que la recomendación que les hizo el señor Thompsom, mi psicólogo, será por mi bien.
Llegó el día de irme al campamento y mis padres me llevarían. Desde New York al campamento en Vermont nos gastamos más de seis horas de camino, pero el viaje fue agradable y los paisajes de las montañas era algo para admirar.
Al llegar al campamento todo era un caos, niños y adultos por todo lado, gritos, risas, llanto… de todo. Ver algunos niños correr a abrazar a otros me gustó y me dio tranquilidad; supongo que es un buen lugar para conocer gente y nuevos amigos.
La despedida de mi mamá fue una tragedia total por parte de ella, lloró como si me fuera a la guerra… en cambio mi papá estaba serio, e intentaba poner buena cara, aunque se notaba que estaba un poco triste, porque estas son las primeras vacaciones que paso lejos de casa.
Después de que se van los padres, se dejan de escuchar llantos y pasan a escucharse solo risas y alegría. Yo observo todo callado, me da un poco de pena empezar conversación con alguien y más cuando pareciera que todos se conocen de antes. El director del campamento nos recibe, dice que se llama Rick, creo que debe tener más edad que mis papás, pero menos que mis abuelos; es un señor muy alegre, que impone respeto, pero no da miedo. A medida que pasa el tiempo, me siento más tranquilo y curioso acá.
Nos organizan por pequeños grupos, eso sí, separando a las niñas de los niños, las habitaciones se encuentran en dos cabañas grandes en lados opuestos. Una para las niñas, con alguna decoración alegre con flores, globos, corazones, listones de colores, un cartel de “Bienvenidas” … parecen adornos hechos por otras niñas; en cambio la cabaña de los niños es más sobria y lo único que tiene son algunos globos y un cartel de “Bienvenidos”. En las habitaciones cabemos grupos de seis niños y son unas cuatro habitaciones por cabaña. También nos han dividido en grupos por edades y nos han asignado labores.
Esto me empieza a emocionar cada vez más porque lo que vamos a hacer son actividades con las que siempre soñaba y veía que hacían en las películas los chicos cuando iban de campamento.
[…]
En estos casi tres meses que estuve lejos de casa, aprendí lo que estando junto a mis padres, me hubiera demorado años enteros; lavar mi ropa, asear mi lugar de dormida, tender bien las camas, hacer fogatas, aprender tips de supervivencia, cocinar, hacer nudos, poner vendajes, ejercitarme, tanto así que bajé de peso sin darme cuenta, hasta hacer manualidades aprendí, aunque esas no es que me gusten mucho.
De ser un niño callado y tímido, pasé a ser uno muy alegre y lleno de amigos, no solo de los de mi mismo grupo de edad, sino con algunos chicos mayores con los que en varias ocasiones compartimos actividades. Lo que sí no hice, fue hacerme amigo de alguna de las chicas, eso sí me da pena y además que es incómodo estar con ellas… se ven como tan delicadas, que ¡guácala! De solo pensar que más adelante es posible que me llegue a gustar una niña y me de un beso con ella, se me revuelve el estómago… no quiero llegar a eso.
Llegó el final del campamento y con este la promesa de que el próximo años nos volveremos a ver. Estoy plenamente convencido que le diré a mis papás que quiero seguir viniendo… me gustó mucho la vida de “chico explorador”.
En todo este tiempo hablé relativamente pocas veces con mis papás y no porque no quisiera, sino porque acá no coge la señal de los celulares, así que todos teníamos turnos asignados para usar el teléfono principal del campamento, pero ese tiempo era corto, ya que la mayor parte del tiempo estábamos afuera haciendo y aprendiendo algo. Así que cuando llegaron a recogerme, me divertí mucho al verles las caras, con sus bocas abiertas y asombrados de ver mi cambio, no solo físico, sino emocional. Mi mamá volvió a llorar a mares, pero esta vez de la emoción y a mi papá se le alcanzó a escapar una lágrima que bajó por su mejilla, pero que rápidamente limpió.
En el camino de vuelta a casa, parecía un loro que no dejaba de hablar y contarles todo lo que había hecho y aprendido. Les dije que quería seguir volviendo y me alegró muchísimo, que aceptaran gustosos volverme a enviar.
Sentía melancolía de que mis geniales vacaciones se hubieran acabado y lo peor era tener que volver al colegio para continuar con el año escolar. Tenía un poco de miedo de volver a ver a quienes me habían molestado por tanto tiempo, aunque ya no era miedo en la misma proporción, ahora estaba cambiado y con un mejor carácter formado.
Tal fue mi sorpresa cuando al llegar al colegio no volví a ver a Gregory, ni a sus amigos… días después me enteré de que durante las vacaciones se habían metido en problemas y sus padres decidieron cambiarlos de colegios, para que no se siguieran juntando.
El resto del año escolar pasó tranquilo, recuperé mi ritmo de estudio y más importante, mis notas, por lo que mis profesores estaban muy felices. Me decían que sabían que yo era un buen alumno y que por eso se les había hecho raro mi cambio… aunque creo que es parte verdad y mentira, porque si se hubieran preocupado por mí, no se habrían puesto a investigar qué me pasaba hasta después que mis papás se los pidieron.
El tiempo pasó rápido, ya tengo once años y nuevamente voy al campamento de verano, como me lo prometieron mis papás y como se los prometí a mis amigos el año pasado. Al llegar al campamento ya no hubo lágrimas por parte de mi mamá, sino solo alegría y consejos… muchos consejos, mi papá solamente me sonreía mientras mamá hablaba y al final nos dimos un fuerte abrazo… creo que el año pasado mientras estuve en el campamento, ellos aprovecharon a pasar tiempo juntos porque hace tres meses nació mi pequeña hermanita Kiara, la cual en estos momentos mira para todos lados y se ríe dentro de su coche. Me despido de ella con un beso en la frente, que le hace soltar una carcajada.
Corro para reencontrarme con mis amigos, nos saludamos muy emocionados y nos contamos anécdotas de los vivido este año, mientras el señor Rick nos da la bienvenida e inaugura oficialmente el campamento de veranos, de este año.
Esta vez el tiempo pasa volando y desearía que aún no fuera hora de volver a casa. Como es costumbre el último día, el campamento nos organiza una cena especial en el comedor, es un espacio grande, semicubierto y lleno de mesas de madera que le dan un aspecto bien rústico… acorde con el lugar en el que estamos.
Nuevamente somos chicos a una lado y chicas al otro, solo unos pocos chicos de los mayores han hecho amistad con algunas chicas también mayores, ellos sí se han sentado juntos a cenar y se ve que la pasan muy bien juntos, porque no paran de reír.
Se acaba la cena y mientras me dirijo a dejar mis platos en un mueble, veo a lo lejos una niña de unos ocho o nueve años, que hace que mi corazón se acelere y sienta un hueco en el estómago. Es demasiado linda… me quedo mirándola hasta que desaparece entre la oleada de niñas que van hacia su cabaña de dormitorios.
Sacudo mi cabeza para salir del estado en el que estoy y me voy junto con uno de mis amigos a dormir. Mañana ya llegan a recogernos y de vuelta a casa y al colegio. Nuevamente las promesas de vernos el próximo año y la melancolía de la separación.
No sé qué fue lo que me pasó, pero durante todo el siguiente año, no puedo dejar de pensar en la pequeña niña que vi esa última noche en el campamento y extrañamente ruego y cruzo los dedos porque en estas próximas vacaciones, ella vuelva a asistir al campamento y más importante, volverla a ver, aunque agradecería que no fuera hasta la última noche.
Mi hermanita ya está grande, camina sola, habla un poco, hace sonidos extraños que me hacen reír y lo peor es que es demasiado curiosa y dañina, nos mantiene con los ojos abiertos, pendientes de que no le pase nada o haga algo malo. Así que volver al campamento será un descanso en ese aspecto… que mis papás se encarguen de todo solos… ¿quién los manda a ponerse a tener bebé?, me río.
Finalmente llega el día de volver al campamento, ya es mi tercer año consecutivo yendo y no me canso. Cada vez que vengo soy un año mayor y así mismo voy quedando en un grupo diferente y cambiando de dormitorio.
Esta vez estoy con los ojos más abiertos y atentos a esa niña que un año atrás me produjo sensaciones extrañas en mi estómago y corazón. ¿Será posible que me empiecen a gustar las niñas? ¿Ya estoy tan viejo como para llegar a esa etapa de la vida?... pero por otro lado no pienso lo mismo porque solo con ella he sentido eso, en cambio a las otras niñas las veo como si nada.
Nos estamos alistando para una actividad, cuando a lo lejos la veo salir de la cabaña de las niñas, mi corazón se vuelve a agitar de solo verla y aunque me quisiera acercar a saludarla, no soy capaz de la pena que siento. Aún no estoy listo para hablar con chicas, apenas tengo doce años… sigo siendo un niño.
El tiempo empieza a transcurrir de la misma forma… actividades, juegos, aprendizajes, fogatas, ejercicio. Todo el tiempo me la paso con mis amigos y nos divertimos mucho.
Cada vez que veo a esa niña, de la que no sé el nombre, me emociono y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Me alegra verla feliz y se nota que es muy sociable porque siempre está con más niñas.
Este año el señor Rick quiere hacer una caminata por un bosque cercano, con todos los que estamos en el campamento, tanto niños como niñas. Esa actividad, según nos la pintó, suena muy bien, así que todos estamos ansiosos por realizarla.
Nos vamos a dormir con la ilusión de amanecer y alistarnos para el evento imprevisto, más esperado, pero al despertar nos llevamos la desilusión más grande. Llueve de manera torrencial y es imposible poder salir a un bosque donde cada árbol atrae los rayos.
Cuando llueve o pasa algo que no nos permita estar al aire libre, nos habilitan un salón grande, que más bien parece un viejo coliseo. Para allá nos dirigimos a desayunar y esperar cuáles serán las actividades de hoy.
Pues resulta que vamos a hacer algo de manualidades, pero para regalarle a alguien en el campamento. Nos reparten materiales de todo tipo y nos ponemos manos a la obra, mientras de fondo suena música alegre que ayuda a olvidar lo gris que está el día y que además nos daño la caminata al bosque.
Pienso por un momento qué haré con los materiales que cogí y después empiezo a cortar, pegar, colorear, escarchar y demás cosas, para al final conseguir una “linda” flor para el cabello, hecha en cartón, papel y algodón. Me siento orgulloso del resultado porque quedé bastante decente, siendo la primera vez que hago algo así.
Cuando llega el momento de entregar los regalos, no soy capaz de acercarme a esa niña bonita a la que le hice este detalle de forma especial. De repente la veo acercarse con lago en las manos.
- Hola, esto es para ti – me dice mientras me estira la mano e intenta entregarme algo. Yo estoy clavado en el piso y tampoco puedo decir una palabra.
- Ho o o ola – tartamudeo al saludarla - ¿eso es para mí? – respondo asombrado cuando entiendo que el regalo de hoy, lo hizo para mí.
- Sí… ¿no lo quieres? – me dice con tristeza y alcanzo a ver sus ojos llenarse de lágrimas.
- ¡No! No es eso… solo que no esperaba un regalo de nadie – contesto apresurado. Lo que menos quiero es verla llorar – yo también te tengo un regalo – ella sonríe alegre y yo lo hago de verla feliz.
Preciso en el momento que le estoy dando la flor que hice, llega el señor Rick a tomarnos una foto, con nuestros respectivos regalos.
Recibo mi regalo y al ver que es un reloj de arena pintado en un cartón y con arena de verdad pegada, siento curiosidad de saber qué significa.
- ¿Un reloj de arena? – le pregunto - ¿por qué? - mi cara demuestra lo que siento.
- Representa el tiempo que debe pasar… - responde, dejándome más intrigado.
- ¿Que debe pasar para qué? –
- Mmm – está dudosa y se nota que tiene un poco de pena – el tiempo que debe pasar para que yo crezca y me pueda casar contigo – suelta rápido y sale corriendo de nuevo a donde sus amigas.
Yo quedo con el corazón acelerado y no entiendo cómo es que una niña menor que yo sea más valiente y además me dijera lo que acabo de escuchar.
No volvimos a hablarnos, ni tampoco a vernos en otro campamento, porque ese fue el último año que asistió, pero la foto que nos tomaron y el reloj de cartón se volvieron mi mayor tesoro y la promesa de volver a ver a esa pequeña que se robó mi corazón a la tierna edad de once años.