| Pulgarcita |

2362 Words
POV Katrina Manzur Mis ojos se abren al ver el torso desnudo de Alesander y una llamarada invade mi interior proporcionándome un bochorno intenso. Paso saliva intentando quitar mi vista de él, pero nunca había visto un cuerpo tan musculoso cerca de mí. Él es atlético, grande, musculoso y muy varonil. Destila sensualidad y más con su mirada verde clavada en mí. Intento estirar el camisón porque se me ocurrió salir al balcón semidesnuda, comienzo a sentirme nerviosa y algo de presión en mi vientre. ―¿Te estás quedando en ese apartamento? ―Pregunta tomando mi atención. Asiento confirmándolo. Me cruzo de brazos por encima de las tetas sin sujetador. Porque ni hablar, hoy no va a disfrutar de otro espectáculo por mi mala suerte. Ha visto el escandaloso Dildo y ahora me ve en estas fachas. No va a echarles un vistazo también a mis pequeñas chicas. Ningún hombre me ha visto desnuda luego de mi último ex novio, mismo que me hizo sentir por primera vez la decepción o eso dicen los libros de terapia emocional que leí tratando de entender qué estaba sintiendo. Mi hermana dijo que no sería la primera vez y que la vida se trataba de eso y solo habría que esperar a que sucediera de nuevo. Él respira pareciendo ofuscado. ―Bueno, existen dos opciones para poderte ayudar; llamar a la policía y esperar a que vengan a abrir el apartamento y la segunda es quedarme aquí como un idiota a hacerte compañía mientras intento ver la manera de que puedas abrir esa puerta y no tengo muchas ganas de hacerlo ―propone y ambas opciones suenan a un calvario para mí. Esperar no es mi fuerte, me provoca ansiedad, de hecho, me comienzo a sentir encerrada y sin escapatoria. Respiro profundo pasando saliva, lo último que quiero es quedarme aquí sentada, posiblemente durante horas, esperando a que la policía entre a la fuerza al apartamento y vengan a liberarme de este balcón prisión. Si eso sucede, van a encontrarse con una mujer lloriqueando, hecha un desastre a punto de colapsar. Alesandro me mira expectante y niego rápidamente con la cabeza. ―No puedo esperar ―digo. ―¿Por qué? ¿Tienes algo mejor qué hacer que espiarme? ―Sonríe. ―No te estaba espiando. ―Saliste al balcón para escuchar la música e intentar espiar a tu vecino. ―Solo por la música, me pareció extraño escuchar ruido en tu apartamento. Soy muy perceptible al ruido desconocido… Me mira con los ojos entornados. ―Tengo que descansar, no tengo paciencia para quedarme aquí semidesnudo esperando a que amanezca ―dice haciendo ademán de irse y dejarme aquí como si nada. ―¡Espera! No, por favor… ―pido. Él se detiene. Miro los balcones y la distancia entre ambos. Es poco más que medio metro, hay espacio más que suficiente entre los dos balcones porque las barandillas sobresalen un poco. Lo único que tengo que hacer es no mirar abajo… ―¿Qué? ―Espeta. ―Puedo intentar trepar, pero tendrías que ayudarme ―propongo de forma descabellada hasta para mí. ―¿Acaso has visto la altura en la que estamos? Si te caes, morirás. ―Niega con la mano en el aire rehusándose. ―No voy a caerme, no parece tan difícil y si me ayudas… ―No quiero ser responsable de tu muerte. Ni hablar, maldición. No voy a ayudarte a que trepes hasta aquí. ¿Y de qué serviría eso? Seguirías sin poder entrar a tu piso. ―Tienes baño, podría quedarme esperando en tu sillón si me dejas, pero sería mejor que no involucremos a la policía en esto. El señor Adams me ha ayudado mucho y no quiero decepcionarle con un problema así ―hablo de forma acelerada quedándome sin aliento en un intento de convencerle. Él me mira pensativo. ―Maldición. ―Resopla. Lloriqueo y dejo caer las manos a los lados. Siento cómo el nudo se posa en mi garganta y el labio inferior me empieza a temblar, no hay modo de pararlo. Está ahí de pie, como un hombre de otro mundo con el pecho descubierto, su toalla marcando un bulto prominente y su cabello húmedo dándole una apariencia más intensa. Se apoya en la barandilla, mirándome como si yo estuviera perdidamente loca. ―Por favor, no lo hagas. No te pongas a llorar, Katrina. No soporto cuando la gente llora... ―Pide y el que me diga eso solo me hace querer llorar al no poder controlar mis emociones. ―Es solo que han sido días ridículamente estresantes, entre mudarme de ciudad, un hombre tan apuesto como tú sosteniendo un Dildo que salió de mi maleta, tratar de adaptarme y solo he estado metida en mis libros estudiando de más y ahora quedo encerrada en este balcón donde mi vecino me ve como una acosadora de primera que no puede dejar de hablar o meterse en problemas ―suelto quedándome sin aire. Escucho cómo gruñe y camina de un lado a otro sosteniéndose la cabeza. Se detiene y me mira. ―Mierda, está bien ―dice―. Pero si te caes y mueres, le diré a la policía que una acosadora estaba intentando meterse en mi apartamento ¿Entendido? ―Acepta renuente y no muy animado. Esbozo una sonrisa porque podré salir de aquí. Asiento con mi cabeza. ―Dame tu celular ―Pide y extiendo mi mano entregándoselo y él lo coloca en una mesita de su balcón. No estamos tan lejos, pero las probabilidades de resbalarme y caer siguen siendo reales. Aclara su garganta moviendo su cuello y sus brazos liberando la tensión. ―Haremos esto a mi manera y harás caso ―gruñe. ―Sí. ―Bien, dame tu mano mientras te sostienes de la barandilla con la otra. Procedo a hacerle caso; soy buena con las indicaciones. Él me sostiene la mano y mi piel siente una corriente que me desconcierta, parpadeo mirándole y sus ojos conectan con los míos. Respiro profundo para no flaquear en este momento. ―Trépate ―indica con ronquez. Subo una pierna y luego la otra intentando de que no se me suba el camisón envejecido, pero entre en el movimiento se alza y muestro mi ropa interior rosada. Mis mejillas arden porque él lo ha visto antes de poder bajar torpemente el camisón. Esboza una sonrisa ladeada que acelera mis latidos. Quedo en el borde de mi balcón sostenida con una mano detrás y la otra en la suya. ―Tendrás que saltar hacia mí ―señala. Mis ojos se abren al ver la magnitud de la acción. ―No mires abajo. Tarde, bajo la mirada y me asusto dejando salir un chillido. Me tenso del pánico. ―¡Que no mires abajo! ―¡Dijiste que no lo hiciera y eso me empujó a hacerlo! ―Chillo asustada. Él comienza a frustrarse de más. ―No te dejaré caer ―dice de repente llamando mi atención. ―¿Dices la verdad o mientes como todas las personas? Se queda en silencio unos segundos. ―Lo digo de verdad, ahora terminemos con esto de una vez por todas ―gruñe. Muevo la cabeza afirmando y vuelvo a respirar de forma profunda levantando la mirada. Procedo a abalanzarme hacia él para que sujete mi torso mientras que mis pies se quedan aún en mi balcón. Sus manos pasan de mis muñecas rápidamente a mi cintura deslizándose hacia arriba para tomar con más firmeza mi caja torácica justo debajo de mis senos levantando mi camisón y sintiendo cómo sus pulgares tocan mi piel desnuda. Más cerca de él me llega el olor de su jabón de baño. ―Hueles bien ―murmuro hablando en voz alta. Mis manos se aferran a sus antebrazos y su piel se siente caliente. ―Tu piel… ―¿Podrías guardar silencio por un momento? Me pone nervioso porque estás tendida en la orilla y comienzas a decir cosas extrañas. ―Interrumpe. Sin prevenirlo me termino de impulsar hacia él aferrándome ahora a su cuello donde envuelvo mis brazos como si de eso dependiera mi vida, abandono el otro balcón cuando me alza con su fuerza atrayéndome a su balcón, me mantiene con los pies en el aire y ahora sus manos se aprietan de mi cintura con la piel desnuda tocando el bordillo de mi ropa interior. Escucho su respiración cálida en mi mejilla mientras mis tetas se aplastan contra su pectoral duro al encaramarme en él como un koala asustado. Respiro en jadeos igual que él quedándonos así por unos segundos asimilando todo. Su cuerpo es grande, haciéndome sentir pequeña en sus brazos. Se tambalea hacia atrás dándonos espacio alejados de la barandilla. Resoplo y me sale una risita tensa. ―¿Katrina? ―Pregunta ante mi falta de reacción. Abro los ojos apartando mi rostro de su cuello, embriagada por su aroma y le miro conectando con sus luceros verdes, mi corazón se desboca con más fuerza sin saber qué le ocurre o la razón. ―¿Estás bien? ―Levanta la mano para acariciarme la mandíbula con suavidad detallando mi rostro. Nuestros labios están muy cerca. ―Definitivamente eres un huracán ―murmura desconcertándome. ―¿Un desastre natural? ―Pregunto pestañeando. Él me mira sin responder. ―Ahora viéndote bien eres como…Pulgarcita ―dice apretando su cejo con confusión y no sé cómo tomar eso. ―Lo siento… ―murmuro al darme cuenta de nuestra cercanía. ¿Pulgarcita? ¿Por qué ese apodo hace que el pulso se me acelere? Me alejo de él dejando en mi piel la sensación de sus dedos como si ardiera. Acomodo mi camisón rápidamente y mis pupilas detallan el bulto levantando de su toalla, viéndose más prominente. Aclara su garganta dándose la vuelta para cubrirse. Llevo un mechón rebelde de mi cabello detrás de la oreja y trago saliva humedeciendo mis labios. ―Deberíamos de entrar ―propone en un tono de molestia. Cruza las puertas de cristal de su balcón y le sigo luego de tomar de nuevo mi celular. ―Ahí está el baño si lo necesitas, ya vuelvo ―dice desapareciendo de mi vista y el azoto de una puerta con fuerza me hace saltar. Llevo una mano a mi pecho sintiendo aún las estocadas de mi corazón. ―¿Qué ocurre? Estás a salvo ―murmuro para mí tratando de convencerme de ello. Camino al baño que me señaló y me encierro en él mirándome el rostro en el espejo. Mis mejillas están rosadas, más de lo debido. Recuerdo estar cerca de sus labios y cierro los ojos apretándolos por más calor en mi piel. Luego de un pésimo ejercicio de control en el baño, salgo encontrándome con su figura ahora vestida. ―Creo que necesitarás esto. ―Me tiende un chándal de pijama; suyo. ―Gracias. ―Veo que te gusta el rosado ―menciona cuando me coloco el chándal. ―Sí, es mi color favorito. ¿También es el tuyo? ―Pregunto. ―En realidad me desagrada ese color ―gruñe. Asiento con la cabeza mordiendo mi labio sin saber qué más decir que alguna información sobre un color meramente extraño que quizás le guste, pero me retengo. ―¿Tú lo decoraste? ―Miro el apartamento con cuadros sombríos, muebles oscuros, todo en tonalidades de gris. ―Sí. Mis ojos se encuentran con una fotografía de una niña de cabello rubio y corto por los hombros, está sonriendo y se ve muy feliz mostrando sus palmas con pintura. ―¿Quién…? ―No te metas en mis asuntos ―Me interrumpe de forma abrupta―. Puedes descansar en la habitación de huéspedes, solo, no me causes más problemas hasta que el conserje pueda abrir la puerta de tu apartamento. Con su mirada oscurecida se da la vuelta abriendo la puerta de una habitación y dejándola abierta para mí, luego, desaparece volviendo a cerrar otra puerta con fuerza. ¿Dije algo que le molestara? Camino con cuidado como si mis pasos fueran a causar algún caos y llego a la habitación inmaculada. Tomo asiento en la cama sintiéndome cansada para recostarme y dejar que mis parpados pesados terminen de hacerme caer del sueño. ** POV Alesander Wolfman Sostengo mi cabeza sintiéndome un imbécil por hablarle así a alguien con apariencia de “Pulgarcita” pero que causa desastres como el puto huracán Katrina, tal y como su nombre lo da a entender. ―¿Por qué se lo dije? ¿Por qué mi cuerpo reaccionó de una forma tan s****l con ella? ―Me reprocho. Resoplo dejando mi mirada en la nada recordando que mi polla estaba como piedra, todo por sentir cómo mis dedos tocaron el borde de sus tetas, sentirlas suaves y su piel tan delicada…Dios, ¿tan frustrado estoy? Lleno mis pulmones de aire. Procedo a descansar un poco luego de la jornada larga y lo que ocurrió en el balcón de mi apartamento. Parker Adams tendrá que explicarme quién es esta chica y por qué le alquiló su apartamento sin decirme. ** Mi descanso dura poco al escuchar una llamada perdida de mi ex esposa. Ruedo los ojos al ver la hora y solo pensar que ha sido una de sus crisis de querer pedirme regresar con ella amenazándome con alejarme de nuestra hija. Restriego mi rostro sentándome en la cama y me levanto con un bostezo. ―¿Se habrá ido? ―Me cuestiono al recordar a Katrina. Camino fuera de la habitación y me dirijo a la de huéspedes viendo la puerta entreabierta, la termino de empujar vislumbrando a Katrina dormida en la cama, su cabellera ondulada está enmarañada en la almohada y sus labios están entreabiertos viéndose como una muñeca de porcelana delicada. Paso saliva al sentir mi boca seca y mis pulsaciones se elevan sin razón alguna. Aprieto mi entrecejo cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido y evitando verla por más tiempo como un pervertido. No soy un hombre para esta clase de mujer; ella a parte de ser un problema andante, es dulce y amable…tengo que mantenerme alejado.
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