La Rubia - I

4220 Words
Antonella Vitale recibió a Lia, para dar comienzo a una nueva sesión. La paciente admiró a la psicóloga, Antonella llevaba puesto un vestido muy ceñido al cuerpo, que apenas le cubría la cola completa. En sus piernas tenía medias de red, y terminaba su atuendo con zapatos de plataforma, del mismo color. ―¡Apa! ―Exclamó Lia―. ¡Pero qué bonita estás! ―Muchas gracias. Adelante ―la paciente entró, y Antonella cerró la puerta. ―Cuánta sensualidad… ¿se debe a algo en especial? No me vayas a decir que atendés a todos tus pacientes vestida así… hasta veo que te maquillaste un poquito. Sutil… pero maquillaje al fin. ―Lo que pasa es que, al ser viernes, planeé una salida con mis amigas… y quería estar lista, porque pasan a buscarme un poquito después de que termine con tu sesión. ―Ah, qué bien… qué chica práctica. ―Antonella empezó a caminar hacia los sillones, meneando un poco su cadera. Lia le seguía el paso―. Uy… hoy sí que no me podés culpar por mirarte el culo… con ese vestido resalta todavía más que con el pantalón de la semana pasada… es más, si te agachás un poquito, se te ve todo. ―Sí, creo que es medio corto el vestido… ya me estoy arrepintiendo. ―No lo hagas, te queda divino. Te lo digo honestamente, como mujer. Si lo que buscás es llamar la atención de algún tipo lindo, con ese vestido seguramente lo vas a conseguir. ―Lia se sentó en el mismo lugar de siempre. ―Gracias, pero esa no es la intención. Solamente quiero pasarla lindo con mis amigas, despejarme un poco después de una semana de trabajo. ―Te entiendo perfectamente. Yo no tengo planes para salir este fin de semana, pero bueno, a menos venir acá me relaja un poco… veo que ya está el jugo de limón listo… ¿te acordaste lo que te pedí la semana pasada? ―Claro… le puse vodka, probalo. ―Sirvió la limonada en un vaso y se lo alcanzó. Luego llenó otro para ella. Lia dio un pequeño sorbo. ―¡Wow! Está bastante fuerte… ―¿Me pasé con el vodka? ―No, creo que tiene la medida justa. Pensé que te ibas a acobardar un poquito, y que lo ibas a hacer demasiado suave. ―Es viernes… podemos darnos el lujo de empezar la noche tomando algo rico. ―Ella también tomó un sorbo. ―Admito que me tenés sorprendida. No te parecés en nada a los psicólogos que tuve antes. No me refiero solamente al aspecto físico, que eso es más que obvio. Sino a que vos sos menos estructurada… ésto, por momentos, ni siquiera parece una terapia. ―Esa es mi intención. Tengo un método bastante peculiar. Me gusta que mis pacientes se sientan cómodos durante sus sesiones. Siempre odié esas terapias tan estrictas y estructuradas, en las que el paciente es sólo un objeto de estudio. Muchas veces el paciente puede ser alguien que te caiga bien, con quien te agrade conversar. ―¿Y yo te caigo bien? ―Cuando Antonella se sentó en su silla, a Lia le pareció divisar su ropa interior, por un segundo; pero no podía estar segura. ―Sí, sos una persona agradable. ―Qué raro… generalmente me dicen que soy una frígida. Una malco… ―¿Una qué? ―Perdón, se me escapó. ―No hace falta que te censures, Lia. Podés ser totalmente directa con los términos que usás… no me voy a escandalizar, ni me voy a ofender. Acordate… es mi trabajo, además yo busco una sesión más desestructurada. ―Está bien. ―Dio otro sorbo al vaso. El limón con vodka le refrescó la garganta, al mismo tiempo que le produjo un poco de ardor―. Muchos me dicen que soy una malcogida. Y probablemente tengan razón… o no… porque… a ver. Sé mucho de matemática, y algo de estadística. Intenté con varios hombres a lo largo de mi vida, no fueron un centenar, ni cincuenta… pero unos doce intentos habré tenido. Tal vez trece. Estadísticamente me parece muy poco probable que ninguno de esos hombres supiera coger. ¿No te parece? ―Y… no es imposible, pero sí poco probable. Alguno habrá hecho bien su trabajo. ―Sí, eso pienso yo… la mayoría de ellos se esmeró… te lo puedo asegurar. Además… algunos venían bien equipados. ¿Sabés a lo que me refiero? Muchas amigas me dijeron que si el hombre tiene… la… ―¿La? ―Antonella tomó otro sorbo de su vaso. Éste fue más largo que el anterior. ―La v***a… si es que vamos a hablar con total franqueza. Si tienen la v***a grande, una mujer podría disfrutar más. ―O podría ser doloroso. ―No fue mi caso… a ver, un poquito sí me dolió, al principio… ―de pronto Lia se quedó callada. ―¿Qué pasa? ―Es que no sé qué tan específica me puedo poner con los detalles, para no desubicarme. ―A ver… veamos… ¿qué tal si lo explico yo? Porque creo que ya sé lo que me querés decir… cuando te metieron la v***a, que era grande, te dolió un poquito al principio. Sin embargo una vez que la concha se te dilató bien, dejó de dolerte. ¿Qué fue lo que pasó después? ―Uf… no puedo creer que esas palabras hayan salido de una boquita tan dulce ―Antonella sonrió, con simpatía, mostrando una vez más ese radiante halo de inocencia que la cubría. ―Te dije que estoy acostumbrada a tratar con casos relacionados al sexo. Y creo que mientras más tiempo pierdas intentando suavizar los detalles, menos progreso vamos a hacer. ―Eso es muy cierto. Así que… ¿puedo hablar con total franqueza? ―Sí. ―¿Aunque pueda ponerme algo vulgar? ―Si te ponés algo vulgar no va a ser un problema, sino todo lo contrario. Quiero que te sientas lo más cómoda posible al contarme estas cosas. Así que, te pregunto otra vez. Cuando uno de estos hombres, con la pija grande, te penetró… ¿qué sentiste? ―Uf… pija… esa es una palabra fuerte. Bien, ya entendí el mensaje. Puedo ser totalmente honesta y directa con este tema. Según los comentarios que escuché de mis amigas, cuando les metieron una v***a grande en la concha… la pasaron genial. Disfrutaron un montón… ―¿Y vos? ―A mí no me pasó lo mismo. A ver, no me malinterpretes. Me gustó, y mucho… la v***a la sentí casi contra el útero. Me dejó… ¡ah, ya fue! ¿Querías que sea directa? Allá voy… estos tipos, los tres… porque fueron tres los que tenían una v***a grande, me dejaron con la concha bien abierta. Y eso… uf… me gustó mucho. Además se esmeraron bastante… en las tres ocasiones me cogieron durante un rato largo… más de una hora… metiéndome la pija sin parar. Así que nadie puede decir que soy una malcogida. Estos tipos me cogieron muy bien. Tan bien que al otro día ni me podía mover. ―Lia soltó una risita, y bebió otro sorbo de limonada. ―¿Pero? ―Pero, a pesar de que disfruté de la penetración, todo el tiempo estuve pensando en que algo me molestaba… la cara del tipo, su barba, su voz, sus gemidos de ganso en celo… Esta vez fue Antonella la que se rió. ―Así que, a pesar de que disfrutaste de la parte más física del sexo, no terminaste del todo complacida. ―No, en ninguno de los tres casos. Con decirte que… ―hizo una pausa para beber de su vaso, y continuó―. Con decirte que me tuve que hacer una paja para poder acabar… las tres veces. Y sí, ya sé… estarás pensando: ¿Una mujer de su edad, y todavía se anda haciendo pajas? Pero en ese momento no vi otra alternativa. ―¿Qué tiene de malo que te hagas una paja? ―Y… porque es algo de pendejas con las hormonas alteradas. ―¿Cuando tenías dieciocho años te masturbabas mucho? La pregunta tomó por sorpresa a Lia, pero aún así respondió. ―Un poquito… pero no mucho. Fue más que nada para experimentar, quería descubrir si el sexo era tan maravillos como lo pintaban. Pero no me pareció gran cosa. La masturbación es otro de mis grandes fracasos, sinceramente creo que está sobreestimada. ―Y hoy en día… ¿lo hacés con frecuencia? ―No, para nada. Me parece una pérdida de tiempo. Aquellas veces, después del sexo, lo hice porque hasta me dio bronca no poder acabar. Conseguí llegar a algo similar a un “climax s****l”; pero si te soy sincera ni siquiera pude disfrutarlo. ―Por la frustración que sentías. ―Exacto ―Lia tomó un largo sorbo de su vaso―. ¿Y usted, señora psicóloga? ¿Se hace la paja? ―Bastante ―Antonella soltó una risita encantadora. ―¡Wow! ¿De verdad? Me cuesta mucho imaginarte haciéndolo. ―¿Y eso por qué? ―Porque sos psicóloga. Entiendo que las mujeres profesionales y adultas no andan toqueteándose frecuentemente. ―Bueno, yo soy una mujer adulta y profesional, y me hago una paja casi todos los días. Es mi forma de relajarme, de pasarla bien un ratito, de distraerme… de disfrutar. Porque siempre que me hago la paja, disfruto. Ya conozco bien mi cuerpo, conozco mis puntos de placer… sé cómo acariciarme el clítoris, sé cómo penetrarme con los dedos. También aprendí que me gusta gemir mientras lo hago, eso me excita. Lia volvió a sentir su boca seca. Una vez más tuvo que tomar de su vaso. Se dijo que tenía que frenar un poquito, de lo contrario acabaría borracha en plena terapia, y eso sería una vergüenza. ―Unos minutos atrás te hubiera creído incapaz de hacer una cosa así. ―dijo Lia―. Pero ahora… con todos los detalles que diste… hasta me lo puedo imaginar. ―Imaginalo, porque es la pura verdad. Estoy siendo muy honesta con vos. Primero porque me caés bien, y por eso no me da vergüenza estar contándote estas cosas. Segundo, porque te quiero hacer una pregunta, y me gustaría que fueras totalmente honesta. ¿Con cuánta frecuencia te hacés la paja? ―Me cuesta mucho ser honesta con este tema. Lo considero algo muy privado… y vergonzoso. ―Entiendo, pero ahora mismo estamos en una sesión de terapia y todo lo que digas quedará entre nosotras. Justamente este es el espacio ideal para hablar de temas privados. Dijiste que para vos la masturbación es un fracaso… eso no significa que no lo intentes. Lia se mordió el labio inferior. ―Está bien. Voy a ser totalmente honesta, solo porque vos me contaste que lo hacés con frecuencia y eso hace que no me sienta tan culpable. Me hago la paja tanto como vos. Casi todos los días. Llego a mi casa, después de un largo día de clases, y lo primero que hago es desnudarme, tirarme a la cama para hacerme una paja. Me paso varios minutos con esa tarea, y a veces hasta llego a disfrutar. El problema es que casi nunca consigo acabar, normalmente termino frustrada. Se ve que no conozco tanto mi cuerpo como vos. O que directamente soy incapaz de disfrutar a pleno del sexo, aunque sea conmigo misma. ―¿Cuándo fue la última vez que lograste acabar? ―Uf… ya ni me acuerdo… fue hace meses. Varios meses. ―Sin embargo seguiste intentando… ―Sí, claro. Es más… emmm... esta mañana, antes de ir a trabajar, me hice una paja mientras me estaba duchando. Estuvo buena, no la consideraría un completo fracaso… pero cuando me di cuenta que no iba a conseguir llegar al orgasmo, la suspendí. ―Entiendo. Me parece bien que sigas intentándolo, que no abandones la oportunidad de disfrutar del sexo. Otra pregunta… antes de hacerte la paja ¿estás caliente? Es decir, ¿lo hacés cuando estás muy excitada o esperar calentarte en el proceso? ―No siempre. Muchas veces empiezo por mero aburrimiento, porque no tengo nada mejor que hacer. Me paso muchas horas en mi casa, completamente sola. Me aburro mucho. Aunque debo admitir que sí me caliento cuando me hago la paja. No soy de madera. Se me moja la concha, se me ponen duros los pezones… y empiezo a fantasear con escenas de sexo. Pero acabar… eso ya es otra cosa. ¿A vos no te pasa? Y quiero que seas honesta, no me vengas con mentiras para hacerme sentir mejor. ―La verdad es que no me pasa lo mismo que a vos, Lia. Yo siempre acabo cuando me hago la paja. A no ser que me interrumpan. Admito que tuve muchas horas de práctica, y como te dije, aprendí a conocer bien mi propio cuerpo. Y no sólo el mío… aprendí a conocer el cuerpo femenino en general. ―¿Y eso qué quiere decir? ¿Estuviste en alguna de esas charlas de educación s****l? ―Sí, alguna vez… pero no me refería a eso. ―¿Entonces? ―A ver… yo te dije que no te iba a juzgar por tus creencias, y cumplí. ¿Vos me podés prometer lo mismo a mí? ―Sí, claro… no tengo intenciones de juzgarte. ―Bueno… entonces te comento que yo experimenté el sexo con otra mujer. ―La mandíbula de Lia cayó, como si de repente pesara una tonelada―. Sí, así como te lo digo. Me acosté con una mujer. ―¿De verdad? ―La paciente tomó un buen sorbo de su vaso―. Me cuesta creerte. ―¿Y por qué te mentiría? ―No sé… como parte de alguna terapia rara, para que yo no odie a las lesbianas. ―A mí me importa poco si odiás a las lesbianas o no. Ese es asunto tuyo. Mi trabajo como terapeuta no es hacerte amar a todo el mundo, es lograr que vos te sientas sana y feliz. Lo que no quiero es que, después de contarte esto, pienses mal de mí… que pienses que no quiero ayudarte. ―No pensaría eso… pero igual, me cuesta mucho creer que estuviste en la cama con otra mujer. ―¿Por qué? ―Porque no parecés lesbiana. ―A ver, nunca dije que fuera lesbiana. Dije que tuve sexo con una mujer. ―Disculpame, pero para mí es exactamente lo mismo. No puedo verlo de otra manera. Y vos no parecés lesbiana. ―¿Y cómo debería verme para parecer una lesbiana? ―Menos femenina… más como una “marimacho”. ―No todas las lesbianas se ven así, Lia. A tu edad ya deberías saberlo. ―No sé, la experiencia de vida que tengo me dice lo contrario. Vos sos una mujer muy femenina, muy sensual, muy atractiva. Debés tener miles de ofertas de hombres que quieren acostarse con vos. Me cuesta mucho imaginarte teniendo sexo con otra mujer. ¿Por qué lo harías? ―Mmmm… a ver… Antonella meditó durante unos segundos, luego se puso de pie y buscó algo en el cajón de su escritorio. Regresó con una tablet en mano. Ignoró su sillón, y fue a pararse junto a su paciente. ―A ver… haceme un lugarcito. Lia obedeció, se acomodó contra uno de los apoyabrazos, dando lugar a Antonella. La psicóloga se sentó a su lado. Como el sillón no era lo suficientemente grande para las dos, estaban algo apretadas. ―¿Qué me vas a mostrar? ―Preguntó Lia, llena de curiosidad. ―Ya vas a ver. La pantalla de la tablet se encendió, con dedos rápidos Antonella abrió una carpeta de la galería de imágenes. Luego una foto apareció, cubriendo toda la pantalla. Allí estaba ella, abrazada a una chica rubia, de ojos azules, tan bonita como ella; y con pechos aún más grandes. ―Ésta es la chica con la que me acosté ―aseguró la psicóloga. ―Con esa foto no me convencés de nada. Yo tengo fotos iguales con mis amigas. Por cierto, muy bonita la rubia. Es preciosa. ―Sí, lo sé… por eso me gustó tanto coger con ella. ―Antonella pasó a la siguiente imagen, y allí se vio a las dos mujeres en corpiño, estaban tan juntas que sus caballos parecían mezclarse; el rojo intenso de Antonella con el rubio de la otra mujer hacían parecer que las dos mujeres estaban en llamas. Una foto más, y ya se estaban besando en la boca, con sensualidad―. ¿Ves? Ésta es una mejor prueba… ―¿Un beso? Sos un poquito inocente, nena. Podré tener casi cuarenta años, pero yo también fui joven… cuando salía a bailar con mis amigas, a veces nos dábamos algún besito. En ocasiones era para alejar a algún chico medio molesto, haciéndole creer que éramos lesbianas. Otras veces, bueno… porque sabíamos que a algunos les calienta ver dos mujeres besándose. Vos ya no sos ninguna pendeja, tenés tus añitos, pero es lo mismo. Yo también besé a algunas amigas y no por eso me voy a considerar lesbiana. ―¿Y fueron besos muy profundos? ―Por lo general eran piquitos, o poco más. Nada muy serio. ―¿Y cuando no era el caso general? ―Bueno, recuerdo una vez, con una amiga que no veo desde hace años… ella estaba medio borracha. Cuando vinieron dos pibes a molestarnos, nosotras nos besamos y ella se emocionó un poquito. Me metió la lengua en la boca, me transó como si yo fuera el novio. Creo que con la borrachera que tenía, ni notó que yo era una mujer. ―¿Y vos cómo reaccionaste a eso? ―Le seguí el juego… como te dije, era joven. Además yo también estaba un poquito pasada de tragos. Hice lo mismo, le metí la lengua en la boca. Nos besamos durante un largo rato… todo el mundo nos miraba… y mientras más nos miraban, más divertido nos parecía. Más intensos se ponían nuestros besos; incluso llegamos a manosearnos el culo la una a la otra. ―¿Te acordás de cómo fueron esos toqueteos? Me refiero a si sus manos se limitaron solo a agarrar nalgas… o fueron por más. Lia mostró una sonrisa picarona, bebió de su vaso y después dijo: ―Hubo más. Teníamos las lenguas enroscadas entre sí, prácticamente nos estábamos lamiendo las bocas la una a la otra. Ella fue la primera en agarrarme el culo y yo, que la tenía abrazada, bajé las manos hasta encontrarme con sus nalgas. Las dos teníamos vestidos cortitos, de esos bien ceñidos al cuerpo. Dimos un lindo espectáculo esa noche, por suerte no había ningún conocido cerca. Nos agarramos las nalgas con fuerza, apretamos y empezamos a subirnos los vestidos. Creo que la que empezó primero con eso de subir el vestido fui yo. Sinceramente no sé por qué lo hice. Mi amiga me agarró una teta y yo, como no quería quedarme atrás, hice algo todavía más zarpado. Acerqué mis dedos al centro de sus nalgas y empecé a acariciarle la concha por arriba de la tanga. ―¿También vas a culpar al alcohol por eso? ―Al alcohol y a la situación. O sea, si la cosa no hubiera ido escalando de a poco, yo nunca la hubiera tocado así. Y el temita de tener público me dio mucho morbo. Era una pendeja inconsciente. Mi amiga, cuando yo llevaba un ratito acariciándole la concha, empezó a hacerme lo mismo. Y ahí… bueno, se me prendió fuego la cajeta. Puede que me estuviera tocando una mujer; pero yo venía con calentura de antes y al fin y al cabo el cuerpo reacciona al contacto físico. Ella me estaba pasando los dedos por toda la raya de la concha. Después de eso tuvimos que parar, porque los patovicas del boliche ya nos estaban mirando mal y teníamos miedo de que nos echen, por estar dando semejante espectáculo. ―¿Y qué pensás acerca de esa situación? ―No le doy mucha importancia ―dijo Lia, encogiéndose de hombros―. Éramos jóvenes y estábamos borrachas. Si algo como esto me hubiera pasado ayer, estaría muerta de la vergüenza… pero tenía unos… veinte años. En ese momento me lo tomé como una pequeña broma. ―Pero no te disgustó besar a una mujer, de forma tan pasional. ―No, porque no lo vi como un acto lésbico ―aseguró Lia―. Para mí fue una broma, ya te lo dije. ―Entiendo. Así que besar a una chica no te hace lesbiana. ―No, entre amigas existe un poquito de confianza. A mí esa foto no me prueba nada. ―Bien, entonces tendré que buscar otra. ―En esta ocasión Antonella se detuvo en una foto en la que la rubia ya no tenía corpiño, y se podían ver a la perfección sus grandes tetas de pezones rosados. Siguió por la galería hasta que encontró la foto que buscaba: en pantalla se podía ver a Antonella agarrando una de las tetas de su amiga, con un pezón dentro de la boca―. ¿Ésto también lo hiciste con tu amiga? ―Admito que eso ya me parece un poquito más zarpado. Pero sí, reconozco que alguna vez le chupé los pezones a una amiga… y ella a mí. ―¿Y cómo pasó eso? ¿Fue con la misma chica del beso? ―No, fue con otra… ésta se llamaba Sandra, y fue por una apuesta… una boludez. Yo quería que ella me diera vía libre para salir con un chico que me gustaba… y que a ella le parecía lindo. No quería andar compitiendo. Entonces me dijo: “Te lo regaló si me chupás las tetas”. Claro, al principio fue una simple broma, pero después se convirtió en un desafío… uno que no estaba dispuesta a perder. Ella era medio tetona… más o menos como vos. Le agarré una teta, y sin miedo, le empecé a chupar el pezón. Y se lo chupé fuerte… como para mostrarle lo decidida que estaba. Para más inri, después de un ratito, le chupé el otro pezón. ―¿Lo hiciste durante mucho tiempo? ―No sé… bah, sí, a mí me pareció mucho tiempo. Fueron como dos o tres minutos con cada pezón. ―Ah… fue bastante… tres minutos es lo que dura una canción. ―Como te dije, estaba decidida a ganar. ―¿Y ella te chupó las tetas a vos? ―Sí… pero eso fue le hice otra apuesta. Le dije que si se animaba a chuparme las tetas, entonces yo iba a pagar los tragos de la noche. Y como ya te habrás dado cuenta, se animó. Me sacó la blusa… vos ya viste que las tetas no me sobran, pero tampoco me faltan. Sandra se prendió a uno de mis pezones, y me lo chupó con las mismas ganas que yo lo hice con ella… y más o menos la misma cantidad de tiempo. Y no se conformó con una, sino que después me chupó la otra teta. Lo peor es que esa noche, cuando ya estábamos volviendo a casa, con el chico éste en cuestión, ella, como estaba medio borracha, se puso a contarle cómo yo le chupé las tetas. ¡Me quería morir! Para colmo se ve que al chico le calentó la situación, y nos suplicó que la repitiéramos. ―¿Y se animaron a hacerlo? ―Sí, porque… yo tenía muchas ganas de coger con él… lo quería bien caliente. Si eso lo iba a ayudar a que se le pusiera dura, estaba dispuesta a hacerlo. Llegamos a mi casa, no había nadie, y ahí nomás Sandra peló las tetas. Yo me mandé de una a chuparselas… para colmo lo hice con más sensualidad, para calentar al pibe. Mientras chupaba una, le acariciaba el pezón de la otra… y después cambiaba. Sandra tenía los pezones muy suaves, cosa que agradecí… no sé si me hubiera gustado chupar un pezón más rugoso. La estrategia funcionó a la perfección, el pibe se calentó. Tanto que ahí nomás me levantó el vestido, y me clavó la v***a… ―¿Y vos lo dejaste? ―¡Sí! O sea, yo estaba tan caliente que no me importó mucho que Sandra estuviera presente. Es más, cuando él empezó a meterme la v***a, que era de buen tamaño, por cierto… me dijo al oído: “Seguí chupándole las tetas, que me encanta”. Yo ya había tenido experiencias sexuales fallidas, y en esta ocasión la estaba pasando bien, por primera vez. No iba a desperdiciar la oportunidad, así que sin pudor, seguí lamiéndole los pezones a mi amiga… y de vez en cuando le di fuertes chupones. Él me metía la v***a cada vez más fuerte, y mi calentura iba en aumento. ¿Me estoy zarpando mucho al contarte esto? ―Preguntó Lia, que sentía su cuerpo acalorado. Le echó la culpa al vodka y a que Antonella tenía su cuerpo demasiado cerca del de ella, y estaban en pleno verano.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD