CAPÍTULO DOCE Para cuando Delos apareció ante su vista, Felene sentía que podía desfallecer en cualquier momento. Su espalda ardía de una manera que no debería hacerlo, muy lejos del dolor sordo que indica curación. —Deberías haberte quedado con los curanderos de Felldust —se dijo a sí misma, pero no lo creía. Tenía una misión y la iba a hacer, costara lo que costara. El pequeño convoy en el que viajaba no ayudaba. El capitán iba en serio cuando dijo que Felene comiera solo sus propias provisiones y, si la hubieran habido invitado a unirse a los demás en la cubierta de los barcos adyacentes, no se hubiera fiado de ellos. Por lo menos, debía mantener la ilusión de que era uno de ellos, y su acento de Felldust no era lo suficientemente bueno para una conversación larga. Al ver la batalla