CAPÍTULO DIECIOCHO Irrien sonrió con lúgubre satisfacción cuando su buque insignia llegó rascando el suelo contra los muelles de Delos. Con la flota enemiga hecha pedazos, había sido fácil romper la cadena del puerto y colarse tras ella como una mancha en el agua. Sentía que las cosas iban exactamente como él las había planeado. Por encima de su cabeza volaban misiles encendidos, pero Irrien no se agachaba. Un líder no podía permitirse mostrar flaqueza. Especialmente una Primera Piedra. Irrien había tomado su posición al derrotar al último poseedor del asiento, aprovechando sus intereses y, finalmente, matándolo. A sus hombres les gustaba manifestar su lealtad, pero sabía que siempre había alguien, en algún lugar, que intentaría quitárselo si sentía que podía hacerlo. Así que se mantuvo