Cindy Green El portero abre la puerta del coche, y me tiende la mano para ayudarme a bajar. Le agradezco con una sonrisa lo más cortés que puedo aparentar, y a paso firme me adentro por las puertas dobles de un cristal inmaculado de la sede de Emerald Digital Group, la que se volvió mi segundo hogar y mi pesadilla al mismo tiempo, desde hace seis meses, y de la que escapé hace una semana, sumergida en otro ataque de depresión. Y ahora, vuelvo a verle las caras a todos los empleados y chupa medias que me observan con asombro mientras los ignoro, yendo veloz hacia el final del pasillo principal de la plata baja, en dirección al último piso, en donde mi querida guarida me aguarda. –Y gracias por el detalle de la carta impresa – oigo la risa de Gina al otro lado de la línea de llamada, y