¿Una prueba de masturbación?

4187 Words
Antonella le alcanzó el vaso de limonada con vodka a su paciente. da pensó que las sesiones de terapia ya habían tomado otro color. Esto parecía más una charla entre amigas que la consulta a una psicóloga. ―Me intriga mucho saber qué fue lo que hiciste con tu amiga ―dijo la paciente, tomó un sorbo del vaso y prosiguió―. Pero no me malinterpretes, lo digo sólo porque es la primera vez que una psicóloga me cuenta sobre su vida sexual... nunca hablan de ustedes, a veces parecen robots sin emociones. Mil veces escuché a gente decir: “Un psicólogo nunca te va a contar nada sobre su vida”. Es como si lo tuvieran prohibido, como si el paciente, forzosamente, tiene que ver a su terapeuta como un ser sin alma. ―No te voy a negar que muchos psicólogos pueden parecer robots sin alma; pero yo me esfuerzo por evitar eso. Como habrás notado, mi terapia es muy diferente a lo convencional. ―Ya me di cuenta, es muy diferente, en varios aspectos... pero me gusta, me siento cómoda hablando de estas cosas con vos. Con mis anteriores terapeutas no pude abrirme tanto. Deberías promover este tipo de terapia. ―Y lo hago. Además de hacer terapia, también soy mentora de futuras psicólogas. ―¿Sos profesora? ―A veces ejerzo como profesora; con notas y exámenes, como lo hacés vos. En otras ocasiones simplemente doy consejos a mujeres que van a dedicarse a esto. ―¿Solo a mujeres? ―Me llevo mejor con el sexo femenino. ―Voy a terminar pensando que sos lesbiana. ―No me considero lesbiana. Lo que quería decir es que me resulta más fácil llegar a las mujeres. Especialmente cuando se trata de preparar futuros profesionales. ―Entiendo. Creo que todas las personas encontramos más sencillo comunicarnos con un género en particular. Aunque yo debo ser de otro planeta. Nunca entendí a los hombres… y me cuesta relacionarme con mujeres. ―Eso quiere decir que no tenés muchos amigos… o amigas. ―Tengo colegas, en el trabajo. Pero lo que se dice “amigos”, no… no creo tener ninguno. ―Lia dio otro sorbo al vaso de limonada y quedó contemplando el infinito. Después de unos segundos de silencio siguió hablando―. Qué bueno que tu terapia no sea convencional, porque de lo contrario nunca hubiera dicho eso. ―Entiendo. Muchas veces puse en dudas las prácticas convencionales, en las cuales el paciente se siente como un mero objeto de estudio, y no como una persona. Para que veas que yo también soy un ser humano, te conté algunas cositas personales. ―Y me las mostraste... nunca me imaginé que terminaría viendo fotos casi pornográficas en un consultorio terapéutico. Antonella soltó una grácil risita. ―Te aseguro que no es lo habitual, ni siquiera con mis propios pacientes. Pero bueno, vos no me creíste cuando te dije que tuve sexo con una mujer, y ésta es la prueba. ―De momento vi toqueteos, alguna chupada en las tetas... y un par de besos. No mucho más. Para mí eso no califica como sexo lésbico. Ya te conté que yo también llegué a hacer cosas como esa, y no por eso voy a andar diciendo que soy lesbiana… o que tuve una experiencia lésbica. ―Está bien, ¿entonces qué pensás de ésto? En la siguiente foto se podía ver a Antonella, con sus preciosos ojos verdes bien abiertos. Tenía la boca pegada a la concha de la rubia. ―Admito que eso ya es un poquito más fuerte. ―Y por si todavía no te convenciste... mirá ésto. En la tablet comenzó a reproducirse un video. Era muy similar a la foto anterior, y estaba grabado desde la perspectiva de la rubia. Antonella estaba chupándole la concha con muchas ganas, moviendo mucho la boca y la lengua, para explorar y degustar cada rincón de ese lampiño sexo femenino. ―¡Apa! ―Exclamó Lia―. Si no lo estuviera viendo, no lo creería... jamás me imaginé que una mujer como vos fuera capaz de rebajarse a chupar una concha. ―Lo hice... con muchas ganas, y lo disfruté. No siento que me haya rebajado. ―No entiendo cómo una mujer puede disfrutar de algo así… se ve tan antinatural... ―Creeme que tiene su encanto, además mi amiga es hermosa... me excita mucho verla desnuda. ¿Acaso vos no pensás que ella es una mujer hermosa? Ya viste las tetas que tiene… las piernas, la concha... ―Eso no lo discuto, es una rubia despampanante... tiene una concha preciosa, muy bonitos sus gajos, son casi perfectos. Me gusta cómo sobresale el clítoris, apenas un poquito; pero lo suficiente como para saber que está ahí, esperando por atención. ―Me encantó chuparle el clítoris. ―En pantalla se podía ver cómo la lengua de Antonella jugueteaba con ese botoncito de placer. Empezaron a escucharse los gemidos de la rubia, y los chasquidos húmedos de los chupones que le daba la psicóloga―. Y como verás, a ella también le gustaba mucho lo que yo hacía. ―Se nota que estabas comprometida a brindarle placer. ―Totalmente. ―Sinceramente yo no hubiera disfrutado, de haberme encontrado en el mismo lugar que la rubia. Para mí el sexo es todo un problema. ―¿Creés que no hubieras disfrutado nada en absoluto? ―Mmmm… puede que me hubiera calentado un poco, al fin y al cabo el contacto físico tiene su efecto… y se nota que vos le estabas poniendo mucho empeño a la cosa. De haber tenido una lengua en mi clítoris, haciendo todo eso, se me hubiera subido la temperatura. Pero después de un rato me hubiera invadido la frustración, porque sabría que sería imposible llegar al orgasmo. Además para mí no es excitante que una mujer me chupe la concha. Eso hubiera matado toda la pasión. ―Ya veo. Es una pena que lo veas así, porque solo hace falta un poquito de mente abierta para disfrutar con otra mujer. Aunque no se trate de una relación lésbica propiamente dicha, sino algo como… ―Como un “probemos a ver qué pasa”. ―Algo así. ―dijo Antonella―. Esa noche nos pusimos picaronas, mi amiga y yo. Estuvimos hablando de sexo, de buenas y malas experiencias, y en un momento ella me confesó que nunca había estado con una mujer; pero que le generaba curiosidad. De inmediato entendí que ésto era una invitación. Después lo dejó más claro diciendo que si algún día tenía sexo con una mujer, le gustaría que fuera con una como yo. ―Claro, ninguna tonta la rubia. ―Aseguró Lia―. Hace unos años escuché a un amigo decir, en broma, que si alguna vez se la metían por el culo, entonces quería que lo hiciera un tipo con una pija bien grande. Porque si le iban a quitar el invicto, al menos que lo hiciera alguien que esté bien equipado. Lo de la rubia sería algo parecido, pero con mujeres. Acostarme con otra mujer me parece algo asqueroso… sin embargo, si tuviera que probar, por la razón que fuera, yo también preferiría que se tratase de una mujer tan voluptuosa como vos. Si voy a chupar tetas, que sean bien grandes, como las tuyas ―Lia miró fijamente al gran escote de Antonella, admirando las tenues venas que se dibujaban debajo de esa piel de porcelana―. ¡Upa! ―Exclamó Lia, cuando Antonella cambió la imagen de la tablet. Aquí pudo ver a la propia psicóloga, sonriendo a la cámara, luciendo sus voluminosas tetas completamente desnudas―. Me gustan tus pezones, son chiquitos, a pesar de que tenés bastante teta, y las areolas apenas se te notan. ―Gracias. ―Como te decía. No está en mi planes probar nada con una mujer, pero si tengo que volver a chupar tetas, que sean unas como esas. Estoy segura de que muchas personas se deben morir de ganas de chuparte las tetas… incluyendo a muchos de tus pacientes. Perdón si te pone incómoda que te lo diga, pero es verdad. Más de uno de tus pacientes se debe pajear pensando en tus tetas. ―No me pone incómoda, y ellos son libres de masturbarse pensando en lo que quieran. Si pensaran en mí, me sentiría halagada. Así como también me siento halagada por tu comentario. Soy mujer… y un poquito vanidosa, lo admito. Me gusta saber que otras personas me encuentran atractiva. ―Wow, jamás imaginé que escucharía a una psicóloga reconocer que es vanidosa. ―Es que lo soy, y aprendí a convivir con eso. Tuve pacientes, hombres y mujeres, que me han dicho cosas como: “Qué lindo culo que tenés… las cosas que le haría”. Y a mí no me molestó para nada, al contrario, me puse feliz y hasta permití que me miraran un poquito el culo. Al fin y al cabo, mirar un poco no le hace mal a nadie. ―Me sorprendés a cada momento, Antonella ―dijo Lia, luego tomó un largo sorbo de limonada con vodka, hasta vaciar el vaso―. Tenés una forma muy peculiar de dirigirte a tus pacientes. ―Y a veces hasta hago pequeños experimentos con ellos. ―¿Qué tipo de experimentos? ―De los que otro psicólogo podría considerar como “poco ortodoxos”. ―Mm… estoy muy intrigada. ¿Me podés contar sobre alguno? ―¿Contarte? Mmmm… por ahora no. Pero sí podrías participar en uno. ¿Te interesa? ―Sí, claro ―dijo Lia, con una gran sonrisa que la distanciaba mucho de la mujer severa que había pisado el consultorio por primera vez―. Porque estoy intrigada. ¿En qué consiste ese experimento? A continuación Antonella liberó una de sus tetas, la sacó completa del escote, y luego hizo lo mismo con la otra. Esos pequeños pezones de areolas sonrosadas quedaron a la vista de Lia, que observaba con la boca abierta, como si hubiera visto un fantasma. ―¿Te animás a chuparme una teta? ―Preguntó la psicóloga. ―¿Me estás hablando en serio? ―Sí, muy en serio. Te dije que estos experimentos se pueden considerar poco ortodoxos. ―¿Y qué pretendés logar con esto? ¿Querés demostrar que tengo algún tipo de atracción hacia las mujeres o alguna estupidez parecida? ―No pretendo demostrar nada. No tengo ninguna idea formada. Simplemente quiero saber tu opinión, cuando lo hayas hecho. Lia la miró como quien tiene que acariciar a un perro que podría morderlo. ―¿Solo eso? ¿Saber mi opinión? ―Sí. No me gusta tener ideas preformadas al momento de realizar un experimento. Prefiero esperar a los resultado, antes de sacar conclusiones. No tengo idea de qué vas a decir después de chuparme las tetas. Podrías salir con cualquier cosa. Estoy tan intrigada como vos. ―Esto es como el caso de la rubia… que lo hicieron solo para ver qué pasaba… para saber cómo se sentirían. ―Exacto. Cualquier respuesta que des, va a ser la correcta; siempre y cuando estés siendo sincera. ―Bien, en ese caso… estoy dispuesta a hacerlo. ―Dale entonces ―dijo Antonella, señalando sus grandes pechos. Lia dudó unos instantes, se dijo a sí misma que esto era una locura. No podía lanzarse de esa manera sobre las tetas de su psicóloga. Era como ir a un consultorio médico y agarrarle la v***a al doctor. Sin embargo le generaba mucha curiosidad que Antonella aplicara estos métodos tan extraños y quería saber qué otras metodologías escondía la terapeurta, por eso no podía rechazar esta. Se acercó lentamente, como si esas tetas de erectos pezones rosados fueran a pincharla. Sacó la lengua y la deslizó por una de las pálidas areolas de Antonella, y se apartó rápidamente, como si la superficie quemara. ―Si se te hace muy difícil ―dijo la psicóloga―, imaginá que estamos en una despedida de soltera, y que yo soy una stripper. Lia la miró confundida y luego comenzó a reírse. ―No sé a qué clase de despedidas de solteras irás vos, pero no es lo que yo acostumbro ver en una. ―Sí, sé que lo normal es que haya strippers masculinos. Pero no siempre es así. ―¿Y por qué tendría que haber chicas strippers en la despedida de soltera de una mujer? ―Porque las despedidas de soltera son para divertirse con amigas y hacer picardías que normalmente no se harían. Yo fui a un par en las que las strippers eran únicamente mujeres, y te aseguro que las futuras novias se divirtieron mucho. Además se ahorraron problemas, a sus maridos le dijeron la verdad: que no hubo ningún hombre en la fiesta de despedida. ―Bueno, tiene sentido mirándolo así; pero de todas formas me parece aburrido. ―Te aseguro que no lo es. Además le da la oportunidad a la futura novia de hacer algo que nunca hizo… claro, teniendo en cuenta que nunca haya estado con otra mujer. Es como un juego para adultos. ―Puede ser. Voy a intentar imaginar que estamos en una fiesta de esas… pero aunque lo estuviera, no creo que me animara a chupar una teta. ―Chupar una teta, en esa clase de fiestas, es lo más básico. Hasta las novias me chuparon las tetas… ―Claro, como las tenés tan grandes… tus tetas habrán sido el alma de la fiesta. ―Más o menos. Las chicas strippers también tenían lo suyo. Te aseguro que esas fueron las despedidas más divertidas que pasé, justamente por lo atípicas que eran. ―Bueno, voy a intentar otra vez. A pesar de lo curioso que fue, a Lia le sirvió el consejo de la psicóloga. Se imaginó a ella misma en una fiesta, con amigas imaginarias (porque reales no tenía muchas). Imaginó que Antonella, con sus grandes melones, era una de las strippers que la invitaba a divertirse un poco. La ilusión fue más real cuando la pelirroja hizo sacudir sus tetas. Lia se rió y luego aferró ambos pechos con sus manos, los masajeó y se dio cuenta que no eran tan distintos a los suyos… aunque sí eran un poco más grandes. “Es como tocarme a mí misma”, pensó. En ese momento cayó en la cuenta de que a veces, al masturbarse, lamía sus propios pezones, algo que el tamaño de sus tetas le permitía. También le vinieron a la mente los recuerdos de esas locas noches con sus amigas, cuando se ponían demasiado mimosas al pasarse con el alcohol. Decidió que lo mejor era hacerlo de forma directa, sin dar tantas vueltas. Quería demostrarle a Antonella que ella no era ninguna miedosa, aunque hubieran pasado muchos años desde aquellas noches alocadas con sus amigas de la juventud. Aferró con fuerza una de las tetas de la pelirroja y se lanzó de una. Se prendió al pezón, como si quisiera sacar leche de esa ubre. Dejó la boca formando una “O” y succionó el pecho. Luego pasó la lengua alrededor del pezón, dibujando círculos. Esto la envalentonó y la llevó a animarse a más. Pasó a la segunda teta y repitió el acto, esta vez mirando a Antonella a los ojos, quien la observaba con una radiante sonrisa. ―¿Qué tal lo hago? ―preguntó Lia. ―Mucho mejor de lo que esperaba. Tenés talento para esto. ―Un talento inútil, teniendo en cuenta que no me gustan las mujeres. ―Pero es un talento al fin. ¿Y qué pensás al respecto? ¿Qué te produce chuparme las tetas? ―Se siente raro y me trae el recuerdo de esas noches alocadas que pasé con mis amigas. Por eso me resulta divertido. Hace mucho que no hago una cosa así. De todas maneras, cuando se me pase el factor nostálgico me va a parecer algo soso. No me malinterpretes, Antonella, tenés unas tetas preciosas… y bien grandes; si yo fuera lesbiana preferiría chupar tetas como esta. Pero como no lo soy… sé que después de un rato me va a dar un poquito igual. Como si tuviera que chuparte un codo. ―Eso sí que es insulso. ―Sí, insulso. Esa es la palabra que estaba buscando. ―¿Describirías con la misma palabra la masturbación? ¿Te resulta insulso hacerte la paja? Lia pensó durante unos segundos, mientras masajeaba los pechos de la psicóloga con ambas manos. ―Sí, creo que sí. Muchas veces termina siendo una práctica insulsa, sin chispa. ―¿Te animarías a mostrarme cómo lo hacés? ―¿Qué? ¿Me estás pidiendo que me masturbe delante tuyo? ―No. Te estoy pidiendo que lo hagas conmigo ―los ojos de Lia se abrieron como platos―. Te recuerdo que, a pesar del tono informal, estamos en una terapia. Ya te expliqué que la psicología no es tan diferente a ir a un médico. ―Sí… entiendo. Podría decirse que lo haría con fines médicos. ―Así es. Una pequeña prueba médica. La sexología es mi especialidad, y ya te dije que mis métodos pueden ser algo… ―Inusuales. ―Pero altamente efectivos. ―Eso ya lo puedo ver. De verdad me hizo sentir cosas raras el haberte chupado las tetas. ―Bueno, entonces sigamos con esta otra prueba. Lo que quiero ver es qué tan bien lo hacés. Si sos capaz de brindarme placer, entonces voy a entender que lo hacés bien. ―¿Pensás que mi problema puede ser que no sé hacerme la paja? ―Quizás. No sería la primera vez que encuentro una mujer que no sabe masturbarse. Algunas mujeres no se animan a explorar a fondo su propio cuerpo. ¿Estás dispuesta a probar conmigo? ―Preguntó Antonella, mirando a Lia con sus grandes ojos verdes. ―¿Tengo que excitar a mi propia psicóloga tocándole la concha? Eso sí que me resulta muy raro. Me resultaría muy chocante verte… cachonda. ―¿Por qué? Creo que ya dejamos en claro que no soy un robot. Soy una mujer de carne y hueso. Soy capaz de excitarme… y la excitación es parte primordial del sexo. Sin eso… como que no tiene mucho sentido. ―En eso estamos de acuerdo. Pero aún así, me resultaría incómodo que me dijeras que se te mojó la concha porque yo te toqué, y que te estás calentando… ―¿Y quién te asegura que voy a decir eso? ¿Confiás en que serías capaz de hacer que mi concha se moje? ―Ey, claro que sí. O sea, no soy hombre, no tengo un pene para satisfacer a una mujer; pero sé muy bien que los toqueteos, si se hacen de forma apropiada, pueden ser muy estimulantes. ―Si te creés tan capaz de lograrlo… entonces hacelo. Antonella separó las piernas, mostrándole su tanga a Lia. La paciente se quedó mirándola embobada. Luego de unos segundos dijo: ―Nunca imaginé que te vería así… con las piernas abiertas… ―No creo que te incomode verme la concha… al fin y al cabo vos también tenés una. ―Sí, claro. No es la primera vez que veo a otra mujer desnuda. Ni tampoco va a ser la primera vez que le toco la concha a una. ―Me contaste lo que hiciste con tu amiga, en la discoteca. Pero a ella solamente la tocaste por encima de la ropa interior. Yo pido un contacto… más directo. ―Bueno, eso tampoco sería la primera vez ―dijo Lia, inclinándose sobre Antonella. Bajó una mano y comenzó a acariciar la cara interna de los muslos de la psicóloga, acercándose cada vez más a su sexo―. Un tiempo después de lo que te conté sobre mi amiga, pasó algo con otra chica. ―Para ser heterosexual, tuviste varias experiencias que involucran mujeres. ―No pienses mal. Sacándolo de contexto sí se vería raro, casi como una experiencia lésbica; pero en realidad no fue así. ―Podés contarme cómo fue, mientras me demostrás si sos capaz de tocar bien una concha. Lia sonrió. La situación le divertía cada vez más, y por esto culpó al vodka incluido en la limonada. Además estaba Antonella. Nunca había conocido a una mujer como ella. La psicóloga la sorprendía a cada segundo. Los dedos de Lia alcanzaron los gajos vaginales de la pelirroja y comenzó a acariciarla por encima de la tanga. Pudo sentir la tibieza del sexo femenino debajo de esa fina tela. ―¿Te acordás lo que te conté antes de la noche de la discoteca? Aquella vez que una amiga me ayudó a tener sexo con un chico que me gustaba. ―Sí, lo recuerdo muy bien. ―Bueno, esto fue algo parecido, con la diferencia de que pasó con dos personas completamente desconocidas. A mis veinticinco años, mientras estaba en la universidad, decidí tomarme unas relajantes vacaciones en la playa. Viajé a Brasil, sola. Quería tener la libertad de hacer lo que se me diera la gana. En la playa conocí a un tipo, que tenía como diez años más que yo. Un morocho hermoso, de piel bien oscura. Tenía el cuerpo fibroso y con músculos bien definidos, parecía tallado en mármol. Yo estaba linda, con un bikini bastante chiquito y atrevido. Él me miraba todos los días, hasta que una vez se animó a hablarme. No le entendí nada, porque él me hablaba en portugués. Intenté responderle en español, pero no entendí muy bien. >Luego de este fallido intento de conversación se me acercó una chica uruguaya, preciosa. Pelo castaño bien largo y ondulado, grandes tetas. Una cinturita de avispa y un culo que era un imán para todas las miradas de la playa. Esta chica me dijo que ella hablaba un poco de portugués y que si yo quería intentar algo con el brasileño, ella podía ayudarme. >Le dije que sí, sin dudarlo. Si hubiera estado en Argentina, cerca de la gente que me conoce, tal vez no hubiera accedido. Pero fui a Brasil a divertirme… y la verdad es que fui sola con la esperanza de encontrar alguna linda aventura s****l. Algo que me hiciera disfrutar del sexo, aunque sea un poquito. >La uruguaya sirvió como intermediaria. Nos sentamos en la playa los tres y empezamos a conversar. El morocho se volvió la envidia de todas las personas en la playa; claro, estaba muy bien acompañado. Para colmo la uruguaya decidió hacer topless, mostrándole a todo el mundo lo firmes que eran sus grandes tetas. ―¿No te pusiste celosa de que hiciera eso mientras vos intentabas lograr algo con el brasileño? ―No, para nada. Porque ella, hablando en español, me dijo que lo hacía para que yo me animara a hacer lo mismo. ¡Y lo hice! Me puse roja de la vergüenza, claro; pero me quité la parte de arriba del bikini y quedé en tetas. Al morocho le encantó y a pesar de que las mías no eran tan grandes como las de la uruguaya, todos los halagos fueron para mí. >Después de un par de horas de charla, el tipo me invitó a su casa, la cual estaba a pocos metros de la playa. Ahí la uruguaya me dijo que me dejaba sola, pero yo le pedí que por favor me acompañara, porque me sería imposible comunicarme con el tipo hablando en español. Le insistí tanto que al final accedió. >Cuando llegamos la charla empezó a ponerse más picante. En un momento dije que me encantaría ver al morocho desnudo, y mi nueva amiga se encargó de traducirlo. El tipo no tuvo ningún drama en quitarse el short y mostrarnos lo bien equipado que estaba. ¡Qué pedazo de v***a! Si la hubieras visto, te volvías loca. ―Probablemente… me gustan grandes. ―¡Apa! Pero qué psicóloga más picarona ―las dos mujeres se rieron. Los dedos de Lia hicieron a un lado la tanga de Antonella y las caricias sobre la concha se volvieron más directas. A Lia le gustó descubrir que había logrado que la concha se humedeciera un poco―. En ese momento dije: “Esta es la mía… ésta es la experiencia que andaba buscando”. >Ahí nomás, frente a la uruguaya, me puse de rodillas y empecé a chuparle esa pija negra y venosa. Te juro que no me entraba en la boca. Pero de todas formas me esforcé para tragar lo más posible. >La uruguaya me dijo: “Ay, me estás haciendo desear”. Le respondí que por la ayuda brindada ella también tenía derecho a probar esa pija. Además el brasileño no dejaba de mirarle las tetas y el culo. Se notaba que le tenía ganas a ella también. La chica no se hizo rogar. Se agachó a mi lado y entre las dos empezamos a hacerle un tremendo pete al n***o. Eso sí me dio mucho morbo.
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