El principio de un nuevo comienzo.
Prefacio
¡Quiero el divorcio!
Sobre el escritorio de refinada madera, el celular de Enrre Cásper vibraba anunciando el ingreso de un mensaje. Aquel ilustre y acaudalado caballero de rostro perfecto y encantador llevó el móvil a su mano y con temor deslizó la pantalla. Una vez leído el mensaje gruesa saliva rodó por su garganta. Dejó caer su cuerpo en el espaldar del asiento cerrando con ello los ojos para así sumergirse en el pasado.
«Bajo las sábanas blancas, dos cuerpos desnudos se remecían calentando a los mismos. Por el clima frío y álgido que azotaba la capital de Estaquía.»
Enrre abrió los ojos pues el dolor en su pecho ardía como si ácido hubiera caído dentro de su corazón. Llevaba cuatro años casado con la mujer que había elegido para llegar a la vejez, y a un día de cumplir su cuarto aniversario su amada esposa le estaba pidiendo el divorcio.
CAPÍTULO 1
Fueron mil noventa y cinco días que estuve encerrada entre las cuatro paredes de una prisión. Ansiando y esperando que un día él se presente y diga… “Amor, cuentas conmigo, estaré contigo hasta el final”
Con un inmenso dolor en mi pecho suspiré, seguido sonreí amargamente y cuando sentí una solitaria lágrima rodar por mi mejilla la limpié con fuerza. Ese día nunca llegó, el hombre que decía amarmé cada mañana, en cada mensaje, cada noche al llegar del trabajo y antes de dormir, él que me juró su amor eterno ante Dios, ni siquiera me llamó, escribió o envió algún saludo, nada… no dijo absolutamente nada, solo me abandonó como un perro.
Pero ya nada de eso importaba, porque sobre mis manos contenía la carta de liberación, era libre, libre como el aire.
Quizás era por la felicidad que me causaba, pero mis manos temblaban al igual que mis piernas, la alegría se disipó cuando recordé que el mundo que me esperaba afuera era crítico y agónico. Sin embargo, aquello no acabaría conmigo, nadie iba a impedir que recuperara lo que me pertenecía.
Tras de mí se encontraba Justin, mi amigo, quién me rodeó con sus brazos acarreando mi cuerpo al suyo.
Me sentí querida con su cálido abrazo, mi corazón se reconfortó llenando mi alma fría con un poco de abrigo.
Justin fue el único que no me abandonó después de aquella tragedia, aun siendo el mejor amigo de él, del hombre que juró amarme sobre todas las cosas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza el mismo instante que se paró frente el altar. No obstante, en la primera situación crítica me dejó sola y devastada.
Al principio reproché de su abandono y no lo aceptaba, pero con el pasar de los meses llegué a comprenderlo. ¿Quién querría quedarse cerca de la persona que asesinó a su hermano? Nadie, nadie podría quedarse con aquella persona. Lo que no entendía era…, ¿por qué no se divorció de mí en todos esos años? ¿Por qué nunca hizo la solicitud?
Sino lo hizo él, lo haría yo, quería divorciarme y poner punto final a un matrimonio que se rompió la misma noche que junto a mi hermana asesinamos a ese degenerado, que la maltrataba constantemente.
—Lilly, ¿estás lista?
—Sí, pero necesito que me prestes el celular…
—¿Para qué?
—Justin, ¿en realidad quieres que te diga para qué?
Le vi suspirar y sacar el móvil, lo entregó con mucha tristeza.
—Pensé que no lo harías… Y que una vez libre abría la posibilidad de…
—Lo haré, cumplo mi palabra.
Dos años esperé por su visita, no obstante se negó a venir, bueno, aunque nunca le llamé ni le envié recados, ¿por qué iba hacerlo si él no lo hizo?, Esperaba que me buscara, y que si lo hacía fuera porque le nacía y le salía del corazón.
Esperé dos años por su visita, sin embargo, desde hace un año me obligué a olvidarlo, obligue a mi corazón arrancarlo de mi pecho y poco a poco mi alma se fue volvió fría y helada. Juré que una vez libre me divorciaría, lo juré delante de Justin y apenas pusiera un pie fuera lo solicitaría. Quería ser totalmente libre, libre sin estar atada a él, sin seguir siendo la señora de Casper.
Después de enviar los dos mensajes salí, caminaba por rayados pasillos con mi calentador holgado y camiseta ajustada. El algavaro de las prisioneras enchinaba mi piel, los bellos de la antes nombrada se me levantaron como en un momento de euforia.
Dejaba muchas amistades, en muy poco tiempo me gané el respeto de todas, al principio fue difícil pero logré ganar en cada riña que me metía, aunque no era yo quien buscaba, pero pude salir ilesa de todas.
Al poner un pie fuera de prisión cerré mis ojos y dejé que la cálida brisa acaricie mi rostro, el fuerte viento sacudía mi larga cabellera. Sonreí con los labios cerrados mientras sentía un cosquilleo en mis pies, era quizás la emoción de qué estaba libre y podía caminar libremente por las calles de Tuntaqui.
Cuando mantenía los ojos cerrados, los réflex de las cámaras me indujeron abrir mis ojos.
—Lilly Matthew, ¿ahora que estás libre seguirás en el modelaje…?
—¿Qué pasará entre tú y Enrre…?
—Lilly, Lilly, ¿recuperarás a tus sobrinos?
—Retírense señores… —pidió Justin pero lo detuve. Me miró asombrado y refutó— No tienes que responder a sus preguntas.
—Lo haré —di dos pasos y todos los reporteros me rodearon y abacoraron con sus preguntas y cada una las fui respondiendo, hasta que alguien preguntó…
—Lilly, ¿aún amas a Enrre?
No voy a negar que esa pregunta me dejó desubicada, pero traté que no se note.
—¿Tú podrías seguir amando a alguien así? —sonreí de medio lado y ladee la cabeza— Te lo dejo a conciencia —le dije y me despedí.
Subí al auto y lo primero que le pedí a Justin era que me lleve a verla. Llegamos al centro de rehabilitación donde se encontraba mi hermana.
Cuando fuimos a prisión ella fue la primera en salir, pero no precisamente en libertad. Pues mi hermana se sumergió en el dolor cuando asesinamos a su esposo. Al pasar los meses la transfirieron a un manicomio donde ha pasado hasta el día de hoy.
Cuando llegué al sanatorio caminé con mis ojos empañados y mi corazón latente por el terrible estado en el que se encontraba. Sus ojos claros estaban direccionados a las blancas nubes, miraba fijamente como si esperara ver a alguien bajar desde ese lugar. La realidad es qué ella amaba a ese hombre, y nunca le hubiera hecho daño si no hubiera sido necesario.
Kelly se desvivía por tener todo ordenado y la cena preparada como a Emir le gustaba. Era una esposa y madre abnegada para él y sus hijos. Se casó apenas cumplido los dieciocho años y dejó de lado los estudios para ser la mujer que Emir quería que fuera; una esclava del hogar y la mujer que le diera hijos.
Mi pobre hermana vivió una vida triste y desdichada al lado de ese hombre. Aunque para ella eso era un hogar yo siempre lo vi como un completo infierno.
—Señorita Lilly, me alegra verla en libertad—dijo al estrechar mí mano el doctor que estaba a cargo.
—Gracias. ¿Cómo va mi hermana?
—No hay mejoría, parece ser que quiere seguir sumergida en el dolor.
Me incliné delante de ella y acaricié su delgado rostro. Hice un puchero de tristeza por no poder verla sonreír como antes, ella era tan alegre y siempre tenía una sonrisa presente en sus labios. La abracé y besé sus cabellos.
—Te quiero de vuelta, por favor vuelve. Vuelve a la realidad y justan pelearemos por tus hijos.
Kelly era madre de dos preciosos y encantadores ángeles, Emilia y Emircito, los cuales se quedaron a cargo de mi madre cuando fuimos a prisión. Sin embargo, la familia de Emir usó todo su poder para arrebatarlos de su lado. Es mucho por lo que debía pelear y no iba a descansar hasta recuperar a mis sobrinos.