Ella siempre ella.
La he amado durante toda mi existencia y la amaré por siempre.
Sé bien quien soy, por encima de todo lo que he vivido, nunca cambiaré. No soy un hipócrita, ni un falso profeta. Tengo el corazón roto.
Mi madre Nicolaia me dio a luz un trece de noviembre del dos mil diecinueve, fui hijo único, el favorito de mi abuelo Nicolai, quien a su honor me nombró como él, pero mi madre me dio otra oportunidad, un segundo nombre para mi y no pudo elegir mejor; me llamo Kent, y también como otros me apodan, «El maldito Kent»
Nací en París, en pleno apogeo de la guerra de Goliat, en plena victoria del tirano Pichet. Pero, eso no es importante, me desvió de mi historia.
¿Cómo la conocí a ella?
Bueno, fue un largo camino hasta llegar a amarla, lo resumiré; desde niño sentí que no pertenecía aquí, había algo que me faltaba, que me desesperaba cada noche.
Mi madre siempre me ocultó quien era mi padre, pero un día me llevó a EEUU para verlo, fuimos hasta Texas, a un pueblo olvidado de la mano de dios llamado «Arenville», ahí conocí a mi padre por primera vez, ni siquiera ahora concibo la idea de ser su hijo, sus ojos turquesas como dos estrellas brillantes, contrastaron con el verde esmeralda de mis ojos, mi piel blanca y mi altura, jamás aceptó ser mi progenitor, la corte falló a favor de Nicolaia, y tuvo que darme el apellido Anderson, ese que no portó, ni en mis sueño salvajes. Un día mi madre intentó matar a la única mujer que mi padre amó, ella era preciosa como el reflejo de la luna en el agua, de cabellos como el fuego y ojos como el sol, se llamaba Cherry, recuerdo ese día como si fuera ayer, tuve que interponerme entre la bala que mi madre disparó, y el cuerpo de esa mujer. Tuve suerte, aunque mi madre no, ella murió creyendo que me había matado, volándose los sesos en un segundo. La vida nunca es como esperamos.
Quizás ese fue mi primer acto de bondad inquebrantable, no lo sé, como sea, después de eso me marche a la India, necesitaba recomenzar, ahí aprendí sobre Hare Krishna y me desilusioné, seguí buscando, pero nada me complacía, el vacío en mi alma crecía y la bondad que tanto enaltecían en mí, fue extinguiéndose; una crisis, el alcohol, la rabia y la tristeza me lanzaron a un declive, vagué por el desierto blanco de Fárfara, perdido, rendido, enloquecido, entonces ella apareció, como un oasis; era una diosa, debía serlo, me contó una verdad inescrutable
—Eres Kent, y estás maldecido, pero ella es tú salvación, tu única oportunidad de amar —dijo con una voz celestial, y entonces la vi, ¡Era ella! Hermosa, perfecta, buena; sus ojos me llenaron de paz, me estremecí de ternura y pasión, lo supe, ese era mi destino. Tomé ese libro que la Diosa Makya me dio y permanecí a su lado hasta su desaparición, ella me enseñó sobre la «gran energía creadora de realidades y del mismo universo» me enseñó de hechizos y poder, me volví poderoso, hasta que descubrí la manera de encontrarla, pasaron unos años hasta encontrarme con él, mi última acción de bondad inquebrantable, entonces todo estuvo listo.
Ahora soy fuerte como un roble en medio del bosque de invierno, y ella está aquí, puedo olerla, sentirla, y es el momento en que podre tenerla, casi está en mi puerta, debo ir por ella, y será mía, lo quiera o no.